Una perspectiva de género fundamentada en la economía política es un punto de partida para un análisis antropológico de las transformaciones de los patrones migratorios de flujos originados en México en el último tercio del siglo XX y de la formación de nuevas clases trabajadoras que exponemos en el libro Class, Gender and Migration. Return Flows Between Mexico and the United States in Times of Crises (Routledge, 2020).
Los flujos que emergieron en el centro de México hacia Estados Unidos adquirieron un carácter acelerado y masificado en los años 90 y alteraron el sedimentado patrón de la movilidad de los hombres solos. En comparación a otras regiones de añeja migración a Estados Unidos, cambiaron, además, lugares de destino, composición del flujo, temporalidad y modalidades de circulación entre ambos países y perfiles de acuerdo al género; destaca la feminización de estos flujos. Confrontamos la trillada idea de que las mujeres migran básicamente con propósitos de reunificación familiar y cuando los hombres que encabezan estos movimientos han pavimentado la ruta para una inserción familiar en el lugar de destino. Hablamos de la feminización de la migración no porque se haya incrementado sustancialmente la participación de las mujeres, sino que nos referimos a las transformaciones asociadas a la reorganización global del trabajo de acuerdo al género y, en particular, del trabajo de las mujeres tanto dentro del hogar como en los distintos circuitos de la reproducción social.
Una etnografía dilatada a lo largo de más de una década en dos localidades rurales del estado de Puebla de migración emergente en la década de los 80 —Zapotitlán Salinas en la región de Tehuacán y Pahuatlán en la Sierra Norte de Puebla—, así como en datos recabados en las ciudades de Nueva York y de Durham, Carolina del Norte, muestran giros drásticos en las vidas de hombres y mujeres en el contexto de la reestructuración económica neoliberal, ya en germen desde aquellos años. La desregulación del México rural fue de la mano de la reestructuración de la economía estadounidense que, en el contexto de la desindustrialización, demandó abundante fuerza de trabajo migrante barata, desorganizada e ilegalizada para contrarrestar el descenso de las tasas de ganancia en el marco de la competencia global. La costa este de Estados Unidos se convirtió en pocas décadas en una de las regiones más globalizadas del planeta. La zona metropolitana de la ciudad de Nueva York pudo remontar la bancarrota de los años 70 gracias a esta fuerza de trabajo. Mientras que el llamado Triangle Research Park en Carolina del Norte atrajo en apenas dos décadas, mediante diversos mecanismos de reclutamiento formales e informales, fuerza de trabajo latina, mayoritariamente mexicana. En uno y otro caso, trabajadores poblanos apuntalaron procesos de acumulación, particularmente en la construcción, los servicios y el trabajo de cuidados.
Cuando estalló la crisis económica y financiera de 2007 y se exacerbaron las medidas de contención y criminalización de los flujos indocumentados, algunos migrantes fueron más propensos a regresar a México que otros. Al igual que la migración de primera salida, el retorno también fue selectivo. En la investigación que emprendimos en 2010, cuyos hallazgos se presentan en este libro, partimos de la convicción de que las interconecciones entre clase y género son claves para desentrañar el carácter selectivo del retorno durante y después de la llamada ”Gran Recesión”. Aquí presentamos algunos de esos hallazgos.
La información arrojada por la etnoencuesta aplicada entre 2010 y 2011 en ambas localidades de estudio muestra que en Zapotitlán la migración internacional se aceleró comparativamente antes, en el contexto del declive de la industria local de ónix a finales de los 80. En cambio, la aceleración de la migración en Pahuatlán ocurrió a mediados de los 90, disparada por la devaluación del peso y el desmantelamiento de la caficultura social. Zapotitlán tenía un mayor porcentaje de hogares con personas con experiencia migratoria a Estados Unidos, 65.3 por ciento. Por su parte, en Pahuatlán solo 56 por ciento de los hogares contaba con integrantes con experiencia migratoria. En ambas localidades la migración de primera salida alcanzó su punto más alto en 2001. En Zapotitlán la migración de primera salida a Nueva York, donde los servicios absorbían a la mayor parte de los trabajadores de ese origen, permaneció casi sin alteraciones hasta 2004. En cambio en Pahuatlán el declive de la migración fue más abrupto en el trienio 2004-2007, seguramente debido a la caída del empleo en la industria de la construcción del condado de Durham, donde se concentraba la gran mayoría de los pahuatecos. Pero después de 2007, la migración de primera salida cayó en ambas localidades.
¿Cómo modeló el género la migración
de primera salida y la migración de retorno?
Estadísticamente no hubo muchas sorpresas. En uno y otro lugar 25 por ciento de los migrantes de primera salida fueron mujeres, concentrado entre 1995-2005, es decir, fue más tardía que la de los varones. Pero el acercamiento etnográfico revela características singulares de estos flujos acelerados, entre ellos la rápida consolidación de redes familiares e interétnicas. Identificamos, asimismo, el entrelazamiento de dos patrones de movilidad femenina. Uno similar a la migración de hombres solos, sin dependientes y de limitada circularidad entre ambos países. Otro, de mujeres recientemente casadas o ya madres de un primer hijo que, en algunos casos, llevaron con ellas. Es decir, la incorporación al mercado de trabajo, la primera unión conyugal, la llegada del primer hijo y la migración de primera salida se traslaparon en sus trayectorias de vida. Esta dinámica y los particulares perfiles de los hogares que van reconfigurándose a lo largo de un ciclo demográfico son factores claves para desentrañar la selectividad del retorno.
Aunque hubo un mayor número de retornados durante los años de la crisis que en los años anteriores, no hubo un retorno masivo en ninguna de las dos localidades. La tasa de permanencia de los migrantes pahuatecos en Estados Unidos en la coyuntura de la crisis económica fue de 74 por ciento (regresó 26 por ciento), mientras que la de los zapotitecos fue de 64 por ciento (regresó 36 por ciento). Con estos resultados enfrentamos una paradoja. Más allá del hecho de que el sector de la construcción experimentó las mayores pérdidas de empleos durante la crisis económica, los pahuatecos, que trabajaban principalmente en la construcción, fueron más propensos a permanecer en Estados Unidos que los zapotitecos. Creemos que tal paradoja puede ser explicada por el menor costo de la vida en Carolina del Norte en comparación con Nueva York.
Del total de retornados a Pahuatlán, un mayor porcentaje de mujeres regresó durante la crisis. Esta diferencia se explica por el relativamente mayor número de madres jóvenes con hijos preescolares que había residido en Estados Unidos por periodos cortos de tiempo. Regresaron con parejas e hijos, es decir, esto representó un retorno familiar. Esta selectividad en el proceso de retorno responde a las mayores dificultades que las mujeres enfrentan para combinar el trabajo asalariado con el cuidado de hijos pequeños. En contraste, la mayoría de los hombres que regresaron lo hicieron solos. Por su parte, las mujeres zapotitecas, con más años de residencia en Nueva York, fueron más propensas a permanecer en ese lugar. Hallazgo que relacionamos con el predominio de hogares que están en una fase intermedia del ciclo demográfico, con hijos ya insertos en el sistema educativo. Además, el sector servicios en Nueva York, en el que hombres y mujeres de esta localidad se insertaron, experimentó alguna contracción, pero no expulsó masivamente a los trabajadores.