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La medicina y la investigación especial

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Generalmente se considera que la investigación espacial, dentro de su enorme costo, es innecesaria e inclusive ociosa, considerando la tétrica pobreza y hambre que hay en el mundo. En efecto, una visión superficial de esta actividad humana puede conducir a la conclusión de que hay temas prioritarios que deben de abordarse, pues es improbable que la mayor parte de los seres humanos podamos llevar a cabo, un día de nuestra efímera vida, un viaje espacial; sin embargo, esta visión superficial es particularmente parcial y no refleja la verdadera importancia de extender nuestros horizontes más allá de lo que podemos encontrar en la Tierra, que por lo pronto, representa nuestro único y perecedero hogar.

La visión del cielo y el espacio han constituido desde la más lejana historia de la humanidad un elemento de poderosa atracción sensorial e intelectiva. En efecto hay evidencias de que, incluso en la edad de piedra clasificada como el Neolítico, el hombre primitivo dejó registros en osamentas, las distintas fases de la luna. Esta información seguramente fue grabada para poder evaluar las posibilidades de predecir algún fenómeno vinculado con la cacería o la recolección de plantas de modo que pudiese tenerse acceso a mejores fuentes de alimentación, considerando los fenómenos migratorios o estacionales de los seres vivos que circundaban en su periferia, o los tiempos adecuados de siembras y cosechas.

Pero la visión del cosmos era extremadamente parcial, con una gran cantidad de deducciones que giraban en torno a conceptos mágicos y religiosos que formaban parte de un conocimiento incompleto y particularmente prejuicioso; sin embargo, ya algunos filósofos de la antigüedad llegaron a la conclusión de que la Tierra era esférica concibiendo un universo geocéntrico como Platón (427 a. de la era común), Aristóteles (384 a. de la era común) y Ptolomeo (90-100 de nuestra era). Sin embargo, aún se creía que la Tierra constituía el centro del universo. Fue hasta Nicolás Copérnico (1473-1543) en el que se concibió un modelo con el Sol como un astro que ocupaba el centro de un sistema con la Tierra girando alrededor.

Otros estudios y aportaciones fueron mostrando conocimientos fascinantes. Jamás podré dejar de evaluar con un sentimiento de profunda emoción y conmovedora ternura, imaginar cómo Isaac Newton (1642-1727) pudo explicar, con su ley de la gravitación universal, la forma en la que dos cuerpos se atraen, dependiendo de la masa que poseen y la distancia que las separa. Este extraordinario logro fue alcanzado con un cerebro portentoso, estudio, observación y una asombrosa capacidad de análisis, sin instrumentos de medición astronómica como los que actualmente nos permiten evaluar el universo, teniendo acceso a tecnologías que representan portentosos aparatos de capacidades inimaginables que extienden nuestros sentidos a magnitudes insólitas.

Muchos elementos que ocupamos en la actualidad son producto de la investigación espacial y constituyen algo tan cotidiano, que dejamos de imaginar cómo fue que se construyeron. Vamos perdiendo nuestra capacidad de asombro y solamente mostramos expresiones de preocupación, cuando por una razón o por otra, perdemos acceso al ya imprescindible acceso a la red y a la telefonía celular. Nuestra vida gira en torno al “sistema” y cada vez es menos frecuente que este sistema… se caiga.

Es muy difícil poder cuantificar el impacto de la investigación espacial en nuestras vidas cotidianas. Los beneficios que hemos adquirido son inconmensurables y abarcan temas tan disímbolos como la seguridad ante la delincuencia (rastreos digitales que establecen las corporaciones policiacas para comprender el comportamiento y movimientos de malhechores), la mirada interrogante que mostramos ante la nota periodística que nos previene de la probabilidad, alta o baja, de estar expuestos a una lluvia pertinaz, un ligero chapuzón cuando nos dirijamos a la labor cotidiana; o el bloqueador solar que hemos de ponernos para evitar el efecto de la luz ultravioleta y así, prevenir el envejecimiento prematuro y las arrugas que preocupan tanto a las personas de sexo femenino.

La tecnología espacial indudablemente tiene como fin hacer de nuestra vida algo mejor. Los desastres naturales como huracanes pueden prevenirnos de modo que podamos actuar en consecuencia, con medidas de recelo tan obvias como guarecerse en casa o inclusive, evitar el viaje vacacional hasta que se den tiempos mejores. Esta trascendencia de las barreras que nos impone nuestro entorno nos proporciona información que nos permite, sin lugar a dudas, establecer decisiones que son verdaderamente sorprendentes.

Hablando en términos de los avances en el conocimiento de las enfermedades y los abordajes terapéuticos, ahora podemos conocer mejor nuestra genética, los comportamientos óseos ante la temida osteoporosis, sistemas de localización de personas con enfermedades como Alzheimer (que en el pasado se perdían en una forma inexorable), telemedicina (es decir, información médica que se puede adquirir remotamente), asistencia para personas con discapacidades, modelos matemáticos y estadísticos para prevenir enfermedades, monitoreo de condiciones médicas por periodos prolongados para poder definir el comportamiento orgánico en función del tiempo, cirugía robótica, alimentaciones especiales, ultrasonidos de muy alta resolución para efectuar diagnósticos no invasivos y sorprendentemente precisos, diseño de prótesis que potencializan las capacidades de las extremidades y un largo etcétera.

En México, el primer cardiólogo que recibió un electrocardiograma desde el espacio fue el doctor Ramiro Iglesias Leal (1925-2021) que, por cierto, recientemente fallecido en el mes de enero de este año, no ocupó en una forma importante los espacios periodísticos.

La sociedad mexicana está polarizada y sumida en el prejuicio de la banalidad. Por esta razón, en general, la investigación espacial es menospreciada, incluso en una forma más hundida que la investigación en general. Por esta razón es fundamental que se impulse a los jóvenes para que dirijan la atención al espacio, en formas tan simples como mirar al cielo en días soleados, nublados, o en las noches de luna o de estrellas. Esta simple acción debe de generar sentimientos de profunda conmoción, pues fue este mismo cielo en el que Newton, apenas con su cerebro, dedujo en una forma admirable que dos cuerpos se atraen en una magnitud directamente proporcional a su masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa.

 

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