El amor te hará inmortal

** Gener, Ramon. (2021). El amor te hará inmortal. Música memoria y vida. Penguin Random House Grupo Editorial.

** Gener, Ramon. (2021). El amor te hará inmortal. Música memoria y vida. Penguin Random House Grupo Editorial.

Toree del Lago, 1 de agosto de 1909

 

La capacidad de asombrar al hombre que poseen muchos fenómenos naturales es la razón de que algunos de ellos se hayan convertido en mitos, como, por ejemplo, el arcoíris. Muchas culturas han imaginado el arcoíris como un símbolo ancestral divino: los judíos, los nórdicos, los celtas, los tibetanos, los romanos y, claro está, también los griegos. Para ellos el arcoíris era el puente que unía el reino de los dioses y de los hombres. El puente por el que un precioso ángel alado, la diosa Iris, anunciaba y portaba los mensajes de los dioses, de los héroes y de los hombres.

En la Ilíada, Homero otorgó a Iris un importante papel. Su nombre sirvió al poeta para designar tanto el fenómeno atmosférico como la personificación de la diosa cuyo vuelo producía dicho fenómeno al atravesar el cielo. Para Homero, Iris era ligera como el aire y rápida como el viento. Según el poeta, era como un ángel con alas de colores brillantes las más veces y de rojo azafrán las otras. La diosa, en el cumplimiento de su misión como mensajera a las órdenes de Zeus y Hera, procuraba el buen entendimiento entre los personajes que conectaba, infundía deseos en el corazón de los mortales y metamorfoseaba su apariencia para que las misivas que portaba surtieran el efecto deseado.

Ella también fue un ángel, también fue una mensajera. Igual que Iris, era guapa, cándida, amable y servicial. Prácticamente perfecta. Tenía sólo dieciséis años cuando entró al servicio de los Puccini. Doria Manfredi había aceptado el puesto contra los deseos de su familia. En la Torre del Lago todos le habían advertido sobre el mal genio de Elvira, la mujer de Giacomo Puccini. Le habían prevenido sobre su predisposición a los celos patológicos y sobre la susceptibilidad de Puccini a los encantos femeninos. Pero ella aceptó el trabajo. Así como Iris estuvo al servicio de Zeus, la admiración de Doria por Puccini la puso al servicio del compositor.

En primera instancia se convirtió en la enfermera de Puccini. Le cuidó en su convalecencia después del accidente de automóvil sufrido por el compositor en 1903. A partir de ahí se responsabilizó de muchos quehaceres de la casa y pasó a ser casi imprescindible. Una verdadera perla doméstica. Después de cinco años trabajando de manera ejemplar, la  mente de Elvira empezó a cavilar sospechas de <<conducta inmoral>> entre su marido y Doria.

Elvira inició una caza de brujas. Empezó a lanzar acusaciones contra la joven, arguyendo pruebas de su mala conducta y divulgando que la había sorprendido in fraganti con su marido. Todo falso, todas mentiras. Cierto que Puccini tenía fama de seductor y que algunas veces había resbalado por el tobogán de la infidelidad para encontrar la inspiración. Cierto que Doria sentía una extrema admiración por él. Pero eso era todo. Puccini nunca le puso la mano encima, ni siquiera para darle la más inocente caricia. Pero Elvira la odiaba. La despidió y, no satisfecha con esto, recorría Torre del Lago persiguiéndola por las calles tildándola de perdida, de arrastrada, de puta y de ramera. Habló con el cura local, el padre Michelucci, para que la obligara a abandonar el pueblo.

Alarmado por el comportamiento de su mujer, Puccini decidió alejarse y huir al hotel Bellevue de París por algún tiempo. El ambiente en Torre del Lago se había vuelto irrespirable. Puccini escribió una carta a Doria y se vio en secreto con ella un par de veces. Demacrada y desesperada como estaba, el compositor quedó destrozado y se apiadó de ella.

Puccini pensó en largarse y empezar una nueva vida lejos de su esposa. Llegó a pensar incluso en el suicidio. Se sentía acosado por Elvira. Era como si le espiara. En su propia casa, se sentía prisionero y sin aire. Privado de libertad y sin la calma necesaria para trabajar en su nueva ópera, necesitaba huir. Pero ¿cómo irse del único lugar en el que era capaz de componer?

Elvira siguió persiguiendo a Doria. Apenas salía de su casa, le gritaba calumniándola por todo el pueblo. La amenazaba con ahogarla en el lago. Puccini y sus amigos intentaron calmarla, pero no sirvió de nada. Al final, la pobre Doria, ante el infierno y la deshonra que estaba viviendo, decidió poner fin a su vida. El 23 de enero de 1909 se tomó algunas tabletas de sublimado corrosivo en la casa de su madre y, tras cinco días y cinco noches de atroz tormento, murió.

Todo el pueblo se tornó contra los Puccini. En un intento por aclarar los hechos, las autoridades ordenaron un examen médico del cadáver de Doria. El resultado fue concluyente: Doria Manfredi era virgo intacta.

 

Del autor: Mi Padre murió dos veces. La primera, una mañana soleada en la que el Alzheimer nubló su mente y me olvidó. La segunda, tres días antes de Navidad, cuando, convertido en el Bolero de Ravel, dejó de respirar.

Aislado del mundo entre sentimientos de culpa y alivio, no  podía dejar de llorar y soñar con él. Perdido en su enorme ausencia, busqué una explicación a todas las emociones que me abrumaban en las vidas de otros hombres y mujeres que habían pasado por lo mismo que yo. De la  mano de las diosas griegas del destino, emprendí un viaje por el espacio y el tiempo para encontrar respuestas. Volé hasta el cuchitril en el que Verdi compuso Nabucco; estuve en la brumosa estación de tren en la que Clara Schuman se despidió para siempre de Johannes Brahms; asistí a la noche mágica en la que Joaquín Rodrigo dio vida al Concierto de Aranjuez… Y recordé la tarde de primavera en la que mi padre llegó a casa con tres pequeños cipreses.

Ellos me descubrieron el camino de regreso a la vida. Ellos me ayudaron a evitar que mi padre muriese por tercera vez. Ellos me enseñaron que sólo el amor puede hacernos inmortales.

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