El último duelo

** Jaqger, Eric. (2004). El último duelo. Una historia real del crimen, escándalo y juicio por combate en Francia medieval. Barcelona: Ático de los libros

** Jaqger, Eric. (2004). El último duelo. Una historia real del crimen, escándalo y juicio por combate en Francia medieval. Barcelona: Ático de los libros

En 1386, pocos días después de Navidad, una multitud, que incluía al mismo rey de Francia, se congregó en un monasterio de París para presenciar un juicio por combate cuyos contendientes, el caballero Jean de Carrouges y el escudero Jacques Le Gris, se habían hecho famosos en todo el país.

Solo unos meses antes, a su regreso de una campaña en Escocia en medio de la guerra de los Cien Años, Carrouges había recibido una terrible noticia: su esposa, la hermosa Marguerite, había sido víctima de una brutal violación a manos del que había sido su amigo, Le Gris, quien negaba los hechos. Carrouges llevó su pleito al Parlamento de París.

Una vez que el parlamento anunció la investigación, Jean de Carrouges y Jaque Le Gris empezaron a preparar sus declaraciones. La corte exigía que todas las pruebas se presentaran por escrito. Aunque no se permitía a las mujeres presentar cargos en casos penales. Marguerite, como principal testigo del caso, claramente testificó, pues las actas oficiales muestran que <<cierta información llegó por la declaración o juramento de la citada Marguerite ante nuestra corte>>. De hecho, la dama de Carrouges fue <<intensa y largamente interrogada y examinada>> sobre sus acusaciones contra el escudero.

Un comentario de Jacques Le Gris indica que Marguerite compareció ese verano ante el rey y el pleno del Parlamento en el Palacio de Justicia igual que había hecho su padre citado allí cuarenta años antes para responder a una acusación de alta traición. Le Gris testificó que <<nunca había visto o hablado con>> la dama, excepto en una ocasión, en Normandía (en la casa de Jean Crespín, dos años antes, y ahora, en presencia del monarca, <<como parte en este proceso>>.

Así pues, el caballero, el escudero y la dama testificaron en su francés normando nativo. No tenemos ninguna transcripción directa de sus testimonios orales, pero los archivos oficiales del Parlamento contienen un resumen detallado del caso, redactado el latín y escrito por uno de los escribas profesionales de la corte llamados greffiers. Este resumen, que sobrevive en una sola copia manuscrita, llega a las casi diez páginas de tamaño folio de escritura apretada en una desteñida tinta marrón. Incluye el detalle de los cargos contra el escudero, basados en el testimonio jurado de su esposa, seguidos de la larga y formidable defensa del escudero.

Hay una cuestión que, al parecer ninguno de los hombres mencionó en la corte, pero que potencialmente podía afectar al caso y que haría más evidente a medida que la investigación progresara durante el verano: el embarazo de Marguerite.

No podemos estar seguros de quién era el padre del hijo que llevaba Marguerite en su vientre, si el caballero, el escudero o algún tercero. Pero, puesto que no tuvo hijos durante los cinco o seis primeros años de su matrimonio y que luego quedó embarazada alrededor de enero de 1386 y dio a luz a un bebé más tarde ese mismo año, es posible que el padre fuera Jacques Le Gris.

Sin embargo, cabe la posibilidad de que los magistrados del Parlamento de París dudaran de que Marguerite pudiera haber quedado embarazada a raíz de la presunta violación. Una teoría de la reproducción humana muy en boga en la época, basada, nada menos, que en las enseñanzas de Galeno (c. 200 d. C.), sostenía que la <<semilla>> femenina necesaria para la concepción, junto con el varón, solo se liberaba si la mujer tenía orgasmo, lo que conllevaba que <<la mujer no podía concebir si no participaba plenamente en el coito>>. Esta convicción estaba tan extendida en la Edad Media que la <<la ley reconocía que la violación, por lo tanto, no podía provocar embarazo>>. Es obvio que esta idea resulta absurda a ojos modernos, pero en la edad media se sostenía no solo por criterios médicos, sino por el deseo de proteger los linajes familiares de contaminación accidental o criminal, especialmente entre la nobleza terrateniente. Sobre la pureza de un linaje noble siempre pendía la posibilidad de un adulterio, de modo que la idea de que la violación pudiera producir también hijos ilegítimos, y contaminar todavía más las líneas de parentesco, era una posibilidad amenazadora que se negaban siquiera a considerarla. Era impensable que un hombre violara a la esposa de otro y, mediante ese mismo acto criminal, impusiera un hijo ilegítimo a la víctima y a su marido.

Después que los jueces acabaran de deliberar sobre el caso, habían escrito su fallo en un pergamino, en francés.

—En el caso presentado ante el rey nuestro señor, la apuesta de batalla entre, de una parte, el caballero Jean de Carrouges, querellante y apelante, y, de otra, el escudero Jacques Le Gris, acusado, la corte ha considerado el asunto y llegado a la siguiente decisión sobre dicho caso: la corte ordena un juicio por combate entre las partes.

La fecha fijada para el enfrentamiento fue el 27 de noviembre. Todavía quedaban más de dos meses y sería bastante después de que Marguerite diera a luz. Pero, al fin, la pareja tendría su día de ajuste de cuentas.

 

Combate mortal

 

Celebradas todas las ceremonias y pronunciadas todas las palabras necesarias, había llegado el momento de la batalla. Jean de Carrouges y Jaques Le Gris desaparecieron dentro de sus respectivos pabellones, donde los miembros de sus séquitos inspeccionaron sus armaduras y armas por última vez. Los sacerdotes se apresuraron a retirar el altar, el crucifijo y el libro de plegarias del campo, cuidando de no olvidarse ningún objeto sagrado.

Cuando ambos combatientes hubieron señalado que estaban listos, y todo el mundo hubo abandonado la liza por las puertas, un heraldo salió de nuevo al centro del campo. En pie, con la vista fija en el rey, esperó en total silencio. Al callarse por completo la multitud, los únicos sonidos que se oían eran al flamear de los pendones sobre los pabellones rojo y plata y los buficos de los caballos, que estaban preparados junto a los escabeles de montar.

De repente en voz muy alta para que lo oyeran desde ambos extremos del campo, el heraldo gritó:

—Faites vos devoirs! [¿Cumplid con vuestro deber!].

<<Los dos hombres combatirán a caballo y a pie, armados según les plazca, con cualquier arma o instrumento de ataque o defensa, excepto armas o instrumentos de diabólica factura o hechos con hechizos o encantamientos, o cualquier otra cosa que esté prohibida por Dios o la Santa Iglesia a todos los buenos cristianos.

>>Los dos combatientes deben jurar y declarar que, si no place a Dios que derroten a su enemigo o lo expulsen del campo antes de la puesta del Sol, aceptarán presentarse de nuevo al día siguiente para reanudar el combate…

 

Eric Jager es crítico literario y especialista en literatura medieval. Es doctorado por la Universidad de Michigan, y ha sido profesor en la Universidad de Columbia y en la Universidad de California en Los Ángeles, donde actualmente enseña Literatura Medieval. Junto con El Último Duelo, es autor de The book of the Heart y Blood Royal: A true Tale of Crime and Detection in Medieval Paris, así como numerosos artículos para prestigiosas revistas académicas, vive en Los Ángeles.

 

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