Hace aproximadamente 12 mil años, durante el Neolítico, el surgimiento de la agricultura revolucionó la historia, transformando el modo de vida y la supervivencia humana por completo. Cultivar la tierra, como base de la producción propia de los alimentos, permitió a la humanidad introducir cambios tan trascendentales como el sedentarismo y la formación de poblaciones que han marcado por completo el desarrollo de nuestra historia (Pool et al., 2015). Desde entonces los sistemas sociales humanos se han adaptado y coevolucionado con su ambiente y, a su vez, los ecosistemas se han modificado a los sistemas sociales humanos. Inició la construcción de un bagaje de conocimientos empíricos a través de miles de años por los pueblos antiguos para el aprovechamiento óptimo de los recursos disponibles en su medio, desde la domesticación de plantas y animales, invención de herramientas de trabajo, hasta la selección de variedades, lo cual se logró con la observación y experimentación con base a su utilidad alimenticia, medicinal o de vestimenta. Estos conocimientos fueron transmitidos de generaciones en generaciones y, hoy en día, son memoria colectiva viva y denominados saberes agrícolas tradicionales, sabiduría popular o conocimiento campesino (Trolle et al., 2002).
El estudio de los saberes tradicionales está a cargo de la “etnociencia”, la cual tiene el objetivo de estudiar ideas, procesos y formas de relación, bajo las dimensiones de tiempo y espacio entre los pueblos o poblaciones humanas y las especies y ecosistemas.
La ciencia durante siglos ignoró la existencia, características y potencialidades de la sabiduría de los pueblos originarios. Ahora se promueve intercambiar estos conocimientos a través de la construcción de paradigmas alternativos y puentes de intercambio entre diferentes sistemas de conocimiento, uno de estos puentes se ha denominado “diálogos de saberes”.
En 1978 la edafología, ciencia que estudia la composición y naturaleza del suelo y su relación con las plantas y el entorno que le rodea; a través de las investigaciones de la doctora Bárbara J. Williams en el municipio de Tepetlaoxtoc, estado de México, sobre la taxonomía de suelos folklóricos de América Central, incursiona en el reconocimiento y valorización de los saberes campesinos y surge en México la “etnoedafología”. Desde la publicación de sus resultados en 1980, esta nueva rama de las ciencias del suelo ha evolucionado desde el punto de vista conceptual y metodológico (Ortíz-Solorio et al., 2001). La etnoedafología fue definida por Barrera en 1983, como una disciplina híbrida, encargada del estudio de la percepción campesina de las propiedades y procesos del dominio del suelo, su nomenclatura y taxonomía, su relación con otros factores y fenómenos ecológicos, así como su manejo en la agricultura y su aprovechamiento en otras actividades productivas.
Estos saberes campesinos no se obtuvieron a través del método científico ni utilizando los instrumentos, conceptos y métodos de la edafología moderna. Son conocimientos obtenidos mediante observaciones agudas del ambiente y sus interacciones con los cultivos anuales en los procesos productivos durante cientos de años. Este proceso de aprendizaje mediante la prueba y el error (mayores pruebas exitosas que erróneas) permitió a las culturas indígenas y campesinas acumular aprendizajes sobre los suelos, asociados con su manejo y aprovechamiento. Entender y utilizar los saberes tradicionales ha mostrado un impacto positivo en la recuperación de la fertilidad. Hoy en día, el éxito de la incorporación y adaptación de nuevas tecnologías en la producción de alimentos depende, en gran medida, de la participación de la población local para su validación.
Varios estudiosos de la etnoedafología han realizado registros vinculados con los idiomas maya yucateco, maya tzotzil, náhuatl, purépecha y otomí, entre otros. También han investigado acerca de las clasificaciones campesinas de suelos en San Salvador Atenco, estado de México; Jamapa, Veracruz, y Chiapa de Corzo, Chiapas. Los principales indicadores de clasificación pautados por la etnoedafología son textura, color, contenido orgánico, drenaje, salinidad, profundidad, pedregosidad, topografía, tipo de uso, capacidad productiva, ambiente, erosión, manejo y fertilidad.
Resulta fundamental rescatar y registrar estos conocimientos con apoyo de los productores campesinos de México, con quienes se requiere establecer comunicación en sus idiomas maternos. La transmisión oral de las enseñanzas en torno a los suelos se enmarca en un rubro que forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (Unesco, 2003): la transmisión milenaria de conocimientos en torno al uso de los recursos naturales. Este conocimiento está en constante transformación y también en riesgo de perderse por la erosión cultural derivada de la modernidad. A partir de las experiencias respecto al uso de la clasificación indígena y campesina de suelos, es preciso documentar científicamente los saberes desarrollados a través de muchas generaciones. Es indudable que este conocimiento, basado en una filosofía de coadyuvar con la naturaleza de una manera armónica, contribuirá con las investigaciones científicas para aprovechar los recursos naturales de una mejor manera.
Es necesario pensar en un desarrollo basado en los pueblos y la gente que los integra, distinto al desarrollo occidental, en donde los pueblos originarios diseñen, a partir de su realidad concreta, recursos disponibles y aspiraciones, procesos de mejoramiento de sus condiciones de vida.
Desde esta perspectiva, es necesario redoblar los esfuerzos por hacer posible la construcción de alternativas al desarrollo agrícola, desarrollo sustentable, desarrollo comunitario o “etnodesarrollo”, en donde se contemplen en la política pública los saberes tradicionales, con el objeto de no perder elementos valiosos para la apropiación y reinterpretación de los recursos locales. La continuidad de la implementación de los saberes agrícolas en los sistemas de producción puede ser una alternativa sustentable y una vía rápida para alcanzar la soberanía alimentaria. Ello nos invita a repensar en el desarrollo local desde una visión sistémica y compleja con un enfoque transdisciplinario, donde los recursos locales y sus saberes asociados sean recuperados a través de interpretaciones innovadoras, que respondan a las actuales necesidades sociales.
Actualmente, existe una revalorización social del etnoconocimiento más allá del ámbito local en que se desenvuelve, puesto que este acervo de saberes contribuye a la discusión sobre problemáticas de interés más general, como la seguridad alimentaria, la producción campesina, la diversidad biológica y la diversidad cultural. De esta manera, el etnoconocimiento juega un papel relevante en las discusiones sobre el bienestar futuro de la sociedad y la etnoedafología se posiciona como una ciencia de importancia socio-ambiental, que debe ser impulsada desde el trinomio academia-sociedad-gobierno, a través de transformaciones estructurales, en un marco de respeto a la diversidad de los distintos contextos socioculturales.
Referencias
Ortíz-Solorio, C. y Gutiérrez-Castorena, M. C. 2001. La etnoedaología en México una visión en retrospectiva. Etnobiología. 1: 44-62.
Pool N. L., Álvarez, S. J. D., Mendoza, V. J. 2015. Dime cómo te llamas y te diré qué suelo eres. Ecofronteras. Vol.19 (55). Pp. 6-9.
Trollet, A., Rosas, A., Martínez, R., López, M. y Pascual A. 2002. Etnoedafología tradicional: la clasificación de los suelos por los nahuas y Zoque-Popolucas. Sociedades Rurales, Producción y Medio Ambiente. 3(1): 75-84.