Suelos y soberanía alimentaria

El suelo es un bien natural indispensable para la seguridad y soberanía alimentaria, juega un papel importante en el desarrollo sostenible de la agricultura, así como en las funciones esenciales de los ecosistemas; por lo tanto, es un factor clave para sostener la vida en la tierra. Sin embargo, si tomamos en cuenta que la formación de 25 milímetros (mm) de suelo superficial requiere de 300 años, su pérdida no es recuperable en el marco de tiempo de una vida humana, por lo que se considera un bien natural no renovable.

Las principales actividades humanas responsables de la pérdida de valor del suelo son la agricultura intensiva, el sobrepastoreo y la deforestación, las cuales implican un trabajo constante e intensivo en el suelo, donde se emplean grandes parcelas de monocultivos, que agotan los nutrientes de la tierra; además utilizan maquinaria y procedimientos dependientes del petróleo y la industria agroquímica, contaminan y empobrecen la biodiversidad, eliminando gran parte de la cubierta vegetal, cuyas raíces previenen la erosión del suelo.

La FAO (2009) estima que más del 90 por ciento de los terrenos agrícolas de la Tierra estarán degradados en el 2050. El suelo degradado es infértil y puede llegar a reducir gravemente su rendimiento agrícola, por lo que recuperar la fertilidad de los terrenos degradados es esencial para que una región se dirija hacia una mayor soberanía alimentaria.

Por otra parte, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la ONU en 1948, se establece el Derecho a la Alimentación, que instituye el derecho de todas las personas al acceso a una alimentación adecuada y a los recursos necesarios para tener en forma sostenible seguridad alimentaria. A su vez: “La seguridad alimentaria existe cuando todas las personas tienen, en todo momento acceso físico y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades alimenticias y sus preferencias, a fin de llevar una vida activa y sana”. (FAO, 1996).

Partiendo de esta premisa ¿es seguridad alimentaria sinónimo de soberanía alimentaria? Generalmente estos conceptos suelen confundirse y mezclarse, y por ende no se comprende el concepto de soberanía alimentaria. La seguridad alimentaria orienta el discurso y la política pública hacia la idea de proveer alimentos sin importar su procedencia, mientras sean baratos y de fácil provisión. Comúnmente las acciones que parten de la seguridad alimentaria dan prioridad a la productividad por sí sola, que suelen satisfacer intereses corporativos que a su vez causan el deterioro irreversible sobre los suelos.

Frecuentemente, se parte de la idea de que el problema del hambre en el mundo es la escasez, por lo que es necesario incrementar la producción. Sin embargo, el hambre tiene como causa principal la mala distribución y la especulación alimentaria: el aumento de la productividad incentiva la acumulación del control de la producción de alimentos en manos de grandes trasnacionales que conforman la cadena alimentaria industrial.

Al focalizar la solución en técnicas que aseguren la mayor producción se apuesta a la modificación genética de las semillas y su privatización, así como al mayor uso de pesticidas nocivos para la salud. La pérdida de diversidad genética y la uniformidad genética provoca enfermedades que ponen en gran riesgo los cultivos, que implica la disminución de la rotación de los mismos, una de las causas del agotamiento de los suelos.

Por otra parte, la agroindustria usa solo 16 especies de cultivos para 86 por ciento de su producción, mientras que las redes campesinas crían, protegen y donan al mundo más de 2 millones 100 mil variedades de plantas comestibles; las grandes trasnacionales seguirán siendo la punta de lanza en el ámbito agrícola y alimentario y son las que recibirán el gasto público de los países destinado a estos ámbitos, priorizándose con esto, el lucro de la agroindustria con la privatización de bienes comunes como las semillas y los suelos.

Al imponerse la agroindustria se debilita la producción campesina tradicional y la vuelve dependiente, porque su modalidad es la sobreproducción en sistemas de monocultivos, con técnicas e insumos que abaratan costos y les da la opción de controlar precios internacionales, por lo cual no es posible hablar de soberanía alimentaria campesina o indígena, ni tampoco del consumidor, cuyo rol es determinante en el marco de la gestión alimentaria.

Además la agroindustria genera en suma de 44 a 57 por ciento de todas las emisiones que provocan el cambio climático, representa del 15 al 20 por ciento de transportes, procesamientos de empacados y refrigeración. Contamina 70 por ciento del agua potable y es responsable de 15 a 18 por ciento de la deforestación; a su vez, produce entre 11 y 15 por ciento de los gases de efecto invernadero que conlleva un alto costo energético y ecológico. Y paradójicamente no alimenta más de 30 por ciento de la población mundial; 70 por ciento restante de la población planetaria se alimenta de la red campesina, donde el cuidado del suelo y su fertilidad es parte esencial de los métodos de producción.

Ante esta panorámica urge el replanteamiento de las políticas y acciones dirigidas al cuidado de los suelos y la alimentación, los recursos públicos deben redirigirse a las redes campesinas que priorizan la agricultura ecológica, basada en la diversidad genética y cuidado de los ecosistemas locales. La comprensión de la interrelación entre los problemas ecológicos y el agotamiento de los métodos de producción industriales es el primer paso para emprender acciones eficaces para evitar la pérdida del suelo y asegurar la soberanía alimentaria.

Al retomar la pregunta ¿es seguridad alimentaria sinónimo de soberanía alimentaria? No, no es lo mismo; la soberanía alimentaria implica autonomía, es como lo afirma La Vía Campesina (Movimiento campesino Internacional) “El derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, que sean accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, es el derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo, es el derecho de los campesinos a producir alimentos y el derecho de los consumidores a poder decidir lo que quieren consumir y, cómo y quién se lo produce”.

Sus fundamentos están basados en la pequeña y mediana producción, en el respeto a las diversas culturas, la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, la comercialización sustentada en la economía circular y solidaria, en la gestión de los espacios rurales, donde la mujer juega un papel fundamental.

Se cimienta en los principios de la agroecología asentados en la conservación de bienes naturales y recursos agrícolas, el uso de recursos renovables, la minimización del uso de agroquímicos, en el manejo adecuado de la biodiversidad, la maximización de beneficios a largo plazo y la conexión directa entre agricultores. Las prácticas agroecológicas involucran el manejo y conservación de suelos, la rotación de cultivos, los policultivos, controles biológicos de plagas y enfermedades, la implementación de sistemas agroforestales, la aplicación de abonos verdes y la lombricultura.

Priorizar el derecho humano y garantizar la seguridad alimentaria están comprendidos en la Soberanía Alimentaria, que sustentada en la agroecología promueve suelos sanos y fértiles, que aseguran alimentos sanos y por ende contribuye al fortalecimiento de la soberanía nacional.

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Referencias

 

Declaración Universal de Derechos Humanos. www.un.org. 6 de octubre de 2015. Consultado el 13 de junio del 2022.

 

FAO (1996) Cumbre Mundial sobre la Alimentación.13-17 noviembre de 1996. Roma, Italia.

 

FAO. (2009). La agricultura mundial en la perspectiva del año 2050. Foro de expertos de alto nivel  “Cómo alimentar al mundo 2050”. 12-13 octubre 2009. Roma, Italia.

 

La Vía Campesina. (2003). Qué significa soberanía alimentaria. www.viacampesina.org. 15 enero 2003. Consultado el 13 de junio del 2022.