Esplendor y fin de una época
Cuando el barón de Humboldt visitó México escribió: México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población”. Hablando de fortunas, Humboldt puntualiza que en Lima, el vecino más rico sólo alcanzaba una renta anual de 4 000 pesos; en Caracas los más prósperos hacendados percibían 10 000 pesos; en la Habana, el cultivo de la caña de azúcar y el empleo de esclavos negros proporcionaba una renta de 30 000 a 35 000 pesos, mientras que en México había hacendados que, aparte de las minas, disfrutaban una renta anual de 200 000 pesos fuertes.
El conde de la Valenciana poseía fincas en el altiplano valuadas en 5 000 000, sin contar los 70 000 pesos de ganancia que le dejaba su famosa mina; el conde de Regla, gracias a la veta de La Vizcaína, pudo regalarle al rey dos grandes navíos de caoba, y el marqués de Fagoaga obtuvo un beneficio neto de 4 000 000 en cinco meses de explotar una sola veta. Sin embargo, el dinero ganado rápidamente —subraya Humboldt— se gasta con la misma facilidad…
Introducción
La mayor figura política y militar de la Independencia es José María Morelos y Pavón (1765-1815).
La lucha de Independencia la inició el domingo 15 de septiembre de 1810 Miguel Hidalgo, el párroco de Dolores, y se puso en marcha hacia Guanajuato con un improvisado ejército que aumentaba continuamente.
Sin embargo, la carrera militar de Hidalgo duró sólo un par de meses y murió dignamente ante el paredón. La causa de la insurgencia quedó en manos de otro párroco aldeano, José María Morelos. Mucho más radical que Hidalgo, como lo demostró en su acta de independencia y en su Decreto Constitucional, Morelos era también dueño de un talento estratégico que le permitió dirigir brillantes campañas, poner en jaque a los realistas y resistir en Cuautla el sitio de Calleja, hasta que finalmente fue derrotado en Valladolid (la ciudad en que nació y que hoy se llama, en su honor, Morelia) por un oficial criollo, Agustín de Iturbide. Morelos amenazó siempre la ciudad de México pero sólo entró en ella como prisionero en 1815. Fue degradado sacerdotalmente en la Inquisición y lo ejecutaron en San Cristóbal Ecatepec.
Morelos dio su vida por la independencia de México; defendió la igualdad de todos los mexicanos, su absoluta libertad y su trato fraternal. Deseaba que la población de la patria liberada gozara de todos los derechos consagrados en la carta magna.
Morelos se sacrificó para salvar la Constitución. Se adelantó a Lincoln en decretar la anulación de la esclavitud. Asimismo, se anticipó cien años a Emiliano Zapata en el reparto de tierras de los grandes latifundios en manos de terratenientes. En ese periodo, es casi increíble que el cura de un poblacho defendiera unas ideas que hoy las Naciones Unidas tanto se empeñan en cristalizar.
Morelos tuvo los golpes de genio que le faltaron a Hidalgo; el prestigio militar que no conoció Juárez; la victoria, que negó a Degollado sus laureles; la muerte luminosa y tremenda en las aras de la Patria que no fue concedida por el destino ni a Juárez ni a Zaragoza para coronamiento de sus vidas heroicas. El hombre que desdeñó el título de Alteza y prefirió ser llamado Siervo de la Nación; el que antes de morir reconoció a Hidalgo como su maestro, aceptaría sin duda, mejor que la soledad olímpica de un trono imaginario, la compañía de sus hermanos en patriotismo y grandeza, todos reunidos y equiparados.
General, no capellán
Al saber que su antiguo rector Hidalgo estaba luchando por la independencia, Morelos recorrió a caballo más de 100 kilómetros en su busca. Lo encontró al fin en Charo, acompañado de Allende. La leyenda cuenta que se acercó Morelos con embarazo a Hidalgo y sus acompañantes, Ignacio Allende y el doctor Castañeda, y pidió se le admitiese como capellán del ejército insurgente, para lo cual tenía licencia; sin embargo, Hidalgo lo nombró general, en lugar de capellán, indicándole “los elementos constitucionales que conferenciamos con el Sr. Hidalgo”.
El genio de Morelos
Morelos era un genio militar por nacimiento. Intuía lo que otros no lograban aprender con años de estudio en las academias. Hidalgo no pudo alcanzar el triunfo, le faltó lo que en Morelos era propio: la astucia e inteligencia; el vigor físico (era un incansable jinete) y la capacidad militar; el don de mando y de organización; la energía para castigar la traición y la deslealtad. Las autoridades virreinales nunca supusieron que las verían con un hombre así, y habrían de lamentar las pérdidas por más de 40 millones de pesos, resultado de las acciones militares de Morelos en tres años de lucha; 36 combates y 25 victorias insurgentes.
Dice Teja Zabre que [para 1814] Morelos y sus jefes eran obedecidos; recaudaban impuestos; organizaban tropas; nombraban dignatarios y empleados civiles, militares y eclesiásticos, y cumplían todas las funciones de un gobierno en la región que se extendía desde Guatemala hasta Colima, es decir, los actuales estados de Oaxaca, Guerrero, el sur de Veracruz, Puebla, México y Michoacán. El virrey de la Nueva España dominaba el resto del país.
“Sentimientos de la nación”
Los 23 puntos presentados por Morelos en Sentimientos de la Nación son la base de la Independencia y constituyen al acta de nacimiento de México como nación. Esta obra es sin duda uno de los grandes textos políticos mexicanos que coincide en varios puntos, y en ciertos casos aventaja al conjunto de ideas en que se inspiraron la guerra de independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa.
Declaran a la América “libre e independiente de España y de toda otra nación, gobierno o monarquía”; hacen de la religión católica la única “sin tolerancia de otra”; aseguran que la soberanía dimana “inmediatamente del pueblo”, el que sólo quiere depositarla en sus representaciones; dividen los poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial; piden que el gobierno liberal sustituya al tiránico; exigen que se moderen la opulencia y la indigencia y se aumenten el jornal del pobre, de modo que pueda mejorar sus costumbres, se alejen la ignorancia, la rapiña y el hurto; reclaman que las leyes generales comprendan a todos y por tanto queden abolidos los fueros que privilegiaban a religiosos y militares.
El punto 15 proscribe para siempre la esclavitud y la distinción de castas, “quedando todos iguales y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”. Pide a continuación que se acaben la infinidad de tributos e imposiciones y por todo impuesto se cobre a cada individuo el cinco por ciento de sus ganancias, y que la tortura quede prohibida por la nueva legislación.