Siempre me ha incomodado que cualquier persona me haga recomendaciones orientadas a mejorar mi estado de salud aun cuando saben que soy médico, como si no supiera lo que sé que debo hacer, incluyendo la necesidad de acudir con un profesional cuando debo abordar mis problemas de enfermedades. En el pasado solía responder en una forma particularmente agresiva; sin embargo, al pasar de los años y ya en edad provecta, es decir, en estado de madurez, comprendo que esta actitud no tiene rasgo alguno de maldad o perversidad, sino exactamente lo contrario. Del mismo modo, antes contestaba en una forma muy violenta cuando se me proponían tratamientos alternativos como los homeopáticos que, si bien tienen algún efecto positivo en algunas personas, este es definitivamente lo que se denomina en ciencia “efecto placebo”, es decir, algo que se presenta con la forma de un medicamento pero que es absolutamente neutro, o sea que no tiene acción biológica alguna; sin embargo, la persona a la que se le prescribe puede percibir cambios físicos y mentales debidos a la sola idea de ser curado.
Por supuesto, quienes se encuentran convencidos de las bondades ofrecidas por cualquier acción paralela a la medicina científica como elemento curativo que va más allá de una acción compleja que se relaciona estrechamente con lo mental, jamás aceptarán esto y para corroborar lo anterior, vale repasar la historia del Dr. Edzard Ernst (Wiesbaden, Alemania, 1948), quien es considerado como el primer investigador en someter a las llamadas terapias alternativas al rigor de la ciencia de forma sistemática, para llegar a una conclusión: “Remedios como la homeopatía no son más que placebo y los que la recetan violan la ética médica”.
Estas afirmaciones son particularmente toscas, agrestes, incómodas y ásperas para quien, convencido de las bondades de una alternativa para resolver los problemas de salud cotidianos, puede encontrar formas de curación distintas a las planteadas por un sistema que representa efectivamente elementos criticables de actividad que mejora en la gran mayoría de los casos, en la medida en la que se tiene poder adquisitivo; es decir, dinero.
Lo cierto es que la historia del Dr. Edzard Ernst es sorprendente. Comenzó a interesarse por la investigación formal de las terapias alternativas después de trabajar en un hospital homeopático en Múnich, Alemania, su país natal, donde la homeopatía tiene un gran arraigo y es practicada por médicos titulados, considerando, según sus propias palabras, que esto obedece a que quienes recomiendan terapias alternativas “no pueden hacer frente a las a menudo muy altas exigencias de la medicina convencional. Es casi comprensible que si un médico tiene problemas para comprender las causas multifactoriales y los mecanismos de una enfermedad o no domina el complejo proceso de llegar a un diagnóstico y la búsqueda de un tratamiento eficaz, esté tentado a emplear en su lugar conceptos como la homeopatía o la acupuntura, cuya base teórica es muchísimo más fácil de entender”.
Cuando se estudia un fármaco, se llevan a cabo investigaciones llamadas pruebas clínicas aleatorizadas doble ciego, calificativo que se refiere a que la persona que toma un medicamento y quien lo administra, ignoran qué es lo que se recibe. Es justo expresar que los protocolos que marcan las bases para llevar a cabo estos estudios son rígidos y deben de ser muy claros, para determinar si un medicamento sirve o si no.
La primera pregunta que se hizo el Dr. Ernst se orientó a un tipo de tratamiento denominado imposición de manos y que se basa en que poner en ciertas posiciones y a cierta distancia las extremidades superiores se podía curar o aliviar el sufrimiento de un enfermo. Como en este método no se pueden administrar placebos y hacer comparaciones que pudiesen ser debidamente calificadas desde el punto de vista estadístico, planteó en la cátedra de Medicina Complementaria de la Universidad de Exeter, Reino Unido, un estudio con “sanadores” y actores que fingieron estar imponiendo sus manos sobre el cuerpo de un paciente. Los resultados fueron literalmente demoledores para aquellos que fielmente creían en la terapia de imposición de manos. De hecho, los actores no solamente reflejaron cierta capacidad de curar, sino que incluso, por su posibilidad de generar una influencia, mejoraron el desempeño de los supuestos profesionales.
Posteriormente vendría una serie de estudios orientados a valorar las cualidades de la homeopatía, la acupuntura, la osteopatía y la quiropráctica, teniendo qué enfrentarse a dos fervorosos creyentes de estas terapéuticas: su madre y el ahora rey del Reino Unido, Carlos III. Más de 350 trabajos sobre esta materia le han generado una serie de conflictos caracterizados por falta de apoyos y respaldo en investigación, amenazas, presiones de las más altas esferas políticas y un largo etcétera que no le han impedido publicar sus conclusiones, resaltando el libro: Un científico en el país de las maravillas (A scientist in Wonderland), en el que menciona todas las dificultades a las que se enfrentará alguien que pretenda desentrañar críticamente las terapias alternativas.
Carlos III es un defensor de estos tratamientos. Durante años ha ejercido presiones de tipo político para que la homeopatía sea incluida en el sistema de salud británico. La falta de evidencias contundentes ha impedido este proceso, sin embargo, es necesario llevar a cabo investigaciones de alto rigor para poder determinar el beneficio de este tipo de tratamientos.
Hace algún tiempo revisé un libro de herbolaria que abandoné, pues en la medida que avancé en la lectura pude deducir que el conocimiento de las propiedades curativas de una planta no puede circunscribirse a experiencias anecdóticas de todo aquel que las recomienda. La comprensión que se debe poseer no solamente implica cuestiones sintomáticas de un padecimiento sino también características biológicas y botánicas que permitan una diferenciación clara de cada especie; también aspectos bioquímicos y ambientales en donde se dio el crecimiento de la planta, así como una gran cantidad de conceptos que solamente pueden poseer químicos, biólogos, farmacéuticos y otros profesionales que pueden vincularse en una forma muy especializada en el área de la salud.
Puedo decir, sin lugar a equivocarme, que la investigación en estas esferas, además de necesaria, es claramente insuficiente. Por otro lado, si yo pudiese invertir una fuerte cantidad de dinero en un estudio que pudiese evaluar las propiedades terapéuticas en herbolaria, un descubrimiento sería imposible de “patentar”, entendiendo esto como el hecho de que, al divulgar los hallazgos, se me pudiese generar una ganancia cobrando a todo aquel que pudiese aplicar la utilización de la planta para resolver un problema de salud.
Así las cosas, se debe de calificar a la homeopatía, la acupuntura, la osteopatía, la transposición de manos y todas las otras terapias alternativas, como pseudociencias que pueden tener consecuencias graves en la salud pública al no ser debidamente reguladas. En este sentido constituye una verdadera urgencia investigarlas como una forma de aspirar al conocimiento y a la verdad.