Historia del Alfabeto

Uno de los grandes triunfos del siglo XIX fue la lectura de los jeroglíficos egipcios

 

En Europa se hicieron muchos intentos para leer los jeroglíficos egipcios desde el siglo XVI, pues se podía disponer fácilmente de material de trabajo escrito en los obeliscos egipcios  que fueron trasladados [saqueados] de Egipto y llevados a Inglaterra. En su mayor parte, los resultados de este trabajo anterior al siglo XIX pueden dejarse de lado y clasificarse de puras conjeturas. Pero de él surgió una idea valiosa: la hipótesis del danés Zoega (1797) de que el anillo de forma oval terminado en una barra (llamado “cartucho”)         , que aparecía en las inscripciones y que contenía signos que representaban un nombre personal o una fórmula sagrada. Por medio de dichos signos se alcanzó en definitiva el éxito. Pero Zoega no pudo leer nada de ellos, porque no sabía qué nombres o palabras debía buscar. Los cartuchos, efectivamente, contenían los nombres de reyes.

 

La piedra Roseta

Sólo se logró un progreso auténtico cuando las tropas francesas del ejército de Napoleón entraron en 1799 en Roseta, hacia la desembocadura occidental del Nilo, y [encontraron] la inscripción en piedra conocida con el nombre de piedra Roseta que hoy se encuentra en el Museo Británico. La inscripción es bilingüe (escrita en egipcio y en griego). Contiene un decreto de los sacerdotes egipcios, promulgado en 196 a. c. como homenaje a la coronación del rey niño Tolomeo V en 203 a. C. y para perpetuar sus buenos actos. La piedra de Roseta misma está dañada, especialmente en su parte jeroglífica, de la cual no queda una línea intacta y aproximadamente la mitad de sus renglones se han perdido por completo.

La leyenda griega no presentó ninguna dificultad para los traductores, De Sacy y Akerblad, que comenzaron a trabajar en Francia en 1802; y ambos, con ayuda del griego, identificaron los nombres personales que contenía, y más tarde explicaron el valor alfabético de muchos de los signos.

 

Young y Champollion

Los jeroglíficos, escritos en un sistema mucho más complejo, durante mucho tiempo desconcertaron a los investigadores, hasta que vino a poner su atención en ellos el inglés Thomas Young. Este erudito era antes que nada un físico [que había logrado diseñar un experimento por medio del cual confirmó la naturaleza ondulatoria de la luz y midió por primera vez la longitud de onda (≈0.0005 mm) de la luz visible]. Young había llegado a estudiar el egipcio sólo por la casual circunstancia del interés que tenía un amigo suyo por ese idioma, el cual le mostró, un fragmento de papiro escrito que había traído de Egipto. Al principio Young (en 1814) trabajó con el texto egipcio comparándolo detenidamente con el griego, y logró identificar algunos grupos de signos egipcios. Pero todavía estaba lejos de poder leer el egipcio, es decir, de atribuir sonidos y palabras adecuadas a los signos. Entonces cambió su método, posiblemente informado de lo que otro investigador (Grotefend ) había hecho al estudiar la escritura cuneiforme.

En el texto griego el nombre de Tolomeo (Ptolemaios) aparece unas veces solo, y otras, acompañado de las palabras “siempre vivo, amado de Path”. De manera similar en los jeroglíficos existe un cartucho, identificado como de Tolomeo, que tiene una forma más breve (comprende los signos 1 a 7 de la figura 12 y también la forma más larga, como se ve en la figura.

Las etapas que siguió Young en el proceso fueron las siguientes:

  1. La forma griega de los dos nombres son Ptolemaios y Kleopatra. Era lógico encontrar formas egipcias que por lo menos se parecieran a ellas.
  2. El signo a1=b5, debe tratarse de una P. también se encuentra en a12, por lo que puede ser la primera letra de Ptah.
  3. a2 y a13 están muy cerca de P: de aquí que probablemente equivalgan a una T; segunda letra de las palabras Ptolomeo y Ptah. También aparece en a10 y en b10: pero esta última está demasiado al final de la palabra para que pueda ser la T de Kleopatra.
  4. a4=b2 (el león) es la letra L
  5. Podemos ver que en a1 y a2 (y asimismo en a12 y a13) que el signo superior de los dos debe leerse primero. De aquí que b1 =K.
  6. La palabra Kleopatra tiene dos veces la letra A; y b6 =b9 (águila). De modo que este es el jeroglífico de A. Pero nótese que este signo no aparece en el cartucho de Tolomeo; de modo que debemos tener en el texto egipcio una forma un tanto distinta del griego Ptolemaios.
  7. b3 puede considerarse como E, y b4 =a3 como O.
  8. Dado que b3 =E, la duplicación del signo en a6 y a16 puede interpretarse como la forma larga de la misma letra, E (en griego hay dos letras “E” una larga, ε, y otra corta ɳ).

Ahora podemos llevar a cabo algunas otras identificaciones sencillas.

  1. a5 =M
  2. a7 =S
  3. b7 =T (también representada por el signo diferente b10).
  4. b8 =R.
  5. Puede conjeturarse que a14 representa parte del nombre Ptah, pues a12 y a13 =PT. Pero a14 =H, el sonido vocálico que aquí no aparece (como es habitual en el semita).

Con esto completamos los nombres tanto Tolomeo (Ptolmës) como Cleopatra (Kleopatrat). El signo final b11, con b10=T, se encuentra regularmente al final de los nombres propios femeninos de diosas: T es el sufijo femenino, y b11es el ideograma de un huevo.

Faltan varios pasos que por razones de espacio omitimos pero que puede consultar en Historia del alfabeto, del FCE que además es muy barato.

Thomas Young nació en “confortables circunstancias” en Milverton, Inglaterra el 13 de Junio de 1773 hacia el final del periodo conocido como La Revolución Intelectual. Él maduró dentro de la Edad del Romanticismo. Dentro de sus contemporáneos pueden nombrarse a Beethoven y Schubert, a los filósofos Hegel y Shopenhauer y a sus colegas físicos Fresnel, Avogadro, Oersted y Faraday. A diferencia de los científicos famosos, cuyas primeras vidas fueron irregulares, Young fue un niño prodigio que podía leer fluidamente a los dos años a los clásicos por influencia de su abuelo y los dieciséis hablaba, además del latín y el griego, otros ocho idiomas.

En 1792, a la edad de 19 años. Young decidió estudiar medicina. Y el siguiente año leyó un artículo ante la Royal Society en el cual él atribuía, correctamente, la acomodación del ojo [para observar objetos lejanos y cercanos] a la estructura de los músculos [ciliares]. Esto condujo a su aceptación, un año más tarde, para ser miembro de la Royal Society. Después de completar sus estudios de medicina en Edimburgo y Gottingen, él retornó a Londres para practicar [la medicina] y al mismo tiempo su interés en el Emmanuel College, Cambridge. Un tío, al morir lo nombró su heredero y abandonó [la medicina] para poder dedicarse a su principal deseo. Algunas investigaciones sobre sonido y la luz, que él condujo en 1798, aparentemente formó el punto de partida para su teoría de interferencia varios años más tarde. En 1801 Young fue nombrado profesor de filosofía natural en la institución real, lo que le proporcionó la oportunidad de presentar clases a audiencias populares.

Su contribución a la arqueología y la filología fueron igualmente impresionantes, como fueron sus investigaciones en medicina. Él podía sentirse como en casa en casi cualquier actividad académica y deleitarse con el desafío que ofrecía. Young se retiró de la actividad práctica en 1814 para dedicarse de tiempo completo a otra actividad científica de su interés, continuando su trabajo productivo hasta su muerte en 1829. Sir Humphry Davy (1778-1829), su colega en la Royal Society, dijo de él que: “… si se hubiera limitado a un solo departamento del conocimiento, él debería haber sido el primero en ese departamento. Pero como matemático, un erudito, un investigador de los jeroglíficos, él era eminente, y él sabía tanto que era difícil decir lo que no sabía”.

 

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**Moorhouse, C. (2019). Historia del Alfabeto (traducción Carlos Villegas): México: Fondo de Cultura Económica, décimo cuarta reimpresión.