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Rosalva Loreto, investigadora de la UAP con una clara pasión: la historia

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La historiadora Rosalva Loreto López tiene clara su pasión hacia la historia. Con ella, la actual directora de Patrimonio Histórico Universitario ha construido un universo de investigación, academia y defensa del patrimonio que la colocan como un referente en la Universidad Autónoma de Puebla (UAP). En un día inhábil, pero en coherencia a la dedicación por su trabajo, concede una entrevista para hablar sobre su camino profesional, que ha sido largo, constante y combatiente.

Sus raíces y pasiones, señala, tienen que ver con su propia familia, particularmente con su papá Ramón Pablo Loreto, un cronista, historiador, defensor del patrimonio y artista grabador reconocido que fundó el Primer Núcleo de Grabadores Poblanos vinculándose posteriormente a la política de conservación del patrimonio. “Crecí en este contexto: entre el arte y la defensa del patrimonio”, cuenta sonriente.

La miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología nivel III añade que su decisión por estudiar historia se dio en un contexto diferente al de hoy, en el que no había muchas opciones: “o era historia o era arqueología, y yo me decanté por la segunda porque era más accesible, era la universidad pública, y mi papá tenía muchos vínculos y coincidencias con los rectores”. “Para mí, historia era una pasión, siempre fue una pasión”, afirma la también miembro de la Academia Mexicana de Ciencias desde 2000, al reconocer que esta disciplina le ha permitido “saber o tratar de construir saberes a partir de documentos”, a sabiendas que vincularse con los archivos y la documentación histórica cambia la vida de las personas.

“La historia te permite tratar de construir saberes a partir de pequeños fragmentos que puedan justificar la acción de los personajes, conocer las condiciones o contextos, y tratar de explicar el porqué de determinadas situaciones”, acota Loreto López. Se trata, confía desde la virtualidad de la entrevista, de contribuir al conocimiento de la historia y, sobre todo, hacer de la historia una disciplina que se puede aplicar, que puede ser contestataria y dar explicaciones, lo que significa un reto y una pasión al mismo tiempo.

Relata que en su camino de formación, un aspecto importante ha sido su papel como mujer investigadora y los retos que se ha enfrentado como tal en el mundo de la academia. Al respecto, recuerda que cuando cursó su doctorado en El Colegio de México eran solamente cuatro mujeres y 16 hombres. “En el transcurrir de la carrera y la profesionalización en el posgrado se encuentra uno con actitudes, rezagos culturales importantes, en la revaloración del quehacer académico. Es notable en personas de mi generación, en la que éramos pocas mujeres las que lográbamos terminar el doctorado, en comparación al gran número de colegas hombres que lograban insertarse en áreas laborales”.

La historiadora menciona que si bien en su caso regresó a Puebla y tuvo la oportunidad de ingresar al Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la UAP, sabe que fue difícil para sus colegas y estudiantes mujeres la inserción laboral porque la competencia es mucha y exige la valoración del quehacer histórico. Sobre este último asunto, reflexiona, también existe un lastre, pues pareciera que “cualquiera puede hacer historia” y cualquiera que pueda leer un documento que está en castellano antiguo piensa que es ya un historiador. En ese sentido, critica que la vulgarización de la historia también ha sido uno de los problemas de la profesión. “Hacer de esto una trayectoria profesional no es fácil. Pocos tenemos el privilegio de dedicarnos a la investigación y a la docencia de tiempo completo”, afirma la investigadora que se concibe también como una apasionada de la literatura, particularmente de la novela policiaca.

Sobre sus líneas de investigación, Rosalva Loreto menciona que fue su elección en el doctorado la que marcó su trabajo, no obstante este no culminó con su investigación doctoral, sino que continuó porque los “temas la escogieron”. Uno de ellos ha sido el monacato femenino, que lo ha trabajado desde 1985 cuando comenzó a indagar en los archivos conventuales de México, España, Italia, Chile y Colombia. “No lo he dejado porque siempre hay motivaciones, nueva documentación, nuevas miradas con las que se puede interpretar y esto se puede hacer solamente en la medida en que te insertas y tienes la facilidad para hacer trabajos interdisciplinarios, es decir, trabajar con otro tipo de estudiantes y colegas que hacen ciencias de la comunicación, computación o matemáticas, en un enriquecimiento formidable”.

Otro gran ámbito de investigación, apunta la autora de diversos artículos aparecidos en revistas internacionales, ha sido la historia urbana ambiental, que es una profesionalización difícil que ha tenido que ver con su relación con la escuela de ecología en Europa, de Viena y España por ejemplo, para hacer propuestas que vean a la historia como una disciplina que aplicada plantee soluciones contemporáneas a viejos problemas que tienen que ver con la relación del hombre con la naturaleza. Esta labor, continúa, ha sido difícil hacerla seriamente; en su caso, le ha permitido hacer propuestas novedosas, explicativas y enriquecedoras sobre el patrimonio. Esto, define, “tiene que ver con el uso de categorías que permiten conceptualizaciones para entender, por ejemplo, la transición de monumento a paisaje, para explicar que esto que ahora se admira como un monumento histórico, como parte de la poligonal de Puebla como Ciudad monumento, convive con otros argumentos que tienen que ponerse en la mesa para valorar esas construcciones de esos paisajes como parte de un costo ambiental, social, porque alguien los construyó, pues Puebla no es solamente la ciudad española de los procesos fundacionales, sino que su construcción fue un proceso multiétnico, y sin esta pluralidad no habría la riqueza estética que hoy se valora tanto”.

Así, apunta la autora del libro Los conventos femeninos y el mundo urbano en la Puebla de los Ángeles del siglo XVIII, desde la perspectiva ambiental ha podido plantear el costo ambiental de tener una ciudad barroca, ecléctica, neoclásica, algo que permite entender que, finalmente, los costos sociales de esa construcción tienen repercusiones en la forma en que las personas ven, cuidan y se identifican con las formas. “Esto es lo importante. ¿Por qué cuidar esos edificios? pues porque generan una conexión, una identidad, una pertenencia, y ese es justamente el sentido de poner en valor estos inmuebles por parte de la Dirección de Patrimonio Universitario”, dice la actual directora de esta área de la UAP.

Acota que en su labor se pueden identificar etapas: comenzó en 1985 con su doctorado en Historia, con la historia conventual como un tema que no ha dejado porque ha ido evolucionando, y en el que hoy se valoran asuntos como el papel de la escritura monástica en varios aspectos, uno de ellos ligado a la evolución de la lectoescritura en la Nueva España o la identificación de las primeras definiciones de las emociones de las personas en el siglo XVII, pues solo ellas —las religiosas—tuvieron la capacidad de tener un concepto y describirlo, siendo esta una característica de la escritura que se da solo en los ámbitos femeninos, pues no ocurre en los masculinos, algo que tiene más importancia de lo que se ha podido ver. Asimismo, se suma la agencia cultural de este sector, pues “no fue la reproducción de lo que pasaba en España, sino lo que pasa en la Nueva España estaba pasando al mismo tiempo en España, por lo que son contemporáneos los procedimientos culturales”.

En la historia urbana, expone la autora del libro La ciudad como paisaje. Historia Urbana y patrimonio edificado se ubica también la historia urbana ambiental, ésta última con una vertiente hacia el patrimonio, que ha sido un trabajo un tanto novedoso pero difícil. Estos elementos académicos, realza la investigadora, obliga a estudiosos como ella a participar con la sociedad y los medios de comunicación, pues sabe que el trabajo colectivo permite llegar a metas comunes como lo es la defensa del patrimonio, que es “mostrar con indicadores que manejamos los historiadores el valor que tiene para la creación y la generación de la cultura”.

En ese sentido, Rosalva Loreto propone que desde la academia se debe ser sensible ante los cambios culturales. Ejemplo de ello, refiere, fue lo sucedido en 1955 cuando se inició la defensa de la lucha del patrimonio por un grupo de artistas y de personas sensibles de la sociedad civil que pidieron que no se tirara la Casa del Deán, ahora reconocida por resguardar pintura mural civil del siglo XVI. Ese grupo, prosigue, entabló diálogo con especialistas del arte y la historia como Francisco de la Maza, Elisa Vargas Lugo, Manuel Toussaint y otros, lo que permitió un intercambio entre artistas y académicos que en ese momento se materializó en la defensa de un solo monumento —la Casa del Deán—, y después en otros como San Jerónimo —sede del Colegio de Psicología de la UAP— o la penitenciaría de San Javier, ahora un complejo administrativo y de oficinas gubernamentales.

“De esta manera —añade— se fue conformando un concepto, en boga e internacional que eran las declaratorias de la Unesco a Ciudades Patrimonio, y tuvo una concreción. Pero para eso hubo un proceso anterior: el poner en valor al monumento, pues la suma de monumentos dio como resultado la declaratoria”. No obstante, enfatiza que dichos conceptos y categorías ahora tienen que superarse y actualizarse no en función del ecoturismo, de lo rentable que resulte vivir en una ciudad patrimonio, sino del valor que todas las personas tienen sobre el respeto del paisaje, pues cada alteración impacta en él: los cambios de uso de suelo y la gentrificación afectan de manera irreversible el paisaje histórico, se desplazan personas, se cambia el uso y se abandonan casas.

A la par, acota la investigadora que se define como apasionada de las bibliotecas históricas de México y el mundo, hay que sensibilizar también a los propietarios sobre el inmueble que ocupan, para que sepan su valor intrínseco que es el histórico y que si se preserva se contribuye a la generación de la cultura. Por tanto, confía en que hace falta más diálogo no con las autoridades, sino entre la sociedad civil y la difusión de las actualizaciones teóricas sobre el patrimonio, pues no es un trabajo individual ni de personalidades, sino de políticas patrimoniales.

 

El Barrio Histórico Universitario, la apuesta por el patrimonio

 

Su ingreso a la UAP, cuenta Rosalva Loreto, fue por invitación del entonces rector Alfonso Vélez Pliego para que formara parte del naciente Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades. “Éramos jóvenes maestros de preparatoria que fuimos invitados a vincularnos y a seguir conformándonos, seguir haciendo cursos, asistir a congresos”, recuerda y menciona que ese periodo fue importante, pues le permitió vincularse con sus pares y someterse a arbitrajes en el mundo académico, un requisito para no quedarse con un conocimiento acotado.

Apunta que su ingreso al instituto y su contacto con el rector Alfonso Vélez fue decisivo pues a él se debe que durante su rectorado se adquirieron 17 de los 45 inmuebles que forman hoy la propuesta del Barrio Histórico Universitario (BHU), una nueva conceptualización de esta unidad espacial que permite fortalecer la función social que tiene el Centro Histórico, que no es ser Patrimonio de la Humanidad, ni pueblo mágico, ni lugar de turismo, sino ser el espacio donde la sociedad se ha desenvuelto, el origen de la identidad y el espacio ahora de los jóvenes.

Por tanto, dice la también presidente del Comité Defensor del Patrimonio Histórico Cultural y Ambiental de Puebla, hablar de estos 45 espacios abre la posibilidad de hablar de cultura a jóvenes como estudiantes, transeúntes o habitantes, pues la apuesta es que la nueva conceptualización fortalezca y preserve la historia contra la gentrificación, el ecoturismo, el patrimonio turístico de moda. “Es una apuesta en valor alternativa”. De paso, reflexiona que la consolidación del BHU es importante porque no todos los inmuebles del Centro Histórico ni los que custodia la universidad están catalogados: hay ejemplos del siglo XIX y XX que constituyen modelos de arquitectura, ecléctica, decimonónica o contemporánea que tienen un valor. “Si logramos el reconocimiento de todos estos inmuebles logramos el reconocimiento de toda la calle, de toda la manzana, y garantizamos una preservación homogénea de un paisaje histórico y esto es la mayor apuesta de la dirección: consolidar, poner en valor y explicar cómo la universidad colabora con la preservación del paisaje histórico del patrimonio”.

Acota que pasos importantes fueron las Jornadas del patrimonio histórico universitario, que contaron con la presencia de cinco representantes de universidades con patrimonio mundial ante la Unesco, que son por sí mismas patrimonio de la Humanidad. Otro ejercicio importante fue la convocatoria de universidades que custodian patrimonio y en el que se pudo constatar que la UAP es la institución que mayor número de inmuebles históricos custodia en América, compitiendo con universidades como La Sorbona, en Europa. “Eso nos pone en gran responsabilidad pues tenemos que custodiar estos inmuebles. Afortunadamente, la universidad ha sido sensible a esta necesidad y es continuo el mantenimiento y la adecuación, pero no basta con eso, los vecinos deben de cuidar su casa si no nos impacta a nosotros. Tenemos que hacer labor de vecindad para custodiar el paisaje que es bello, y la belleza es un derecho universal”.

Otro paso también importante, concluye Rosalva Loreto, fue la aparición del primer volumen del Paisaje Histórico Universitario en el que se abordan 23 edificios del primer corredor central, en donde cada uno se explica en su origen a partir de crónicas y trabajo de archivo, con pesquisa en documentos de diversos momentos que han permitido hacer una línea de tiempo para identificar los diferentes usos, su estabilidad en el espacio y su costo en cada etapa de sus propietarios. Próximamente saldrá el segundo tomo para completar los 45 edificios que resguarda la UAP. “Eso entreteje el BHU y lo hace sostenible, parte del tejido social, además de inamovible y un elemento importante de la estabilidad del Centro Histórico”, afirma la también viajante.

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