Estamos ya acostumbrados a escuchar el término cambio climático como un fenómeno que nos afecta en formas tan fatales como actuales y pareciera que nos hemos ido acostumbrando a esto, de modo que no actuamos en una forma consciente para contrarrestarlo en una irresponsabilidad global que resulta inadmisible desde cualquier punto de vista.
Los fenómenos del clima son extraordinariamente complejos, pero ya sabemos que dentro de las causas principales que los generan están condicionadas por las concentraciones excesivas de lo que se conoce como gases de efecto invernadero en la atmósfera de nuestra Tierra. Los elementos que más contribuyen son el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y el ozono. Su concentración atmosférica ha aumentado sustancialmente desde la década de 1850, que fue el efecto secundario más importante de la revolución industrial, caracterizada por el proceso de transformación económica, social y tecnológica que se inició en la segunda mitad del siglo XVIII en Gran Bretaña y que se extendería unas décadas después, a gran parte de Europa occidental y América Anglosajona.
La concentración de estos gases en la actualidad es la más alta registrada en 800 mil años, de acuerdo a El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que fue creado en 1988 para facilitar evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta.
Los gases de invernadero han aumentado bruscamente debido esencialmente a actividades humanas con la agricultura cada vez más modernizada, quema de bosques cambiando la vocación natural de la tierra, deforestación, procesos industriales y quema de combustibles fósiles. Este fenómeno atrapa y concentra el calor del sol que se refleja en la Tierra aumentando el calor del planeta generando anomalías que alteran sistemas naturales desde el patrón y distribución de lluvias, hasta el derretimiento de glaciares, alterando el comportamiento y en general la ecología de todas las especies animales y ecosistemas. El impacto en el aumento en el nivel de los mares genera sequías, inundaciones, olas de calor cambiando el comportamiento de especies que transmiten patologías que influyen en una forma directa e indirecta en la salud humana, con un impacto más grave en todos aquellos que se hayan en condiciones de vulnerabilidad extrema.
Los fenómenos meteorológicos extremos dañan físicamente provocando elementos traumáticos que incluso provocan muertes por accidentes, lo que representa apenas una fracción del impacto del cambio climático sobre la salud, alcanzando niveles sobresalientes en enfermedades que se vinculan con problemas respiratorios, cardiovasculares, mentales y psicosociales, ante los cuales existen pocas medidas de índole preventiva que sobrepasan con mucho la pobre capacidad de respuesta de todos los países en vías de desarrollo. Elementos vitales como el acceso a fuentes de agua potable son amplificadas al provocar que agentes biológicos patógenos mejoren su capacidad de adaptación que pueden ejercer parasitismos más eficientes en organismos debilitados dentro de las esferas psicológicas, biológicas, sociales y de respuesta inmunológica. La fragilidad se traduce en vulnerabilidad extrema.
Todos los mecanismos de protección se quebrantan, afectando la piel, el sistema respiratorio, digestivo, neurológico, ocular y ese largo etcétera que abarca el todo, yendo más allá cuando se reflejan en la salud materno infantil desde antes del nacimiento.
Cualquier persona relacionada con los sistemas de salud debe de estar consciente de esto, analizando con perspicacia las afecciones médicas atribuibles a cambios de clima bruscos, ajustando procedimientos de cuidados y adecuado seguimiento en el estado de salud de cualquier afección vinculada con el cambio climático, valorando riesgos y contrarrestando efectos en la medida de lo posible con estrategias de priorización que se enfoquen no solo a preservar la vida sino buscando la estabilidad biológica. En este sentido no es por demás que se consideren sistemas de información climatológica que, más allá de predicciones pluviales, evalúen intensidad de rayos ultravioleta y temperatura ambiental. En este sentido sobresalen todos los programas de educación médica continua que deben de seguirse con puntualidad para poder deducir las complejas relaciones que existen entre el cambio climático y sus consecuencias en la salud global e individual.
Por supuesto en una forma escalonada se debe de educar a la población para que en una forma conjunta se puedan establecer mejores estrategias de vigilancia epidemiológica analizando el comportamiento de agentes transmisores y los efectos sobre aparatos y sistemas orgánicos, vinculados con el exceso de calor y frío.
Por último, deben de darse mejores estrategias de coordinación política entre las autoridades gubernamentales, preparando a los sistemas de salud para poder distribuir mejor los recursos disponibles y así, tratar de mitigar los daños que se van presentando en formas graduales e inmediatas. La adaptación de los servicios de atención en salud debe de garantizar el cuidado a toda la población, independientemente de la condición social, pero con un enfoque orientado a cada grupo con riesgos propios. Es urgente la valoración de medidas adecuadas sobre buena alimentación, correcta hidratación, optimización de energía, transporte y demás, con orientaciones educativas a la población que se enmarque en el cuidado del ambiente con medidas como el reciclaje, correcta separación de basura, buen uso de recursos materiales y austeridad en bienes de consumo cotidiano.
La alarma ya está dada y no podemos menospreciarla. El cambio climático es una realidad de nuestro tiempo y desgraciadamente muy pocos están conscientes de esto.