Intempestivamente, sin previo aviso, el SARS-Cov2 interrumpió en nuestras vidas: centenas de millones de personas infectadas, decenas de millones fallecidas (exceso de muertes); centenas de países con crecimiento económico negativo. Evidenció la vulnerabilidad de la vida humana; la inexistencia de un sistema de salud y de una política pública que garanticen su accesibilidad, así como la precaria salud asociada a ingestas inadecuadas, vidas sedentarias y nutrientes escasos y caros. La generación de bienes y servicios se paralizó parcial y temporalmente; las fuentes de empleo cesaron; el ingreso y la demanda menguaron; y casi todos nos confinamos en nuestros hogares y desde ahí nos reapropiamos del tiempo y del espacio. Los artistas plásticos, con la sensibilidad a flor de piel, plasman estos cambios en sus técnicas, formatos, paletas y en el objeto y propósito de sus obras.
La reapropiación del espacio y del tiempo por confinamiento acicaló la reflexión y creatividad de los artistas plásticos, en algunos casos reafirmó el sentido de pertenencia, su identidad comunal, los nexos de la humanidad y los propios con la naturaleza: reaparecen colores de origen mineral, diseños y bordados prehispánicos y emergen referentes de vida humana en el arte no figurativo. En otros, evocó la fragilidad de la vida humana, la incertidumbre, el caos, la proximidad de la muerte y, al mismo tiempo, el deseo de vivir en otras condiciones de salud, en ecosistemas sustentables, con armonía y justicia social. Las variedades tónicas del gris y del negro (quemado, marfil y de humo) dialogan con variedades cromáticas del azul y el verde; la luz y la sombra están en permanente interacción, a veces con predominio de la penumbra, evocando incertidumbre en algunos casos, caos ordenado en los claro oscuros, miedo en la penumbra, esperanza en la luz. En el tiempo impandémico en que el poeta busca a quién le robo el mes de abril; el artista plástico añora que llegue mayo, que los pandémicos meses de marzo y abril se diluyan, que el exceso de muertes concluya, el encierro acabe y emerja la luz de mayo, que termine ya la incertidumbre.
El exceso de muertes por el virus SARS-Cov2 llevó, en algunos casos, a la reflexión de otras muertes, las ocasionadas por la destrucción del ecosistema al que pertenecemos; a las muertes asociadas a violencia estructural y a los feminicidios. Así fue reapropiado el Tzompantli de nuestras ancestrales culturas, ya no como altar a los dioses, sino como denuncia testimonial de una cotidianidad que nos lacera, ofende y destruye.
Formatos pequeños para plasmar reflexiones puntuales fueron preferidos por algunos artistas plásticos, motivados más por la necesidad de expresarse desde el encierro, desde la espiritualidad, el misterio y la incertidumbre, y no solamente en busca de la mercantilización de sus obras. Otros, prefieren plasmar su creación en formato pequeño atendiendo la demanda que por revaloración de espacios familiares hacen las, los y les recluidos por pandemia: un cuadro pequeño, por sus dimensiones físicas y costo es más fácil mercantilizar en condiciones de contracción del ingreso familiar y espacios discretos de viviendas de clase media.
Vivir en pandemia nos reeducó, revaloramos las relaciones familiares, los espacios del hogar, el valor estético y simbólico del arte y, en muchos casos, resignificamos nuestros espacios con objetos artísticos, que hicieran menos incierto el futuro y más agradable la esperanza de configurar un mundo donde podamos caber muchos, incluida la naturaleza, la humanidad y el arte.