Desde hace dos sexenios había una mayoría de ciudadanos afín al programa de gobierno enarbolado por Andrés Manuel López Obrador y veían en él a un líder no solo carismático, sino honesto, eficiente y congruente; este año fue mayoría absoluta los que así lo consideraron durante la campaña presidencial, según la mayoría de estudios demoscópicos publicados. A diferencia del proceso electoral de 2006 donde la campaña negra desplegada en contra del tabasqueño mermó su ascendencia electoral, esta vez la intención de voto manifestada por ese candidato aumentó y la diferencia con el mejor posicionado fue de dos a una.
El actual proyecto de López Obrador está muy distante de ser considerado anticapitalista o algo parecido. Hay un principio fundamentado de esperanza de que se respetarán los derechos humanos, que no se ejercerá violencia de Estado ni se criminalizará la protesta social, que habrá un escrupuloso manejo del erario, que se mejorará la calidad de vida de la mayoría de la población y que el Estado definirá y aplicará políticas públicas que simultáneamente promuevan el crecimiento económico y una mejor distribución del ingreso. Y esa esperanza ha movido a millones de ciudadanos, al doble de los que hace seis años lo consideraron una opción no solo necesaria sino también viable.
La presencia de la izquierda electoral en nuestro país tiene menos de medio siglo. En 1976 el Partido Comunista Mexicano propuso, de manera testimonial, al líder obrero Valentín Campa y tuvo un millón de votos en candidaturas no registradas. Ya con registro, el Partido Socialista Unificado de México y el Partido Revolucionario de los Trabajadores propusieron, por separado, a Arnoldo Martínez Verduzco y a Rosario Ibarra de Piedra respectivamente en 1982 y en conjunto registraron un millón 248 mil votos. En 1988, el Partido Mexicano Socialista registró a Cuauhtémoc Cárdenas como su candidato presidencial y los votos que se le reconocieron —después de la caída del sistema— fueron 6 millones (de un total de 19.1 millones de votos válidos). Es con López Obrador donde los votos emitidos en los comicios llegan a 15 millones en 2006 y a 16 millones en 2012 y los partidos que lo postulan conocen sus mejores registros en sufragios y escaños en el Congreso de la Unión. La identidad y lealtad actual de los ciudadanos con el tabasqueño al parecer ha sido a prueba de fraudes y de coacción y compra de votos; que en la presente elección fueron más intensos y sofisticados que los observados en los dos anteriores comicios presidenciales.
Crecer sostenidamente con austeridad fiscal, sin renta petrolera, con una deuda pública equivalente del 50 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), un déficit crónico de nuestra balanza de mercancías y servicios, una tasa interbancaria de ocho puntos y sin incrementar tasas impositivas será complicado, mucho más cuando hay una ofensiva de los depredadores de los recursos naturales y dueños de rentas sustentadas en la escasez. Si la corrupción equivale a la tercera parte del gasto programable, se podrá disponer de cinco puntos del PIB para fondear la inversión pública y el gasto social, y esto es un buen principio para generar sinergias que, además de cohesionarnos pueda mejorar la calidad de vida de muchos en el breve lapso sexenal, pero no será suficiente para crecer a las tasas necesarias para darle empleo a los que lo soliciten y remunerarlos dignamente, debemos modificar las funciones de la banca central y endosarles las pertinentes al crecimiento económico con justicia y sustentabilidad ambiental.