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La noche de Tlatelolco

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Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral. Biblioteca Era. Segunda edición: 1998. 15a reimpre- sión: 2013.
Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral. Biblioteca Era. Segunda edición: 1998. 15a reimpre- sión: 2013.

Todo comenzó con una bronca estudiantil entre dos pandillas, los Ciudadelos y los Arañas, que se pelearon frente a la Preparatoria Isaac Ochoterena e hicieron enfrentarse a alumnos de esa misma preparatoria con alumnos de la Vocacional 2 del IPN…

Los estudiantes de la Preparatoria 7 bloquearon la avenida de la Viga y apresan a dos policías. El bazucazo a la puerta de la prepa indignó al estudiantado.

¡Nunca se habían visto en México manifestaciones espontáneas de esta envergadura! ¡La época de oro, la más hermosa del Movimiento Estudiantil se dio entre agosto y septiembre!

Una de las primeras grandes manifestaciones, la del 27 de agosto, reunió a 300 mil personas. Llevaban pancartas, los muchachos volanteaban; nunca creímos que se nos unieran espontáneamente tantos y tantos…

Los ferrocarrileros en 1958 estuvieron solos. Nosotros no.

Los obreros sí participaron con nosotros en el Movimiento Estudiantil y pedían la libertad de sus líderes, de Vallejo encarcelado desde hace once años, y de los presos  políticos…

En las brigadas, recolectando dinero llegamos a juntar de mil a dos mil pesos diarios y repartíamos 600 mil volantes.

Ciudad Universitaria era el refugio de los estudiantes. Allí realizaban sus asambleas, imprimían sus volantes, guardaban su propaganda. Pintaron todo: a los mingitorios les pusieron los nombres de los jefes de la policía; las aulas se llamaron Camilo Torres y Che Guevara, y letreros que advertían: “Hoy todo estudiante con vergüenza es revolucionario.”

Hubo muchas niñas popis que participaron, muchachas ricas de la Iberoamericana y de la Facultad de Filosofía y Letras que estudiaban una carrera porque “la cultura es una monada”. Pero a la hora de los cocolazos se portaron valientes: ayudaron a sus compañeros, llevaban propaganda y volantes en el coche de su papá…

Nos posesionamos de muchos camiones… Nos servían de casa y sobre todo de tribuna… Sentados en sus techos, en lugar del equipaje, participábamos en manifestaciones… En aquella época todos nos aplaudían…

Las marchas en México habían sido, cuando mucho de 15 mil manifestantes. Pero ¡600 mil personas de todos los sectores de la población y sobre todo de jóvenes! ¿Cuándo se había visto algo semejante? En “El Ángel” de la Independencia se nos unieron muchos contingentes.

¡Entramos al Zócalo! ¡Estaban repicando las campanas de catedral! Dos estudiantes de medicina subieron con el permiso del padre Jesús Pérez y también encendieron todas las luces de la fachada. Todo el mundo aplaudía sin parar.

Había que desacralizar el Zócalo y lo logramos tres veces… Por primera vez después de cuarenta años una multitud de ciudadanos conscientes de sus derechos, una multitud indignada se hacía oír frente al balcón presidencial, en la Plaza de la Constitución.

“Hay que restablecer la paz y la tranquilidad pública. Una mano está tendida; los mexicanos dirán si esa mano se queda tendida en el aire…” El presidente de la República, el 1º. de agosto de 1968.

“La ocupación militar de Ciudad Universitaria ha sido un gesto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía.” El rector Javier Barros Sierra, 19 de septiembre de 1968.

En agosto comenzaron las agresiones, el profesor e ingeniero Heberto Castillo fue salvajemente golpeado: desaparecieron numerosos muchachos, hubo varios encuentros sangrientos entre granaderos y estudiantes.

Nadie sabe de la inmensa soledad de un joven entre los quince y los veinte años.

Los soldados avanzaban a bayoneta calada como en las películas…

Los muchachos del Politécnico de extracción humilde y campesina siempre fueron muy bravos; entre ellos los granaderos muchas víctimas y en la cárcel la mayoría de los jóvenes presos son del Poli…

Fueron muchas madres de familia a las manifestaciones; las mismas que después irían a la Cámara de Diputados para protestar por la muerte de sus hijos.

Los camiones del Poli eran como nuestra casa, nuestro refugio. Adentro nos sentíamos seguros. Además cada vez que la gente veía un camión del Poli, se hacía bolita alrededor.

Recibíamos a los granaderos con cohetones y bombas molotov. Ese era nuestro poderoso arsenal.

Señor Presidente, ¿cómo puede ofrecer la amistad a los pueblos de la Tierra cuando no la tenemos aquí?

Surgió el símbolo que pronto cubrió la ciudad, aun se coló en los actos públicos, la televisión: la V de Venceremos, hechas con los dedos por los muchachos al marchar en las manifestaciones, pintada después en autobuses, bardas…

A las 5:30 horas de la tarde, cerca de 5 mil personas se reunieron en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco para escuchar a los oradores del Consejo Nacional de Huelga… Había mujeres niños, ancianos sentados en el suelo…

Junto a la vieja Iglesia de Santiago Tlatelolco, se reunió confiada una multitud que media hora más tarde yacería desangrándose frente a las puertas del Convento que jamás abrieron para albergar a niños, hombres y mujeres aterrados por lluvia de balas…

Quemar camiones, secuestrarlos siempre ha sido uno de los puntales de las luchas estudiantiles… Es la única forma que tenemos de protestar contra el gobierno; la única forma de que se dé cuenta de que existimos, y de que tenemos nuestras exigencias…

Nos formaron a todos con las manos en alto y a los que estaban greñudos los apartaban. A un muchacho lo hincaron y le trozaron mechones con la bayoneta. Pensé que a mi hermano Ignacio lo iban a pelar porque es artista y anda greñudo.

Yo estas cosas las veía en “Combate” en la Televisión. Nunca creí que las vería en la realidad.

“Ahí les va su despedida”… Y nos golpearon como si estuvieran quebrando piñatas…

“¡Al Consejo Nacional de Huelga lo vamos a pasar por las armas por traición a la patria!”…

Quedaron tirados en el suelo entre jirones de ropa y plantas machucadas muchos zapatos, sobre todo de mujer; muchos testigos de la desaparición de sus dueños.

Los tanques permanecieron muchos días en Tlatelolco… Aquello parecía un campo de batalla…

Quinientas mujeres fueron a la Cámara de Diputados a pedir que saliera el ejército de Tlatelolco. Portaban cartelones protestando por el allanamiento de morada.

Mientras tanto, en todas partes había una romería de gente buscando a sus muertos o a sus heridos. Sólo en la Tercera Delegación nos mostraron 30 cadáveres. En las Cruces y en los hospitales había más.

¿Quién ordenó esto?  ¿Quién pudo ordenar esto? Esto es un crimen.

En vez de meter a los bandidos explotadores a la cárcel, México mete a su juventud.

[En la cárcel]. El doctor Eli de Gortari, profesor universitario, y el editor Manuel Marcué Pardiñas exdirector de Política, revista de oposición.

El 2 de noviembre, día de los muertos, depositamos cempasúchil y veladoras en la Plaza de la Tres Culturas… Muchos soldados nos vigilaban pero de pronto se prendieron miles de veladoras y surgieron gentes de entre los árboles que comenzaron a rezar por los hijos masacrados el 2 de octubre en Tlatelolco…

 

 

* Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral. Biblioteca Era. Segunda edición: 1998. 15ª reimpresión: 2013.

 

 

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