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Leonardo da Vinci la biografía

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* Isaacson, Walter . (2018). Leonardo da Vinci la biografía, México: Penguin Random House Grupo Editorial.
* Isaacson, Walter .
(2018).
Leonardo da Vinci la
biografía, México: Penguin Random
House Grupo Editorial.

A  los treinta años, Leonardo da Vinci escribió una carta al señor de Milán en la que enumeraba las razones por las que este debía proporcionarle un empleo. Había disfrutado de cierto éxito como pintor en Florencia, pero encontró problemas para terminar sus encargos y buscaba nuevos horizontes. En los diez primeros párrafos, Leonardo se jactaba de sus habilidades en ingeniería, sin olvidar su capacidad para proyectar y diseñar puentes, canales, cañones, carros acorazados y edificios públicos. No fue hasta el “undécimo” párrafo, al final, que añadió que, además, era artista: “También puedo esculpir en mármol, yeso, así como pintar, cualquier cosa tan bien como el mejor, sea quien sea”

No mentía. Con el tiempo, realizaría dos de las pinturas más célebres de la historia: “La última cena” y “La Mona Lisa”; Pero Leonardo se consideraba asimismo, y por igual, ingeniero y científico. Con una pasión lúdica y obsesiva, realizó estudios innovadores  de anatomía, de fósiles, de pájaros, del corazón humano, de máquinas voladoras, de óptica, de botánica, de geología, de corrientes de agua y de armamento. Así se convirtió en el arquetipo del hombre del Renacimiento, una inspiración para todos los que creen que “las infinitas obras de la naturaleza”, por citar al propio Leonardo, se hallan entretejidas en un todo lleno de maravillosos patrones. Su capacidad para combinar arte y ciencia, simbolizada por su dibujo de un hombre completamente proporcionado con los brazos extendidos dentro de un círculo y un cuadrado, conocido como el Hombre de Vitruvio lo convirtió en el genio más innovador de la historia.

Sus investigaciones científicas conformaron su arte. Leonardo arrancó la piel de los rostros de los cadáveres, delineó los músculos que mueven los labios, para pintar después la sonrisa más inolvidable del mundo. Estudió cráneos humanos, hizo dibujos en sección de huesos y de dientes para transmitir el sufrimiento de la extrema delgadez de San Jerónimo. Exploró la matemática de la óptica, mostró cómo inciden los rayos de luz en la córnea para conseguir la mágica ilusión del juego de perspectivas de “La última cena”.

Mediante la conexión de sus estudios de luz y de óptica con su arte, logró dominar el sombreado y la perspectiva para modelar objetos en una superficie bidimensional de modo que estos aparentaran ser tridimensionales. Esta capacidad de “hacer que una simple superficie plana manifieste un cuerpo que tiene relieve, y como fuera de ella”, según Leonardo, era “la intención primaria del pintor”. En buena medida gracias a su labor, la dimensionalidad se convirtió en la innovación suprema del arte renacentista.

Al envejecer, Leonardo prosiguió con sus investigaciones científicas, que no había puesto únicamente al servicio de su arte, sino también para satisfacer un anhelo instintivo a la hora de desentrañar la profunda belleza de la creación. Cuando buscaba y rebuscaba una teoría que explicase por qué el cielo es azul, no solo pretendía dar forma a su pintura, sino que además lo hacía por una natural, particular y maravillosa curiosidad.

Sin embargo, ni siquiera cuando Leonardo reflexiona sobre por qué el cielo es azul, puede separar la activad científica de su arte. Juntos constituyeron el alimento de su pasión, que no consistía sino en dominar todo lo que había que saber sobre el mundo, incluido el lugar que ocupamos en él. Da Vinci sentía un hondo respeto por la naturaleza en conjunto y sintonizaba con la armonía de sus patrones, que veía reproducidos en toda clase de fenómenos, fueran estos grandes o pequeños. En sus cuadernos aparecen dibujados rizos de cabellos, remolinos de agua y turbulencias de aire, junto a notas en las que intenta explicar los fundamentos matemáticos de dichas espirales. Mientras me hallaba en el Castillo de Windsor contemplando los torbellinos de energía de los “dibujos del diluvio”, que Leonardo realizó hacia el final de su vida, le pregunté a su conservador, Martin Clayton, si creía que los había concebido como obras de arte o de ciencia. Nada más plantearlo me di cuenta de que resultaba absurdo. “No creo que Leonardo hiciera esa distinción”, respondió Clayton.

La imaginación de Leonardo impregna todo lo que toca: sus producciones teatrales, sus planes para desviar ríos, sus proyectos de ciudades ideales, sus bocetos de máquinas voladoras y casi todos los aspectos de su arte, así como su ingeniería. Su carta al señor de Milán representa un ejemplo de esta, ya que sus dotes como ingeniero militar en esa época no eran más que sus propias figuraciones. Su cometido inicial en la corte milanesa no fue el de constructor de armas, sino el de diseñador de celebraciones y espectáculos. Incluso en el apogeo de su carrera, la mayoría de sus inventos bélicos y voladores eran más visionarios que prácticos.

Al principio creí que su tendencia a la fantasía era un defecto, que revelaba una falta de disciplina y de diligencia relacionadas con su propensión a abandonar obras de arte y tratados sin acabarlos. Y, hasta cierto punto, resulta así. La visión sin ejecución se queda en alucinación. Sin embargo, llegué a la conclusión de que su capacidad de desdibujar la línea divisoria entre la realidad y la fantasía, a imagen y semejanza de su técnica del sfumato para difuminar las líneas de los cuadros, se presenta como la clave de su creatividad. La habilidad sin imaginación es estéril, Leonardo sabía casar la observación con la imaginación, y eso lo convirtió en el innovador por excelencia de la historia.

Mi punto de partida para este libro no fueron las obras maestras de Leonardo, sino sus cuadernos. Creo que su mente se refleja mejor en las más de siete mil doscientas páginas de notas y garabatos suyos que, de forma milagrosa, se han conservado hasta hoy. El papel resulta ser una magnífica tecnología de almacenamiento de datos, aún legible después de quinientos años, algo que nuestros tuits quizá no serán.

“Leonardo era guapo, sofisticado, elocuente y vestía con elegancia”, escribió Martín Gayford, biógrafo de Miguel Ángel. “Por el contrario, Miguel Ángel se mostraba neurótico y reservado”, además de “vehemente, desaliñado e irascible”, según otro biógrafo, Miles Unger. Profesaba un amor y un odio extremos hacia quienes le rodeaban, aunque tenía pocos amigos o protegidos. “Disfruto de la melancolía”, confesó, en cierta ocasión, Miguel Ángel.

Mientras que a Leonardo no le interesaba la práctica de la religión, Miguel Ángel, cristiano devoto, sufría de convulsiones del momento y del éxtasis de la fe. Ambos eran homosexuales, pero Miguel Ángel se sentía culpable y, al parecer, se autoimpuso el celibato; en cambio, Leonardo vivía con normalidad y franqueza el hecho de tener parejas de su mismo sexo. A Leonardo le encantaba la ropa, vestía túnicas cortas de colores vivos y capas forradas de piel.

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