Los términos en muchas ocasiones llegan a generar confusiones y en el desconcierto que provocan conducen a interpretaciones que pueden distorsionar la visión de la realidad. Esto va más allá de lo que imaginamos. Un ejemplo al que siempre recurro es a la palabra rostizado, que en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) no existe; aunque es un vocablo que en la República de El Salvador, Honduras y en México significa asar, principalmente el pollo. Al parecer, cuando llegaron los franceses a México durante la segunda intervención (1862-1867), empleando el verbo “rôti” que significa precisamente asar en francés, se suplió por la palabra “rostizar” y ahora se utiliza sin confusión. Esta cuestión carece totalmente de importancia cuando consumimos este alimento que, dicho sea de paso, es muy valorado en toda la república.
La etimología de las palabras nos brinda una inmejorable oportunidad para comprender mensajes; sin embargo, el término inmune no tiene un significado etimológico preciso. En el siglo XIV, la palabra inmune solamente se refería a la indulgencia de servicios públicos como el hacer un servicio militar, pagar impuestos o no recibir algún tipo de castigos; pero en 1879, el químico y bacteriólogo francés Louis Pasteur (1822-1895), al parecer tomó la raíz del verbo latino munio, munire que significa fortalecer, fortificar o reforzar; y el prefijo in, que indica una situación en el interior. De ahí se creó el adjetivo inmune que vendría a significar algo como “internamente reforzado o protegido”. Hay lingüistas que plantean como origen el verbo immunire que es “instalar algo en el interior con fines de protección”.
Pero si el origen de la palabra es incierto, la forma en la que se establecen medidas de defensa contra los virus o la proporción de la población que debe alcanzar niveles lo suficientemente efectivos como para afirmar que se posee una protección comunitaria efectiva, es totalmente incierto. En pocas palabras, no sabemos lo que puede llegar a suceder con un virus tan letal y tan infeccioso como el SARS CoV-2 (cuyo apelativo proviene del acrónimo inglés: Severe Acute Respiratory Syndrome Síndrome Respiratorio Agudo Grave y el CoV-2 de Coronavirus 2).
La primera vez que se informó del SARS fue en Asia, durante el mes de febrero del año 2003. A los pocos meses este problema de salud, caracterizado esencialmente por la insuficiencia respiratoria de carácter extremadamente grave y potencialmente mortal, se propagó a América, Europa y Asia, dando como total a 8 mil 98 enfermos con una cifra de 774 personas fallecidas. Al determinar que esta enfermedad tenía a un coronavirus que tuvo una mutación, se denominó CoV y el nombre completo de SARS CoV (lo que explica el por qué ahora a este nuevo virus se le denomina CoV-2).
Covid-19 viene a ser el nombre de la enfermedad (Coronavirus Desease seguido del año en el que se descubrió el primer caso).
Otro término que de alguna manera me incomoda es el de “inmunidad de rebaño”, pues si bien la palabra inmune nos da una idea de protección interna, la palabra “rebaño” de acuerdo al diccionario de la RAE, se refiere a una manada de animales, especialmente ovinos (que producen lana); una congregación de fieles a una religión, con respecto a los “pastores espirituales”; o a un conjunto de personas que se mueven en conjunto o que se dejan dirigir con relación a gustos, opiniones, sentires o agrados. Sea como sea, la palabra rebaño incluso llega a ser utilizada despectivamente para calificar a un grupo de individuos que potencialmente es manipulable.
En inglés, la palabra herd significa efectivamente rebaño, pero también multitud, y si bien hablando en términos de la lingüística como tal, es válido denominar a una exposición masiva humana como rebaño, desde mi particular punto de vista y también filológico, por supuesto aceptando mi ignorancia del tema, considero que es mejor utilizar la traducción de “multitud” o “colectiva” como un término más apropiado.
Hace unos cincuenta años no era raro que, ante brotes de sarampión, las madres buscaran juntar a los hijos alrededor de los enfermos para que adquiriesen un problema de salud con una baja probabilidad de complicaciones; y es que, en este caso, el sarampión tiende a ser benigno en la infancia, a diferencia de los adultos, en quienes da lugar a cuadros extremadamente aparatosos y con una muy alta probabilidad de tener complicaciones. Era una forma de “vacunación” colectiva que buscaba ser no solamente natural sino también bastante efectiva, aunque por supuesto se corría el riesgo de que la enfermedad se complicara y diera lugar a un problema de salud que podía incluso ser mortal. Ahora ya existe una vacuna que se aplica incluso en forma gratuita, brindando no solamente seguridad, sino también resultando en términos económicos en algo barato, considerando lo que puede llegar a representar en un gasto el tratamiento en su conjunto cuando la patología se complica.
Con Covid-19 no es posible hacerlo. Hablando en términos de inmunidad, no sabemos exactamente cómo podríamos ser expuestos sin riesgos a un microbio que ha mostrado un extraordinario grado de infectividad y una muy alta capacidad de daño que va más allá del sistema respiratorio que es su vía de entrada. No existe en este momento un tratamiento, y si bien en ciertas poblaciones impera la probabilidad de tener la enfermedad sin complicaciones, para nadie es noticia que algunos países con sistemas de salud desarrollados, ante la pandemia, se vieron rebasados y alcanzaron un alto número de muertes que pudiesen haber sido evitadas, de haber tenido una infraestructura suficientemente efectiva para enfrentar un número inusitado e inesperado de casos.
La mejor forma que tenemos ahora para enfrentar esta pandemia es el aislamiento; pero debido a las graves consecuencias económicas que se generan al detener la mayor parte de las actividades productivas, quienes se encuentran involucrados en el ámbito político se ven cada vez más presionados buscando la manera de salir de esta especie de bloqueo. La medida que puede ser la mejor es el escalonamiento en el regreso al trabajo, considerando a aquellas personas que tienen menor riesgo de complicarse, mientras se buscan alternativas como tratamientos o vacunas. Un enfermo que ha sanado adquirirá una inmunidad o protección específica para el SARS CoV-2; sin embargo, no será definitiva esta defensa si el virus llegase a tener una mutación.
Lo cierto es que se podrá llevar a cabo un nuevo ingreso a las actividades productivas en la medida en la que el conjunto de la sociedad se encuentre con un estado inmune óptimo; existan tratamientos seguros, efectivos y accesibles; se encuentre una opción de vacunación y podamos aspirar a una inmunidad colectiva entendiendo que la epidemia se detendrá en la misma medida en la que se detengan los contagios. En este sentido pueden desarrollarse pruebas que determinen en qué medida cada uno de nosotros podría estar protegido y de esta manera poder reingresar a la fuerza laboral.
Por lo pronto debemos entender que no existe una certeza sobre el nivel, el grado, la calidad y la naturaleza de la inmunidad que se podrá requerir para estar protegidos, no solamente para esta pandemia, que forma ya una parte importante de nuestra historia, sino para las que potencialmente puedan y habrán de emerger; pero es imprescindible comprender que a partir de esta experiencia, nuestra vida debe de tener cambios profundos. Esto no es malo, pues la orientación se debe dirigir a mejorar las condiciones de vida en general. El SARS CoV-2 no respeta estratos sociales, de modo que debemos buscar la forma de establecer sociedades más igualitarias en todos los sentidos. Si en el siglo XIV la epidemia de peste bubónica marcó la necesidad de evolucionar hacia una etapa de desarrollo como fue el Renacimiento, la dura experiencia que estamos viviendo puede marcar un pilar para que juntos podamos construir una sociedad más evolucionada y por lo mismo, que se oriente a que todos vivamos mejor, con más justicia y sobre todo, equidad.