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El sol y la salud

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El sol fue considerado una deidad en prácticamente todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad. Hablando en términos de nuestra civilización, el pueblo Mexica, que constituyó un verdadero imperio en Mesoamérica, tenía al sol como un dios central. Independientemente de la mitología, especialmente interesante desde el punto de vista artístico y cultural, este astro en su poderío no podía ser visto directamente, lo que le imprimía una supremacía que no podía compararse al lado de ninguna otra estrella en el cielo. En la alborada con un color rojo y al mediodía en una forma deslumbrante, seguramente condicionó un pensamiento relacionado con la sangre y la lucha; es decir, se comportaba igual que un guerrero en un combate constante que, herido, renacía invariablemente triunfal e inmutable.

Entre los años 1325 hasta 1521 de nuestra era, mientras florecía la cultura Mexica, en Europa ya eran comunes los tratamientos médicos que incluían exposiciones a la luz del día, con especificaciones precisas y condiciones concretas. Al aumentar la temperatura, se dilatan los vasos sanguíneos mejorando la circulación y provocando sudoración, con la idea incluso hoy aceptada de que este es un proceso de “desintoxicación”, que no necesariamente es válido. Con una acción sedante y relajante que todos hemos experimentado al tumbarnos en la playa, una alberca o en el mismo pasto, apreciamos un placer que tiene un efecto en el sistema nervioso central por el incremento en la producción de unas sustancias llamadas neurotransmisores, que generan un goce inefable. Exponer las articulaciones adoloridas al calor de la luz solar genera analgesia con una disminución de los dolores. El efecto directo destruye prácticamente a todos los gérmenes. Puede auxiliar en la regulación de la temperatura. Estimulante y antidepresivo, se le encuentran siempre una cantidad increíble de cualidades que hacen de la vida algo placentero.

En la actualidad existe la helioterapia, actinoterapia o fototerapia practicadas como una opción terapéutica válida. Los antecedentes científicos de esta opción de tratamiento médico son particularmente interesantes. Niels Ryberg Finsen (1860 – 1904) fue un médico danés. A la edad de 22 años estudió medicina en Copenhague obteniendo su título en 1890. Sin embargo, padeció una rara enfermedad de tipo genético denominada Síndrome de Niemann-Pick, caracterizada por la acumulación de cierto tipo de grasa a nivel celular en órganos distintos. Percibió que la luz le era benéfica y toda su vida la dedicó a estudiar con una particular atención el beneficio que podía brindar la exposición solar regulada, con múltiples experimentos científicos. Tenía una verdadera obsesión por esto hasta llegar a los excesos y a los extremos. Por citar un caso, durante su luna de miel, recién casado, expuso los pabellones auriculares de su joven esposa, después de presionarlos con dos placas de vidrio a las radiaciones del sol, para valorar el efecto en distintas latitudes. Esto lo hizo con el objetivo de informarse acerca de la relación existente entre la luz y la disminución de la circulación sanguínea de los tejidos periféricos. Tuvo la agudeza de publicar sus resultados, lo que le valió que le otorgaran el Premio Nobel de Medicina en 1903, galardón que no pudo recibir por lo avanzado de su enfermedad que iba a provocar su muerte, un año después; es decir, en 1904, en el mes de septiembre, a los 44 años de edad.

Pero los pasos ya estaban dados para establecer procedimientos de curación con una base seria, enfocados a aprovechar la luz. Hoy los niños recién nacidos que tienen un incremento en los niveles de pigmentos biliares y que se ponen “amarillos” (Ictericia del recién nacido), reciben como la mejor medida de tratamiento, luz ultravioleta, natural o artificial.

 Es muy conocido que la fototerapia ayuda a que en la piel se forme vitamina D, que es un elemento determinante para que el calcio que ingerimos en la alimentación pueda fijarse en los huesos, con un impacto determinante de la salud en los dientes y en nuestra estructura ósea.

 Pero como todos sabemos, el exceso de exposición a los rayos ultravioleta puede tener un impacto en el incremento de riesgo para padecer cáncer de piel. Se calcula que aproximadamente 3.5 millones de personas son diagnosticadas por año, lo que representa una cifra asombrosa. A lo largo de los años esta cifra se ha incrementado, probablemente porque han mejorado las técnicas de diagnóstico, hay un aumento sustancial en los años que vive una persona y la mayor exposición en tiempo a la luz ultravioleta del sol. Por esta razón es muy importante en la actualidad utilizar protectores solares.

Los productos para cuidarnos del sol tienen un número como referencia. Este se denomina Factor de Protección Solar o SPF (por las siglas inglesas de Sun Protector Factor), que nos marca la relación que hay entre el tiempo necesario para que la piel se ponga de color rojo (eritema), con un protector y sin usarlo. En otras palabras, si con una exposición de 20 minutos aplicamos un protector solar de 10, se producirá el mismo eritema después de (10 por 20) 200 minutos; es decir, aproximadamente tres horas con 30 minutos. Es obvio que muchas variables van a afectar este resultado, pero se deben considerar como fundamentales la intensidad de rayos solares a la que nos exponemos y el denominado “fototipo” de un individuo; es decir, la cantidad de melanina o pigmento en la piel de cada persona.

Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), en el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, le expresa a Sancho Panza: “Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día”. En este pequeño fragmento, Don Quijote manifiesta la importancia de llevar a cabo las actividades cotidianas con el sol y si bien advierte sobre la necesidad de moderar el sueño, vale la pena considerar que en todo debe haber mesura y reserva. El exceso de sol puede provocar a la larga, graves problemas de salud y su goce con sobriedad, genera definitivamente, una vida mejor.

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