Contrario a la concepción actual sobre seguridad alimentaria que está concentrada en la disposición de alimentos, lo cual coloca al libre mercado como la opción para el abasto de alimentos, la autosuficiencia alimentaria puede seguir siendo entendida como el incremento de los rendimientos por hectárea dentro de las fronteras nacionales que permita sostener el nivel de consumo de alimentos de una población creciente.
El camino para lograrla implica una búsqueda constante de tecnologías que permitan incrementar o mantener el nivel de producto del ciclo anterior, y además, en un escenario ideal, fomentar el tránsito hacia la conservación del suelo agrícola en el largo plazo, lo que implica un cambio de paquete tecnológico. Sin embargo, en el contexto actual en donde el paquete tecnológico dominante se concentra en los insumos derivados del petróleo, ¿Qué tanto explica la aplicación de fertilizantes químicos el incremento del producto agrícola? ¿Será la opción para lograr la autosuficiencia alimentaria?
Una vez iniciado el tránsito hacia la economía de mercado en México al inicio de la década de 1980, el desmantelamiento de las instituciones públicas, Ferti-mex (Fertilizates Mexicanos) y Pronase (Productora Nacional de Semillas), que diseñaron e instrumentaron el cambio tecnológico en la agricultura, recrudeció las ya de por sí condiciones deficientes de este rubro que se habían venido presentando desde finales de la década de 1960. De acuerdo con la estadística publicada sobre adopción de tecnología del paquete dominante en la agricultura, ésta ha sido constante, aunque insuficiente.
El consumo de fertilizantes en México entre 1960 y 1982, se explica por la influencia de las políticas agrícolas. Como todo análisis de la época, al inicio de la década de 1960, la importancia de la aplicación de fertilizantes se expresó en su capacidad para incrementar el nivel de producto sin considerar de ninguna forma sus consecuencias ambientales. Sagarpa (1988), entonces SARH explicaba que la principal razón para el consumo de insumos fueron los subsidios a éstos. Así, durante el último gran esfuerzo de la política pública para recuperar el nivel de productividad agrícola entre 1960 y 1976, se implementaron políticas de fomento al incremento de la producción agrícola reduciendo el costo de los insumos (vía subsidios a los precios de éstos); como resultado, el consumo de fertilizantes creció en 13.2 por ciento. En ese entonces la aplicación de semillas mejoradas, plaguicidas y agua disminuyeron de forma importante. La aplicación de semillas de 15.5 por ciento a 5.8 por ciento, plaguicidas de 13.1 por ciento a 2.9 por ciento, agua de 5.1 por ciento a 1.2 por ciento, y sin embargo, la producción agrícola creció en 3.0 por ciento anual, mientras que la superficie cosechada se incrementó 1.4 por ciento.
Una vez que en la economía mexicana se agota el modelo de sustitución de importaciones, entre 1976 a 1982, la producción agrícola creció en 7.4 por ciento promedio anual, la superficie cosechada aumentó en 3.6 por ciento y el empleo de insumos creció un 8.8 por ciento.
Aun cuando el producto agrícola creció, no lo hizo a un ritmo superior de la incorporación de insumos. Comparado con el periodo anterior, el consumo de fertilizantes tuvo un crecimiento menor cuya productividad fue decreciente en 5.01 por ciento. En este periodo el crecimiento moderado del producto puede explicarse por los efectos del Sistema Alimentario Mexicano mediante el cual se incrementaron los subsidios en crédito, fertilizantes y semillas lo cuales aumentaron casi en 470 por ciento.
Para la siguiente fase, 1982-1984, una vez iniciado el tránsito hacia el libre comercio, el consumo de insumos cayó 7 por ciento en conjunto. El uso de fertilizantes disminuyó al ritmo más bajo en 2.2 por ciento en comparación con las semillas que disminuyeron 10.9 por ciento y los servicios de fumigación en 9.4 por ciento. La baja productividad del sector a partir de ese periodo fue explicado por la propia SARH en términos del contexto macroeconómico de la actividad agrícola durante el periodo, pues los costos de producción se elevaban constantemente sin poder ser estabilizados a pesar del incremento en la adopción de la tecnología.
A partir de la desaparición de Fertimex y Pronase, el consumo de fertilizantes está explicado por su oferta disponible pues ésta depende de las importaciones casi en un 90 por ciento. Su aplicación, al menos para los productores de menores ingresos, no responde a las necesidades del cultivo sino a la capacidad de pago de los productores y su capacidad de respuesta ante los cambios abruptos del precio que incluye los costos de transporte desde los puertos de entrada al país, hasta las zonas de cultivo.
En un contexto de dependencia de las importaciones de insumos, las políticas de cambio estructural han favorecido poco o nada la producción de fertilizantes químicos, y por tanto su capacidad de adopción a lo largo del país es aún limitada. El consumo está muy localizado en aquellos estados que producen grandes volúmenes de granos, especialmente maíz y/o productos de exportación.
Sagarpa reporta para 2012 que 65.3 por ciento del total de la superficie sembrada del país utiliza fertilizantes químicos1. Solo 10 estados de 32 cubren en más de 90 por ciento su superficie sembrada con fertilizantes (Chihuahua, Guanajuato, estado de México, Jalisco, Michoacán, Morelos, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala y Veracruz); el resto lo hace en cerca de la mitad de la superficie cosechada. El estado de Puebla se encuentra en la media nacional, con 68.3 por ciento.
Para el caso del maíz, principal cultivo a nivel nacional, a pesar de las políticas de cambio estructural, la superficie sembrada ha disminuido a un ritmo muy lento y por periodos se ha mantenido estable y, en las zonas productivas más pobres, su capacidad para aplicar tecnología que incremente los rendimientos por hectárea es una tarea que se realiza en un entorno adverso en términos económicos y sociales.
La situación en la agricultura poblana no es distinta a la de otros estados con producción agrícola predominantemente campesina de temporal. En números absolutos, se ha recuperado casi el volumen producido de maíz que antes de las políticas de cambio estructural en 1982, mientras que la superficie sembrada ha disminuido; asimismo, cada año disminuye la superficie que utiliza fertilizantes químicos. En 1999 era 90.60 por ciento del total y en 2012 es solo 68.33 por ciento, una disminución de 8.42 por ciento. Se pueden hacer dos lecturas de estas cifras. Primera, se utilizan menos fertilizantes químicos, lo cual es benéfico para el ambiente, pero el producto agrícola no crece o disminuye. Segunda, se utilizan menos fertilizantes químicos y el producto agrícola crece, este último sería el escenario ideal, pues hablaría de una productividad por unidad de insumo mayor. Por desgracia priva la primera lectura y coincide con los periodos de cambios de orientación de la difusión del paquete tecnológico.
Entre 1981 y 20122, el volumen de producción de maíz disminuyó 10.92 por ciento, mientras que la superficie fertilizada cayó 4.25 por ciento. Es decir, el ritmo de aplicación de fertilizantes es mucho menor al ritmo de caída del producto agrícola, el incremento del volumen parece no obedecer a la incorporación de insumos químicos, y de acuerdo a estas cifras, la producción de maíz en Puebla no depende de la aplicación de fertilizantes químicos para mantenerse en el tiempo, pues la capacidad de adopción del paquete tecnológico dominante es muy pequeña.
En este panorama, es importante redefinir la dimensión de la autosuficiencia alimentaria concentrándose en las capacidades productivas locales fortaleciendo los paquetes tecnológicos, incluyendo semillas criollas sin recurrir, necesariamente, a la incorporación de insumos derivados del petróleo como solución universal. La efectividad de los insumos puede ser cuestionable pues existen otras formas de fertilización de menor costo y de igual o mayor efectividad sobre la productividad agrícola, aunque que no son aceptables en el paradigma actual de abastecer de alimentos bajo la premisa del diferencial de productividades relativas que el libre comercio dicta. En el contexto actual, de bajo crecimiento de la economía mexicana, estancamiento del producto agrícola y reorientación de las políticas públicas para el sector, la autosuficiencia alimentaria debe pensarse en el sentido de mantener primero los niveles de producción, dadas las condiciones tecnológicas de cada región y tipo de productores y orientar y conservar los mercados microregionales, en donde las consecuencias ambientales de la aplicación de este tipo de insumos deben ser un elemento para la toma de decisiones.
Notas
1 La estadística separa superficie fertilizada con químicos y superficie no fertilizada con químicos. No especifica si esta última se realiza con fertilizantes biológicos o simplemente no se fertiliza con ningún tipo.
2 INEGI. Anuario estadístico del estado de Puebla, 1985, 2005, 2013 y SAGARPA, SIAP, 2013. Estadística de uso tecnológico y de servicios en la superficie agrícola.