El libro es una recopilación de entrevistas hechas a Noam Chomsky, quien ha escrito varios libros y es un lingüista relevante del Siglo XX. Y aunque sus incansables esfuerzos por la justicia le habrían ganado el Premio Nobel de la Paz, sin embargo, el comité lo sigue otorgando a gente como Henry Kissinger y Barak Obama.
La nueva economía global
Ahora en muchas de las calles de los Estados Unidos hay limosneros, gente que pide dinero y duerme en la entrada de los edificios. El espectro de la pobreza y la desesperación es cada vez más evidente para las clases media y alta. Hace años, el fenómeno se circunscribía a cierta zona pero ahora es generalizado porque tiene mucho que ver con la pauperización generalizada.
Hace cuarenta años se dio un gran cambio en el orden mundial, simbolizado, en parte, por el desmantelamiento del sistema económico desarrollado desde el final de la segunda guerra mundial. Richard Nixon se percató de que el predominio de Estados Unidos en el sistema global declinaba y que, en el nuevo orden mundial “tripolar” ya no podría funcionar como el banquero mundial. Debido a lo anterior, las empresas estadounidenses se vieron muy presionadas por obtener mayores utilidades y, en consecuencia, se inició un ataque mayúsculo contra los logros de la asistencia social. Se suprimieron las migajas que se les dejaban a la gente común y todo se destinó a los ricos.
Hubo una tremenda expansión mundial del capital no regulado. Hubo muchos cambios acelerando la llamada globalización de la economía: una manera elegante de decir que exporta trabajo a regiones de gran represión y bajos salarios, lo cual socava las oportunidades de trabajo productivo. Desde luego, es un medio para incrementar las utilidades de los consorcios, y el flujo libre de capital y los avances en telecomunicaciones les facilitan mucho las cosas.
La globalización tiene entre otras consecuencias importantes que la sociedad esté dividida en dos rangos; un sector extremadamente rico y privilegiado, y otro sumido en la miseria y la desesperación. La imposición del sistema neoliberal de “libre mercado” canaliza los recursos hacia los ricos y hacia las inversionistas extranjeros, con idea de que algo sucederá, como por arte de magia, después del Día del Juicio.
Otra consecuencia importante de la globalización se refiere a las estructuras gubernamentales que han tendido a unirse en torno al poder económico. Por consiguiente, cuando hay economías nacionales hay estados nacionales. Ahora tenemos una economía internacional y cada vez nos acercamos más a un estado internacional —que, a fin de cuentas, significa un poder ejecutivo internacional. Se ha creado “una nueva era imperial” con un “gobierno mundial de facto”, que tiene sus propias instituciones, que responde a las necesidades de los consorcios internacionales y asesta un golpe certero a la democracia. Estas estructuras encomiendan la toma de decisiones al Poder Ejecutivo, restando influencia a los parlamentos y al pueblo —el llamado “déficit democrático”. Por tanto la gente piensa que nada funciona. Ni siquiera sabe qué sucede en ese remoto y secreto nivel de la toma de decisiones.
General Motors cerró 24 plantas en Estados Unidos y las reabre en otros países donde puede pagar salarios disminuidos en 60 por ciento. Hablar de un mercado libre es una broma. Porque un gran porcentaje de transnacionales internacionales corresponde a una misma empresa, lo cual difícilmente podría calificarse de “comercio” en sentido estricto. En realidad se trata de transnacionales manejadas desde el centro, bajo la dirección de una mano muy visible: las grandes estructuras corporativas.
La política industrial estadunidense le permitía al gobierno coordinar la economía privada, otorgar beneficios a los principales consorcios, subsidiarlos, canalizar los impuestos a la investigación y el desarrollo, garantizar un mercado estatal para la producción excedente, enfocarse en el desarrollo de industrias de avanzada, etcétera. Prácticamente todos los aspectos de la economía estadunidense que se han desarrollado con éxito fueron respaldados por este tipo de involucramiento gubernamental.
Desde hace algún tiempo, la vanguardia en tecnología e industria ha estado cambiando de dirección: ya no se aboca a la industria electrónica del periodo de la posguerra; ahora se orienta a la industria basada en la biotecnología y al comercio. Se espera de la biotecnología el diseño de semillas y medicinas que creen una industria gigantesca que rinda enormes utilidades. Analizando la cuestión de la “infraestructura” o el “capital humano” —que comúnmente significa mantener a la gente viva y darle la oportunidad de educarse. Cada vez se destinan menos recursos a la educación y los empresarios se quejan de las consecuencias de este desastre. El sistema educativo estatal prepararía a sus trabajadores, jóvenes ejecutivos, investigadores y demás personal. Y ahora resulta que el sistema educativo es un fracaso.
La razón es obvia: las drásticas reducciones en el presupuesto federal para el gasto social, así como las medidas fiscales para el gasto social y de otra índole que incrementaron muchísimo la deuda federal.
La solución del estado es el endeudamiento. Bajo la idea de poner un alto al gasto social por medio de la deuda. Siempre habría lo suficiente para subsidiar a los ricos, pero no podrían dar apoyo a madres solteras. ¿Qué hizo el gobierno con el dinero de los préstamos adquirido por décadas? Si se hubiera aplicado a fines constructivos —digamos a inversión o infraestructura— estaríamos bastante bien. Sin embargo se destinó a enriquecer a los ricos, al consumo, a la manipulación financiera y a la especulación.
En Europa hay una especie de contrato social que fue impuesto en buena medida por la fuerza de los sindicatos y los trabajadores organizados: servicios de salud para todos, y buenos servicios, en general. Nosotros no los tenemos, en parte porque carecemos de una fuerza laboral tan organizada y porque la comunidad empresarial es mucho más dominante.
Estados Unidos está tan comprometido con la comunidad financiera internacional que ésta controla la política estadunidense. Si algo sucede en este país que no le parezca a los inversionistas o reduzca sus utilidades a corto plazo —digamos un incremento en el salario de los trabajadores— sencillamente se retirarán de mercado accionario de Estados Unidos. Esto elevaría las tasas de interés y, como consecuencia, provocaría un rezago en la economía con el consiguiente incremento en el déficit.
Muchos argumentan que los inversionistas tienen el derecho de tomar las decisiones y que debemos hacerles las cosas lo más atractivas que sea posible. Pero, mientras los inversionistas tengan el derecho a decidir, nada va a cambiar. A menos que se vaya al origen del poder, que en última instancia es quien toma las decisiones relacionadas con la inversión, las demás cambios son sólo apariencia y muy limitados. Si se pretende ir demasiado lejos, los inversionistas elegirán otras opciones y no habrá mucho que hacer.
Cuestionar el derecho de los inversionistas a decidir quién vive, quién muere y cómo debe vivir o morir implicaría un movimiento revolucionario. Muchas cosas están mal y pueden proponerse cambios pequeños. No obstante, si somos realistas, los cambios sustanciales requieren la profunda democratización de la sociedad y del sistema económico.