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La experiencia materna temprana en la infancia es esencial en el desarrollo del cerebro

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La mayoría de los mamíferos (animales que son alimentados con leche materna durante la infancia) que viven en sociedad, incluyendo al hombre, se comunican y organizan a través de conductas sociales. Las conductas sociales pueden ser agonistas (conducta sexual, acicalamiento social, conducta materna) y antagonistas (conductas antisociales y agresión). Entre las anteriores conductas, la conducta materna es esencial para que los hijos sobrevivan hasta el destete, y de esta manera se perpetúe la especie. A través de la conducta materna, la madre aporta a los hijos alimento, calor, protección y los estímulos sensoriales, sociales y hormonales (a través de la leche materna) necesarios para la continuidad del desarrollo del infante. La conducta materna consiste en la manifestación de conductas dirigidas al cuidado de los hijos durante la gestación, el parto y la lactancia. En las especies no humanas, como los roedores (ratas, ratones), la madre construye, antes del parto, un nido, acarreando material, como pasto seco, hacia una madriguera; acarrea a sus crías hacia el nido tomándolas de la parte posterior del cuello, y las crías se dejan acarrear y no oponen resistencia; las acomoda dentro del nido, se coloca sobre ellas, les lame el cuerpo y los genitales (esto favorece que las crías orinen y defequen porque no pueden hacerlo solas, y en los machos favorece que el cerebro refuerce su masculinidad; dimorfismo sexual), y las amamanta. En los humanos la madre durante la gestación prepara la llegada del infante al conseguir un lugar dónde colocarlo (por ejemplo, la cuna), y cuando nace el infante, ella lo abraza, lo acaricia, lo besa, le habla, le canta, lo baña, lo viste, lo peina, lo transporta, y lo amamanta. En ambas tipos de especies, la finalidad de la conducta materna no solo es lograr que las crías sobrevivan, sino también que se favorezca que el cerebro, principalmente, continúe su desarrollo. Esto sólo ocurre en las especies altriciales, cuyos hijos nacen inmaduros (no coordinan sus movimientos, no regulan su temperatura, y no pueden conseguir su propio alimento), y por lo cual son totalmente dependientes del cuidado materno. La experiencia de los hijos de estar recibiendo el cuidado materno se traduce en una serie de estímulos sensoriales y sociales (como los lamidos de la madre en los roedores, y los abrazos y caricias en el humano), y hormonales, que viajan hacia el cerebro y producen cambios en el crecimiento, proliferación, maduración y especialización de las neuronas que finalmente conforman al cerebro como va a ser en la etapa adulta. Estos estímulos no solo inciden a nivel celular, sino también a nivel molecular. Específicamente estos estímulos modifican la expresión de los genes, sin alterar la secuencia del ácido desoxiribonucleico (ADN, epigénesis). Por ejemplo, si un infante trae un carga genética que lo predispone a ser muy agresivo (gen del transportador de serotonina), pero recibe cuidados maternos óptimos en cantidad y calidad (afectivos), la expresión de estos genes no ocurre, y el nivel de agresividad de este infante, cuando sea adolescente o adulto, no será alta. Estos cambios epigenéticos pueden ser transmitidos de una generación a otra (transmisión intergeneracional).

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Imagen tomada de http://www.cenizadeestrellas.com/2012/03/la- epigenetica-y-el-resurgir-del_30.html

Los mecanismos involucrados en los procesos de epigenesis y de transmisión intergeneracional aun no son claros y se requiere de mayor estudio. De hecho, la mayor parte del conocimiento científico que actualmente se tiene al respecto proviene del uso de modelos animales en estudios de investigación enfocados en el desarrollo del sistema nervioso (central y periférico). Específicamente existen dos tipos de modelos utilizados en roedores: aquellos que facilitan que las crías reciban más estímulos sensoriales (más lamidos corporales y perineales por parte de la madre) como: madres que son “altas lamedoras” (High LC-ABN, de sus siglas en inglés) (1), “manipulación materna” (2), separación materna parcial o repetida (3), y separación materna total y crianza artificial (4). En el caso del modelo 1, las madres son seleccionadas por su alto nivel de lamidos a las crías. Para el caso del modelo 2, las crías son retiradas del nido durante 15 minutos diarios de los días 1-2 al 14 de vida (o de lactancia de la madre), y se regresan con la madre; esto induce en la madre que les provea a estas crías más lamidos. Estas crías, cuando alcanzan la etapa adulta, manifiestan procesos emocionales estables (menos ansiedad y depresión, menos miedo), mejor adaptación a ambientes novedosos y respuesta al estrés, menor agresividad, eficiencia en pruebas de aprendizaje, de memoria y de atención, y son “buenas madres”. Además, el hipocampo muestra incremento en la supervivencia neural, sinaptogénesis (creación de nuevas comunicaciones entre las neuronas), y en la longitud y número de las dendritas. En contraste, crías que sufrieron separación materna parcial presentan, cuando adultos, hiperactividad, incremento en la respuesta al estrés, mayor ansiedad y depresión, mayor agresividad, deficiencia de aprendizaje y memoria, déficit de conducta materna, y mayor tendencia a adquirir adicción al alcohol. Sin embargo, los resultados de estos estudios son controvertidos en cuanto al origen de los cambios encontrados, ya que se propone que más que un modelo de privación materna, es un modelo de estrés crónico temprano. Para estudiar específicamente el papel de los estímulos sensoriales y sociales que la madre les provee a las crías durante este periodo de desarrollo postnatal se ha utilizado el modelo de crianza artificial (CA). Mi laboratorio, en colaboración con la doctora Fleming de la Universidad de Toronto, CA, hemos encontrado que estos animales manifiestan efectos similares a los encontrados en los que sufrieron separación materna parcial, pero los efectos son más claros, y utilizando una estrategia de reemplazo sensorial (se les dan estímulos táctiles con una brocha de cerdas finas simulando los lamidos de la madre) o colocando dos crías de similar edad dentro de los recipientes de aislamiento, la mayoría de los efectos se previenen. Brevemente hemos encontrado que estos animales presentan respuesta al estrés incrementado, déficit de atención y de aprendizaje social, conductas antisociales; mayor conducta de juego-lucha y agresión impulsiva y materna, déficit materno, mayor ansiedad y depresión. Recientemente encontramos que el nervio sural (nervio sensorial de la pierna que transmite la información táctil al cerebro) presenta hipomielinización y sus propiedades electrofisiológicas son deficientes. Además, más de 60% de los machos aislados despliegan conducta sexual deficiente, e incluso no logran eyacular.

La mayoría de los efectos encontrados en los modelos animales han sido comprobados en los humanos la última década, y en general se puede resumir que, una “buena madre” desarrolla una unión afectiva estrecha hacia su infante, y favorece que el infante desarrolle un apego materno seguro, que se traducirá en hijos emocionalmente estables, seguros, afectivos, empáticos, con mejores funciones cognitivas (por ejemplo, aprendizaje y memoria), y con buenas habilidades sociales que establecerán relaciones sociales adecuadas con sus amistades y parejas. En contraste, una “mala madre” que provee pobres cuidados maternos o incluso la ausencia de una madre (niños huérfanos), o madres depresivas, adolescentes, que maltratan a sus hijos, o sufren maltrato infantil de cualquier persona, o abuso sexual, criarán o tendrán hijos con apego materno inseguro, ambivalente y/o inestable, lo cual favorecerá la expresión de conductas antisociales, mayor agresividad, con dificultades para establecer relaciones sociales afectivas estables, serán “malas madres” con un bajo desempeño en procesos cognitivos (bajo coeficiente intelectual, déficit de memoria y aprendizaje), déficit de atención, hiperactividad, desordenes del sueño, respuesta al estrés alterado y con una mayor predisposición o riesgo a delinquir, a sufrir adicciones al alcohol y a las drogas, e incluso a sufrir algunos desordenes psiquiátricos (depresión, ansiedad, agresión impulsiva, esquizofrenia). Además, un alto porcentaje de estos niños sufren cambios en el funcionamiento de diversos sistemas neuroendocrinos como la serotonina, dopamina, glutamato, entre otros. No menos importantes son los cambios en la morfología (pobre conectividad neural) y en el volumen de ciertas partes del cerebro. Específicamente estos niños presentan un reducido volumen del hipocampo e incremento de la amígdala (regiones neurales que participan en los procesos cognitivos y emocionales), reducción en la materia blanca y gris, y en el volumen total del cerebro. Como en los animales de experimentación (descrito anteriormente), se han utilizado algunas estrategias clínicas para tratar de revertir los procesos neurobiológicos causados por las experiencias adversas en la infancia como la estimulación táctil a niños prematuros o de bajo peso corporal (técnica del canguro o de piel-piel). Hasta el momento se ha encontrado que estos niños ingieren más alimento, ganan más peso corporal, así presentan una mejora en algunos procesos cognitivos que los niños de las mismas características al nacimiento, pero que no recibieron dichos estímulos. Aunque no existen programas serios en los hospitales e instituciones públicas de atención al infante, es posible predecir que estas estrategias de tratamiento utilizadas en niños de bajo peso también tengan un impacto importante en los efectos de los niños que sufren negligencia (abandono materno), maltrato infantil y abuso sexual. Además, es necesario continuar realizando estudios de desarrollo neuronal en modelos animales de laboratorio para poder extrapolar al humano, y de esta manera proponer nuevas estrategias de tratamiento, y principalmente de prevención.

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