Entre los importantes cambios, alteraciones y amenazas que están afectando a los ecosistemas de México, especialmente a las regiones áridas, semiáridas y subhúmedas secas, la desertificación constituye el problema ambiental de mayor extensión espacial e incidencia ambiental y económica. La desertificación es un tipo de degradación que actualmente amenaza no solo al recurso suelo per se, sino también la producción alimentaria a nivel mundial. Tras el término desertificación se esconde todo un conjunto de procesos interrelacionados; físicos, biológicos, históricos, económicos, sociales, culturales y políticos; que se manifiestan a diferentes niveles de resolución, tanto espaciales como temporales.
La UNCED (1992) y la CCD (1994) la han definido como un proceso complejo que reduce la productividad y el valor de los recursos naturales, en el contexto específico de condiciones climáticas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, como resultado de variaciones climáticas y actuaciones humanas adversas. La desertificación es, a su vez, una crisis climática, ecológica y socioeconómica que desencadena nuevos mecanismos de degradación ambiental que dificulta, e incluso impide, la conservación de la base de recursos naturales, imprescindibles para el desarrollo sostenible (Ver imagen). Es un proceso de origen multifactorial, por lo que no existe una explicación lineal causa-efecto que la desencadene; sin embargo, es posible identificar interacciones que funcionan como catalizadores del proceso, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas relacionadas con la sobreexplotación del suelo e incluso con dinámicas sociopolíticas como la marginación, que puede funcionar como causa y consecuencia de la desertificación (UNCCD y Zoï, 2011).
En México la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales considera a la degradación del suelo en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas del país como un estimador de la desertificación, ya que a la fecha no existen estudios específicos sobre su extensión, por lo que bajo esta premisa reporta que la desertificación afecta aproximadamente a 43.56 millones de hectáreas, es decir, 43 por ciento de las tierras secas, lo que equivale a 22.17 por ciento del territorio nacional (Semarnat, 2012). Sin embargo, al llevar a cabo un análisis más completo, se valora que la disponibilidad de agua en el suelo es marginal de enero a diciembre en 61 por ciento de la superficie nacional, por lo que esa superficie es extremadamente susceptible a la sequía y degradación del suelo.
Para una lucha eficaz frente al problema de la desertificación, se hace imprescindible desarrollar acciones de prevención y recuperación. Para la prevención se requiere planificar un adecuado manejo del recurso suelo, conservar los bosques y evitar el sobrepastoreo, utilizar métodos adecuados de irrigación, mejorar los pronósticos de sequía a largo plazo y combatir la pobreza rural. Para la recuperación de áreas ya degradadas es necesario reforestar y mejorar el uso del agua.
Técnicamente las áreas afectadas por la desertificación pueden ser “restauradas” cuando se recupera el ecosistema a través del abandono del mismo, lo que reduce la presión de uso de los recursos y posibilita la recuperación de los componentes originales del ecosistema, logrando una restauración de éste y de su capacidad de sostenimiento; “rehabilitadas” cuando se recupera el ecosistema original a través de un mejor manejo, lo que produce un cambio permanente o “habilitadas” cuando se recupera el ecosistema por medio del agregado de elementos ajenos a él, tales como especies vegetales exóticas, construyendo un ecosistema distinto del original pero que puede ser manejado en forma sustentable.
En todo caso, resulta imprescindible realizar las siguientes acciones, tanto para la prevención en áreas susceptibles como para la recuperación en áreas degradadas:
Mejorar las condiciones sociales, culturales y económicas.
Prevenir el avance de la erosión y el deterioro de la vegetación.
Planificar el uso del suelo.
Realizar actividades agrícolas con técnicas de labranza conservacionistas.
Usar sistemas de riego que eviten los peligros
de sedimentación y salinización.
Desarrollar variedades de vegetales resistentes a la sequía.
Mejorar los pronósticos de sequía a largo plazo
y sistemas de alerta temprana.
Mejorar los bosques nativos y reforestar.
Referencias bibliográficas
CCD, 1994, Unites Nations Convention to Combat Desertification. In those Countries Experiencing Serious Drought and/or Desertification, Particularly in Africa. Interim Secretarial for the convention. Genève Executive Center. C. P. 76-1219 Châtelaine/Genève: 71 pp.
UNCED, 1992, Report of the United Nations Conference on Environment and Development at Rio de Janeiro, Managing Fragile Ecosystems. Combat Desertification and Drought. Chapter 12. U.N. New York.
Semarnat 2012, Informe de la Situación del Medio Ambiente en México. México.
UNCCD y Zoï 2011. Desertication. A visual synthesis. UNCCD-Zoï Environment Network France.