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La República Mexicana dispone de de aproximadamente 2 millones de kilómetros cuadrados de superficie continental; de este total, sólo 29 por ciento corresponde a suelos aptos para las actividades agropecuarias, es decir, son suelos porosos, arcillosos, profundos, ricos en materia orgánica y mineral y que permiten la retención y filtrado de agua, son los llamados suelos phaezems (22.5 millones de hectáreas), luvisoles (17.3 millones de hectáreas) y vertisoles (16.5 millones de hectáreas). El resto de los suelos es pobre en materia orgánica, de un espesor menor a 25 centímetros, calcáreo, árido o muy joven, lo que lo hace poco suceptible de explotación agropecuaria. Del total de suelos utilizados en actividades ganaderas y agrícolas, dos terceras partes corresponden a los suelos phaezems, luvisoles y vertisoles, y una tercera parte a los suelos leptosoles, regosoles y calcisoles.
Los suelos pierden materia orgánica o bajan en rendimientos físicos por unidad de superficie por múltiples causas, siendo la principal la forma como nos apropiamos de la naturaleza: una explotación intensiva en pesticidas, herbicidas, fertilizantes y agua degrada más que un cultivo sustentado en la rotación, asociación o policultivo de tipo orgánico. Con base en el diagnóstico de la Secretaría del Medio Ambiente (Semarnat) y el Colegio de Posgraduados de Chapingo sobre degradación de suelos en territorio nacional, escala 1 a 250,000; es posible conocer el costo ambiental de la explotación capitalista en las actividades agrícolas, pecuarias y forestales: 46 por ciento del total de suelos tiene algún grado de degradación. La degradación se clasifica según el impacto en la productividad biológica derivada de la pérdida de nutrientes y cambios en la composición física y química del suelo. Las causas de la degradación son por el desplazamiento del material orgánico de la superficie del suelo (erosión hídrica y eólica) o por el deterioro interno del suelo, tanto físico (compactación y encostramiento) como químico (pérdida de material orgánico y de nutrientes, polución, salinización). Para el año 2002, según la fuente citada, 16 por ciento de la degradación de suelos fue por problemas químicos asociados al uso de agroquímicos; 15 por ciento por la erosión eólica; 12 por ciento por la erosión hídrica, y 4 por ciento por problemas de retención y filtrado de agua por compactación de tierras.
Sobre la pérdida de suelos y deterioro de su calidad influyen muchos factores; entre otros, sobrepastoreo, deforestación, cultivo en laderas, agroquímicos, suelos calcáreos, aguas con excesivas sales, monocultivo, procesos intensos de evotranspiración, calentamiento global, cambios en el uso de suelos, pero sobre todo, la agricultura y ganadería de alto rendimiento, intensa en el consumo de fertilizantes, pesticidas, herbicidas, agua y semilla transgénica. Del total de suelos usados exclusivamente en las actividades primarias (agricultura, ganadería y bosques cultivados), 70 por ciento presenta algún tipo de degradación.
La superficie de usos agrícola en la República Mexicana es de 31 millones de hectáreas; 14 millones son sembradas con cultivos de ciclo corto, como el maíz, el frijol, el sorgo; 9 millones de hectáreas son plantaciones de caña de azúcar, café o árboles frutales, y casi 8 millones de hectáreas no se cultivaron. Del total de tierras que se cultivan, la mitad hace sus faenas principales con tractor y la cuarta parte de tierras cultivadas dispone de agua. El promedio de precipitación anual en el primer decenio de este siglo fue de 805 milímetros al año; esto significa que por lluvia dispusimos de 1.6 millones de millones de metros cúbicos de agua al año; 73 por ciento de esta agua se vuelve vapor de agua y regresa a la atmósfera vía evotranspiración; a nosotros sólo nos queda 22 por ciento que se escurre a las cuencas, y 5 por ciento que se filtra y recarga mantos freáticos, es decir, 3 mil 813 metros cúbicos por persona, la cuarta parte de lo que disponíamos hace 60 años (excluido saldo de importación y exportación de agua). El mayor consumo de agua es para las actividades agrícola y la forma tradicional de su uso es a cielo abierto, a través de canales, medio por el que se filtra y evapora la mitad del agua. La agricultura intensiva en insumos degrada suelos, contamina mantos freáticos y aire y sus productos generados con semillas genéticamente transformadas son nocivos para la salud. Los años requeridos para formar un centímetro de suelo superficial se calculan entre 100 y 400; la pérdida de suelos por prácticas agroecológicas nocivas al ambiente es irreparable en escala del tiempo humano, en que la esperanza de vida al nacer es de 75 años.
Además de degradar suelos, propiciar pérdida de biodiversidad de flora y fauna y destrucción del hábitat de los grupos originarios, la producción local de granos básicos (maíz, frijol, trigo y arroz) ha sido inferior al consumo y ha generado pérdida de soberanía y vulnerabilidad alimentaria: en el año 2011 las importaciones de granos básicos representaron 42 por ciento del consumo aparente (producción + importación exportaciones), cuando en 1995 fue del 16 por ciento (David Márquez, Reporte Económico, La Jornada, 8 y 15 de octubre de 2012). En el último cuarto de siglo dejamos de sembrar 2.5 millones de hectáreas de granos básicos, y en el sexenio de Felipe Calderón el valor de las importaciones agrícolas equivalió a la cuarta parte del valor de la producción agrícola de México. La apertura comercial y el abandono del campo no han sido positivos en términos ambientales, tampoco en lo social (ha generado pobreza, emigración y abandono de cultivos) ni en lo económico (salida de 50 millones de dólares diarios para comprar granos básicos).
Revalorar los servicios ambientales asociados al manejo milenario de los recursos; garantizar el abasto de alimentos en términos de calidad nutritiva, inocuidad, costo y preferencias de los consumidores; preservar la calidad de los recursos, incrementar la oferta local de alimentos y elevar las condiciones de vida (material y espiritual) de la población que vive de y para las actividades primarias es vital si desarrollo es el sustantivo y el calificativo es sustentabilidad, justicia, equidad, participativo, incluyente y hasta democrático.