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Medicamentos y ambiente

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Equivocadamente especulamos que la manera de alterar la naturaleza hasta el grado de poner en riesgo nuestra existencia como especie es reciente. Sin embargo, la sola idea de pensar tipos de vida que esencialmente requerían lo que brindaban los alrededores nos lleva a conclusiones sorprendentes. Sociedades incipientes debieron literalmente arrasar con el entorno hasta el grado de terminar con recursos y verse obligados a migrar en un nomadismo que tenía seguramente como causa determinante el agotamiento del hábitat. Sin embargo, la velocidad en la que afectamos actualmente el medio alcanza niveles de un dramatismo inconcebible. Lo peor del caso es que lo hacemos en una forma más que irresponsable, inconsciente. Pensamos en la contaminación cuando dirigimos la atención a desechos industriales, los derivados del petróleo, la polución minera, los aparatos inservibles y todo un sinfín de materiales que utilizamos cotidianamente. Sin embargo, es muy difícil poder imaginar el impacto provocado por algo tan sutil y a la vez tan peligroso como los medicamentos. El problema tiene alcances múltiples que van desde la fabricación y los desechos; las envolturas que en un hermetismo de aislamiento total (para evitar cambios en las características físicas y químicas) generan envases de difícil biodegradación; la mercadotecnia que al hacer atractivo un producto no solamente incrementa costos, sino que cobra una cuota excesivamente cara en términos ambientales. Pero hay algo más. ¿Qué hacemos cuando vemos impresa en una caja con pintura y un contenido con una fecha de caducidad? La Secretaría de Salud en México plantea que deben desecharse todos los medicamentos vencidos y la forma más común de hacerlo en cualquier hogar es literalmente tirarlos al bote de la basura o al inodoro. La razón de esta conducta se basa en que los fabricantes de medicamentos no garantizan la efectividad de los principios activos. Esta no es una discusión nueva. Ya desde hace años se ha planteado en el ámbito farmacéutico el problema de los medicamentos que han caducado y que al tirarse generan una contaminación que no se puede percibir y que además abarca aspectos económicos y sociales que ponen en entredicho a la ética médica, pues se da un desperdicio que no solamente se refleja en dinero, sino en una falta de acceso a medicinas que llegan a ser indispensables para salvar vidas humanas. Lo cierto es que no se sabe a ciencia cierta hasta qué grado un fármaco en cuyo envase hay una fecha de vencimiento no solamente ha perdido eficacia sino que puede mostrar un perfil diferente de acción y hasta efectos adversos de un carácter peligroso. Hay poca investigación en esto, y al parecer a la industria farmacéutica le interesa muy poco profundizar por una serie de razones que giran en torno a intereses de tipo económico, que también tiene sus motivos (aunque no sus justificaciones) por lo que representa, en función de la generación de trabajo. Sin embargo, más son los problemas y perjuicios que los beneficios que se obtienen cuando en una forma natural nos deshacemos, en primer lugar, de los envases de medicinas. Por citar un caso, propongo como ejemplo un sobre de un conocido antiácido cuyo contenido de bicarbonato de sodio, ácido tartárico y ácido cítrico no debe costar al fabricante más de 20 centavos de peso mexicano. La envoltura debe estar totalmente cerrada para evitar cualquier infiltración de humedad. El costo para el consumidor alcanza los dos pesos con cincuenta centavos, con una ganancia para el productor que no se puede calcular por toda la tecnología que se invierte en el envasado, que es definitivamente más caro que el producto. Al vaciar la mezcla de sales en medio vaso de agua hacen una efervescencia que culmina con la ingestión que efectivamente calmará momentáneamente una acidez estomacal; pero al tirar el envase con aluminio en el interior se genera un contaminante que tardará cientos de años en degradarse. Es literalmente imposible cuantificar la cantidad de medicinas que se consumen en el mundo, y por lo mismo la contaminación generada por esos envases que al brindar una seguridad en el mantenimiento de las propiedades físicas y químicas se convierten en algo que en términos de polución será heredado a generaciones inimaginables de seres vivos en el futuro. Pero lo más grave se ocasiona cuando se tiran antibióticos, pues matan bacterias que normalmente son las que integran a la biósfera cualquier elemento de basura orgánica. Obviamente medicamentos como hormonales, citotóxicos (fármacos para el cáncer), quimioterápicos y demás, tienen un poder destructivo en la naturaleza que no podemos imaginar. La conocida gaceta Medical Letter publicó en el año 1996 un artículo que establece dudas generadas en lo que respecta a la inutilidad de medicamentos cuya fecha de expiración se encontraba en vencimiento. Por increíble que parezca, medicamentos en comprimidos o tabletas bien envasados tuvieron sus características farmacológicas literalmente inalteradas hasta 10 años después en condiciones ambientales estables. Esta no se puede decir que sea una regla, pues sustancias como la nitroglicerina (que se utiliza en enfermos del corazón) pierden fácilmente su potencia y actividad al exponerse al aire o la luz. También el hecho de que algunas medicinas sufran el efecto de altos niveles de humedad o temperatura pueden alterar sus características físicoquímicas y así, perder efectividad. Como sea, el problema vital se circunscribe a la industria de fabricación de medicinas, para la cual tener en una estantería un producto por un periodo prolongado representa una lentitud de desplazamiento que se refleja en una merma de ganancias, que muy fácilmente se puede superar imprimiendo fechas de caducidad con un tiempo breve partiendo del tiempo en la fabricación. Sin embargo, la duda provoca incertidumbres de una magnitud que no podemos imaginar. El consumir un medicamento caducado realmente no es tan peligroso como lo podríamos imaginar. En el Wall Street Journal, publicado el 29 de marzo del año 2000, Laurie P. Cohen escribió que el ejército de los Estados Unidos había acumulado mil millones de dólares en medicinas caducadas y debían reemplazarlas en un periodo no mayor a dos o tres años. Ante la pérdida de dinero decidieron hacer pruebas para valorar la extensión en el plazo de vencimiento y al final encontraron que 90 por ciento eran no solamente efectivos sino incluso seguros hasta 15 años después de haberse “vencido”. Pero entonces llegamos a un punto en el que debemos tomar decisiones de qué hacer ante este problema. Buscar como culpables a la Secretaría de Salud en México o a la industria es de lo más fácil, pero también es inútil. En este sentido lo que realmente debe hacerse es proponer soluciones que involucren a toda la sociedad. Los médicos debemos indicar cantidades precisas de medicinas con tiempos justos para que los tratamientos sean terminados evitando el desperdicio. Los pacientes deben ajustarse a los esquemas para no quedarse con medicinas almacenadas. Hay formas de inactivar fármacos, por lo que las instituciones de salud deben responsabilizarse del manejo para que el impacto ambiental no sea tan atroz, y por último, urge establecer estrategias de investigación en esta esfera. El daño que podemos provocar al desechar una cápsula en el basurero puede afectar al más ínfimo ser vivo que también tiene derechos en habitar este mundo, como a nosotros que, en nuestra irracionalidad, nos autodestruimos en una especie de suicidio colectivo que involucra incluso a humanos que sin deberla ni tenerla, injustamente la tienen que pagar.

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