Desde 1990 la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ha monitoreado el estado de las pesquerías en el mundo. En 2014 un 28.8 por ciento de las pesquerías a nivel mundial se encontraban sobreexplotadas, y un 61.3 por ciento había alcanzado su nivel máximo de explotación, mostrando una disminución en las capturas desde 1974 (FAO, 2014). México podría ser un ejemplo de esta situación, donde más de 45 por ciento de sus pesquerías a nivel nacional se encuentran colapsadas o en estado de sobrepesca (Arreguín-Sánchez y Arcos-Huitrón, 2011).
El deterioro de los recursos pesqueros puede perjudicar el futuro de los pescadores y sus familias. 95 por ciento de la captura pesquera a nivel mundial se realiza por pesquerías de pequeña escala (McGoodwin, 2001), es decir, aquellas que operan con embarcaciones pequeñas y zarpan desde la costa (McConney y Charles, 2010). En México, para más de 300 mil habitantes, la pesca es su principal fuente de empleo (EDF, 2015). La mejora en las capturas de peces y las condiciones de su ecosistema podría evitar situaciones dramáticas para las poblaciones costeras en el futuro. Una de las estrategias más eficientes para lograr dicha mejoría consiste en restringir la sobrepesca. Pero, ¿qué es la sobrepesca?
La sobrepesca se define como el nivel de actividad donde las capturas pesqueras superan la capacidad de regeneración de las especies. Así, año con año, los recursos pesqueros van disminuyendo.
Resulta evidente que para conservar los recursos para el futuro, se necesita reducir la sobrepesca, y mitigar los efectos negativos que tiene la pesca sobre el ecosistema marino. Pero ¿qué herramientas existen para mitigar estos efectos?
Existen numerosas herramientas de manejo pesquero que pueden revertir el estado de deterioro de las pesquerías: desde limitar el acceso a la explotación pesquera a través de permisos, concesionar a cierto número de actores, o concretar cuotas de captura para las especies; acordar periodos o zonas de veda, o definir lugares de no pesca permanentes; implementar modificaciones en las artes de pesca y embarcaciones como declarar tallas mínimas de capturas entre otras.
Elegir la mejor herramienta de manejo pesquero (o combinación de herramientas) no es una tarea sencilla. Se requiere bastante información y conocimiento sobre las especies, tanto a nivel biológico como social, para determinar la opción más eficiente y efectiva para cada pesquería. En las últimas décadas varias de estas herramientas han obtenido mayor impulso a nivel global, debido a sus buenos resultados, para mantener o mejorar el estado de las poblaciones pescadas.
Una de estas exitosas herramientas es el manejo de la pesquería a través de cuotas compartidas que asignan un límite de captura para las distintas especies de interés comercial en un territorio definido. Estas cuotas deben estar limitadas a una captura total permisible, basándose en información científica, sin sobrepasar el potencial de recuperación de la especie explotada (EDF, 2015). De esta manera, en la temporada siguiente, las especies pueden recuperarse y continuar otorgando beneficios a las comunidades pesqueras. Varias pesquerías en México utilizan esta herramienta para su manejo, como ejemplo de ellas se encuentran la pesquería de curvina golfina (Cynoscion othonopterus) y la de almejas (Megapitaria sp) en el Golfo de California (EDF, 2015).
Otra de las herramientas para mitigar los efectos de la sobrepesca son las famosas zonas de no pesca o reservas marinas. Su creación consiste en proporcionar refugio a las especies dando como resultado un aumento en el tamaño y la densidad de las mismas. Además, la creciente densidad de larvas, juveniles y adultos dentro de la reserva provoca que estos se propaguen hacia fuera de los límites de la reserva, ayudando a repoblar las zonas pescadas (Micheli y otros, 2012). De esta manera, provocan un aumento en las capturas de zonas cercanas a la reserva por efecto de desbordamiento (Goni y otros, 2008). México cuenta con numerosas reservas marinas a lo largo de todo su territorio. El Parque nacional Cabo Pulmo, en Baja California Sur, y los refugios pesqueros de Sian Ka’an, en el caribe Mexicano, son dos ejemplos exitosos de reservas marinas formales. Existen también reservas voluntarias, las cuales son acordadas por los pescadores de una zona determinada (pero no son reservas por ley), como es el caso dentro de las zonas de concesión de varias cooperativas pesqueras del Pacífico de la península de Baja California.
En los últimos años, con el fin de desarrollar pesquerías sustentables y disminuir la sobreexplotación del medio marino, varias organizaciones internacionales comenzaron a trabajar en el diseño de certificaciones pesqueras. Las certificaciones avalan que los métodos de pesca son sustentables para el ecosistema marino, que existe un control de los recursos, y que existe justicia social entre los actores del sector pesquero. Las certificaciones permiten identificar productos adquiridos con métodos que respetan estándares internacionales medioambientales y sociales, a la vez que ayudan a los pescadores a introducir mejoras constantes en sus pesquerías. En México contamos con varios ejemplos: la langosta en el noroeste de México, siendo la primera pesquería de pequeña escala en certificarse a nivel mundial; y la langosta en el caribe Mexicano por parte del organismo Marine Stewardship Council. Además, recientemente se certificó la pesquería artesanal de camarón en Sinaloa por Fair Trade. Otros organismos publican listados de pesquerías (como el Seafood Watch del Monterey Bay Aquarium, http://www.seafoodwatch.org), que se encuentren o no certificadas, evaluadas como pesquerías sustentables. Así ayudan al consumidor a conocer qué productos son las mejores opciones para consumir en términos de sustentabilidad. De este último caso, en México se encuentra el jurel (Seriola lalandi) de Isla Natividad (Baja California Sur) que está evaluado como pesca sustentable (o “Mejor opción” para consumir) por parte del Monterey Bay Aquarium.
En resumen, queremos conservar el modo de vida de las comunidades pesqueras del litoral mexicano, se deben aprovechar los recursos de forma sustentable. Así, debemos reducir y mitigar los impactos de la sobrepesca en el medio marino. Por lo tanto, es imprescindible la implementación de estrategias de manejo efectivas, con herramientas que ayuden a conservar los recursos. De esta manera se podrán asegurar los recursos pesqueros para las generaciones futuras. La salud de los mares y océanos está en las manos de los mismos usuarios que viven y disfrutan de él, así que el futuro de estos empieza con las buenas prácticas pesqueras del presente.
En colaboración con: Amanda Lejbowicz, Carolina Ortiz, Francisco Fernández
Referencias
Arreguín-Sánchez, F., y Arcos-Huitrón, E. (2011). La pesca en México: estado de la explotación y uso de los ecosistemas. Hidrobiológica, 21(3), 431–462.
FAO. (2014). The state of world fisheries and aquaculture. Food and Agriculture Oraganization of the United Nations (Vol. 2014).
EDF, Environmental Defense Fund de México. (2015). Pesca y economía del océano: sustentabilidad y rentabilidad a nuestro alcance.
Goni, R., Adlerstein, S., Alvarez-Berastegui, D., Forcada, A., Renones, O., Criquet, G., … Planes, S. (2008). Spillover from six western Mediterranean marine protected areas: Evidence from artisanal fisheries. Marine Ecology Progress Series, 366, 159–174.
McConney, P., y Charles, A. (2010). Managing small-scale fisheries: Moving towards people-centred perspectives’. Handbook of marine fisheries conservation and managment. Oxford University Press, New York, 532-546.
Micheli, F., Saenz-Arroyo, A., Greenley, A., Vazquez, L., Espinoza Montes, J. A., Rossetto, M., y de Leo, G. A. (2012). Evidence that marine reserves enhance resilience to climatic impacts. PLoS ONE, 7(7).