El poderoso cero
Hace cerca de dos mil años, el signo del cero fue grabado en las estelas de piedra de Uaxactún y en otros centros ceremoniales de los mayas.
Ellos habían llegado más lejos que los babilonios y los chinos en el desarrollo de esta llave que abrió paso a una nueva era en las ciencias humanas.
Gracias a la cifra cero, los mayas, hijos del tiempo, sabios astrónomos y matemáticos, crearon los calendarios solares más perfectos y fueron los más certeros profetas de los eclipses y otras maravillas de la naturaleza.
Samuel Ruiz nació dos veces
En 1959 llegó el nuevo obispo a Chiapas. Samuel Ruiz era un joven horrorizado por el peligro comunista, que amenazaba la libertad.
Fernando Benítez lo entrevistó. Cuando Fernando le comentó que no merecía llamarse libertad el derecho de humillar al prójimo, el obispo lo echó.
Don Samuel dedicó los primeros tiempos de obispo a predicar resignación cristiana a los indios condenados a la obediencia esclava. Pero pasaron los años, y la realidad habló y enseñó, y don Samuel supo escuchar.
Y al cabo de medio siglo de obispado, se convirtió en el brazo religioso de la insurrección zapatista.
Los nativos lo llamaban el Obispo de los Pobres, el heredero de fray Bartolomé de Las Casas.
Cuando la Iglesia lo trasladó, don Samuel dijo adiós a Chiapas, y llevó consigo el abrazo de los mayas:
—Gracias —le dijeron. Ya no caminamos encorvados.
La Virgen privatizada
Lo que no es rentable no merece existir, ni en la tierra ni en el cielo.
En el año 2002, la Virgen de Guadalupe, madre y símbolo de México, fue vendida dos veces.
En marzo, la empresa multinacional Viotran se comprometió a pagar doce millones y medio de dólares por la propiedad de la imagen de la Virgen por cinco años. El contrato, firmado por el rector de la Basílica de Guadalupe con el respaldo del cardenal Norberto Rivera, bendecía todos los artículos religiosos que la empresa fabricara.
Pero en julio del mismo año, el empresario chino Wu You Lin registró la marca de la Virgen, a un precio mucho menor y por un plazo mucho mayor.
Ya no se sabe a quién pertenece.
Una nación llamada basura
En 1997, el navegante Charles Moore descubrió al sur del Océano Pacífico un nuevo archipiélago, hecho de basura, que ya era tres veces más grande que toda España.
Las cinco islas que forman este inmenso basurero se alimentan de plásticos, neumáticos usados, fierros viejos, residuos industriales y minerales, y muchísimos otros desperdicios que la civilización arroja desde las ciudades hacia la mar abierta.
En el año 2013 se inició una campaña para otorgar categoría de estado a esta nueva nación, que bien podría tener bandera propia.
La guerra contra las guerras
Mientras nacía el siglo veintiuno, murió Bertie Felstead, a los ciento seis años de su edad.
Había atravesado tres siglos, y era el único sobreviviente de un insólito partido de fútbol, que se jugó en la navidad de 1915. Jugaron ese partido los soldados británicos y los alemanes, en una cancha improvisada entre las trincheras. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar, no se sabe cómo, y entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego. Los enemigos arrojaron al aire sus armas y corrieron a disputar la pelota.
Los soldados jugaron mientras pudieron, hasta que los furiosos oficiales les recordaron que estaban allí para matar y morir.
Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería; pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse.
La ofrenda
Alguna vez le pregunté a Fernando Benítez, que era sabio en vivos y muertos, por qué los difuntos que regresaban a México cada 2 de noviembre eran siempre, o casi siempre, difuntos, y nunca, o casi nunca, difuntas.
Él me contestó sin contestarme, contándome la triste historia de la finada Juana.
Fernando había escuchado esa desdicha en Cihualtepec, de boca de un tal Pafnucio, que se había quedado viudo de Juana y se había casado con otra, porque yo no nací para solo.
Y ya se venía la fiesta de los muertos y Pafnucio estaba lejos, muy lejos, trabajando, y le dejó el encargo a la nueva mujer: que le hiciera un altarcito a la finada Juana y le pusiera una ofrenda.
Y la nueva hizo el altarcito y de ofrenda le puso una piedra calentada al rojo vivo, este manjar que te manda tu Pafnucio adorado.
La difunta Juana recibió ese fuego en la boca y hasta la más lejana lejanía llegaron los alaridos.
—Y pos figuresé —contó Pafnucio. Al mero galope me volví, para hacer justicia. Y diga que soy, y siempre he sido, un hombre pacífico, así que cuando ella me confesó su maldad, nomás le apliqué unos pocos rebencazos.
Nota del editor
Eduardo Galeano murió el 13 de abril de 2015. En el verano de 2014 habíamos cerrado hasta el último detalle de El cazador de historias, incluida la imagen de cubierta que, como solía suceder, él mismo había elegido, la del Monstruo de Buenos Aires que ilustra esta edición. Había dedicado los años 2012 y 2013 a trabajar en este libro. Dado que su estado de salud no era buena, decidimos demorar la publicación, como un modo de protegerlo del trajín que implica todo lanzamiento editorial.
En sus últimos meses de vida siguió haciendo una de las cosas que más disfrutaba hacer, que era escribir y pulir los textos una y otra vez. Había empezado una nueva obra, de la que dejó escritas unas cuantas historias; le gustaba la idea de llamarla Garabatos. Luego de su muerte, cuando fue posible retomar el plan de publicar El cazador de historias, volvimos sobre ese proyecto inacabado, releímos las historias y sentimos que varias de ellas tenían tanto en común con las de El cazador que merecían integrarse al volumen. Por eso, una veintena de esos “garabatos” forman parte de este libro.
Carlos E. Díaz