Victoria Pérez se ha cuestionado, previo a nuestro encuentro, qué podría decir ella de la Revolución Rusa que no se haya escrito aún; he insiste, hay mucho verdades, verdades a medias, mentiras, rumores, especulaciones.
Como estudiosa de las Ciencias Sociales, señala que ninguna de las versiones es la correcta, la objetiva, la real y absoluta, y nos exhorta a leer esta multiplicidad de versiones, de puntos de vista, como la expresión de la complejidad de este evento social trascendental en la historia del pueblo ruso, en la historia de la humanidad.
Asume con responsabilidad cada una de sus palabras, las siente, sus profundos ojos verdes ofrecen destellos de emociones con los que repasa sus primeros 27 años de vida en la Unión Soviética: “considero que solo puedo hablar de mi o de mi grupo social”.
Tiene presente que habla de una forma de vida en un tiempo determinado, de un país que representó para un sector del mundo, una posibilidad de vivir de una manera distinta, una forma antagónica al modo de vida del sistema capitalista.
Antes de iniciar nuestra conversación, aclara, “mi formación y mi forma de ser es un poco diferente de la de los paisanos que viven acá, y de la gente que vive allá (Rusia). Depende de mi modo de ser, de pensar y de sentir. Lo que yo puedo aportar no es precisamente sobre la revolución aunque si lo pensamos, es parte de las consecuencias de este suceso histórico”.
Victoria no se detiene en exponer teorías o hipótesis históricas, no. Nos ofrece imágenes, momentos apreciables, vivencias de una mujer que se asume soviética.
Prepararse para combatir a un enemigo imaginario
Yo nací en la URSS en 1962 , en lo que yo considero la época de oro del sistema socialista –que nunca llegó al comunismo–. Todo lo que conozco es a partir de lo que nos enseñaron en la escuela, porque la educación era muy fuerte en la URSS.
Teníamos al alcance todos los museos, las bibliotecas, hacíamos deporte y nos educaban – por cuestiones del antagonismo entre el sistema capitalista y socialista–para combatir a un enemigo imaginario.
Lo que nos enseñaban eran cosas que te servían para toda la vida, por ejemplo, como hacer fogatas o como orientarse en el bosque. A partir del cuarto año, continua, todos los niños iniciaban el aprendizaje de alguna idioma extranjero como francés, alemán e inglés, intercambiábamos postales con otros niños que debían aprender ruso. Los llamaban Clubes de la amistad internacional y consistían en conocer la cultura, la historia, el arte, la ideología del país del idioma que nos tocó estudiar.
Ríe mientras rememora que en una entrega de correspondencia, una niña polaca le envió una goma de mascar “eso era como un boleto a la luna, entonces masticabas tú, luego él y así, el que seguía”.
El abuelito Lenin
“Cuando eras pequeño, en el kínder, la imagen que te mostraban era de Lenin, de 5 o 6 años, claro a lo mejor ni siquiera eran fotos originales, pero era un niño todo tierno que era el mejor alumno. Lenin hablaba siete u ocho idiomas, algunas lenguas muertas como griego y el latín antiguo. Entonces, cuando escuchas esto te causa cierta impresión.
Nos hablaban del abuelito Lenin y las imágenes que veíamos eran como de un abuelito, el abuelito de todos, ‘él se preocupó por todos y todo lo que tu tienes es por él’, nos decían.
Claro, puede ser que sean palabras mayores que todo se deba a él, pero refiere a su papel en la revolución.
Fui una buena alumna, sobre todo de historia y de filosofía, vengo de una formación dialéctica materialista según la cual, primero es la materia y luego el alma. Leí mucho a Lenin, y lo que Lenin argumenta respecto a la situación que se presentó en los inicios del siglo pasado en Rusia, es que la mayoría de la gente, que era gente pobre, ya no querían vivir en una sociedad que estaba dividida en dos grandes sustratos, los súper ricos y los muy pobres.
Los pobres ya no quería vivir como antes y los demás ya no podían controlar a los que ya no querían vivir como antes y a esa situación la califica como la situación revolucionaria que finalmente se llevó a cabo.
Muchas generaciones se educaron con esa creencia; el impacto de un evento social finalmente es qué beneficios trajo para la sociedad y lo que yo opino es que la mayoría de la gente empezó a vivir mejor, y hablamos de esta época que yo la llamo dorada, que es a partir de los años 60 hasta inicios de los años 80; luego hubo un cambio drástico.
En ese entonces, entrabas en cualquier casa y veías prácticamente lo mismo, a mucha gente eso le desesperaba, eras trabajador de una fábrica de vidrio, o de químicos o eras el director, o jefe del departamento de cirugía del mejor hospital de la ciudad: todos tenían lo mismo. Mucha gente piensa que solamente un director de fábrica vivía bien.
Celebrar el día de la revolución
Era preparar tu banderita roja donde estaba una estrella con el martillo y la hoz. Los papás nos inflaban un montón de globos, toda la ciudad hacía presencia. Decías, voy a comprar esta bufanda para el desfile, quiere decir que si te importa el valor del evento, era ponerte lo mejor que tenías. La gente preparaba comida para luego del desfile reunirse y convivir.
Prácticamente todos salían al desfile pero no todos pensaban igual, esa desigualdad se manifestó en los años 80 cuando la gente empezó a cuestionarse si estaba bien o mal experimentar con un país, si eso era humano.
En este país, antes de la Revolución, el 90 por ciento de la población vivía en condiciones de pobreza máxima, casi tres décadas después, cuando entramos a la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética ya tenía una gran flota submarina.
Svetlana Alexievich en su libro La guerra no tiene rostro de mujer, da testimonios de cómo las chicas de 15 años cortaban sus trenzas –un símbolo de hermosura–para parecer hombres e ir al frente.
Mi abuelo era eléctrico, padecía asma. En 1941 cuando entro el ejército nazi a mi ciudad, le ordenaron desmantelar las fábricas, subir la maquinaria al tren e ir al frente. No pudo, el último tren se fue a la retaguardia y coincidió con las últimas acciones que le pidieron que hiciera, el lamenta no ir al frente, él lo lamenta.
¿Tu crees que la gente va a combatir, va al frente para defender algo que le es ajeno, que le es injusto, que no le satisface? Yo digo que no.
Todos estos cambios en tan poco tiempo era debido a ese evento, la Revolución, que llevó como consecuencia ese cambio en la ideología.
El quebranto de la identidad
“Ahora, desde la Rusia misma y desde fuera, están hablando mal de todos, no quedó nadie en la historia de Rusia, ¿imaginen mi caso? Si te van a decir que todo en lo que tu creías es una farsa, que éste que tu pensabas que era un ícono, éste que tu pensabas que murió por la causa, y yo quería ser como tu, parecerme a ti… entonces mi vida no vale, entonces yo viví en vano, viví engañada, es muy doloroso, se quiebra toda tu vida, tu identidad.
¿entonces quien soy?
Todos se sienten con el derecho –tienen el derecho de decir lo que vean– siempre y cuando sea para descubrir la verdad, pero no para disfrazar la verdad, no para presentarla con otras palabras.
Pero hay quienes ven esto como el permiso para ser famoso porque va a decir que tal persona no era lo que decían.
No podemos comprobar esto, creo que son opiniones válidas pero no las comparto ni me interesa verificarlas, yo tengo mi propia opinión”, sentencia.
Cuando la URSS desapareció la gente quedó muy resentida con el sistema y buscan la raíz de esa desgracia en la revolución. Yo no estaba en aquel entonces en la URSS, yo no viví de cerca ese cambio, tal vez me quedé con eso y mis recuerdos siguen iguales.
Muchos se sintieron ofendidos de ser igualados con los demás, esta era una de las razones de por qué tenían la opinión negativa sobre la revolución, pero a mi parece bien que todos tengamos las mismas oportunidades.
Para mi fue un evento que agradezco que tuvo lugar antes de que yo naciera, nunca sentí insatisfacción, los 27 años que yo viví allá, nada me faltaba y no quería tener algo mejor.
Cuando empezaron problemas con el sistema, había quien decía, es que nosotros vivimos una censura tremenda, pero yo ahorita leo lo que decía la gente de la Alemania Democrática o de Hungría, o de Polonia, estaban peor, sin saber que estaban peor y nosotros estábamos bien sin saber que estábamos bien, es una cuestión complicada y difícil de tocar en una entrevista”, puntualiza.