Las presentes notas tienen el propósito de destacar aspectos que, en mi opinión, representan lecciones que nos han dejado los sismos del 7 y 19 de septiembre con un saldo, hasta ahora, de 366 personas muertas, siendo el mayor número de ellas las que ocurrieron en la ciudad de México, las cuales, al momento de redactar esta colaboración, suman 225 personas; en el estado de Morelos, 74; en el estado de Puebla, 45; en el estado de México, 15; en Guerrero, 6, y en Oaxaca, 1.
Las reflexiones que pongo a consideración del lector son el resultado de las observaciones de campo que hemos realizado un equipo de colaboradores y un servidor en los días posteriores al último sismo en el estado de Puebla y en el que han participado integrantes de ICOMOS Puebla, estudiantes de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y ciudadanos que se sumaron a las brigadas de apoyo durante los primeros días posteriores al sismo a fin de realizar tareas diversas, tales como acopio, organización y distribución de víveres; identificación inicial de daños; colaboración con los pobladores en la remoción de escombros hasta valoración de daños sufridos en estructuras y bienes culturales.
En el estado de Puebla el gobierno de la entidad estableció una zona de emergencia que incluye 112 municipios en donde residen aproximadamente 4 millones de habitantes distribuidos en cerca de 3 mil localidades. Por las características del sismo del 19 de septiembre en todos estos municipios y localidades en los que fue reportado el fenómeno, protección civil federal y conjuntamente con los gobiernos de los estados, a través de sus homólogos, iniciaron la inspección de los inmuebles públicos, principalmente centros educativos y de salud, y de algunos inmuebles privados con daños evidentes a fin de determinar si éstos habían sufrido algún daño estructural que pudiese poner en riesgo la integridad física de sus usuarios, propietarios o ciudadanos que circulan en esas localidades.
Esto que en el papel se observa como un plan racional de acción frente a la emergencia en términos prácticos fue desbordado por la reacción de la sociedad civil. La respuesta inmediata de grupos de jóvenes, de instituciones académicas, de organismos intermedios como los colegios de profesionistas, consejos ciudadanos, cámaras patronales, entre otros, actuaron realizando procesos de autogestión incluyendo formas de cooperación y ayuda sin que mediara la convocatoria de los órganos institucionales correspondientes.
Para el caso del estado de Puebla, podríamos, para efectos analíticos, agrupar en tres grandes demarcaciones territoriales algunas situaciones que observamos. Las localidades que se encuentran en las faldas del volcán, la zona conurbada de la ciudad de Puebla y la mixteca poblana, más allá de la profusa afluencia de ciudadanos que se volcaron hacia estos territorios me interesa destacar algunas distinciones significativas a nivel de hipótesis para explicarnos los daños que observamos y que deben ser parte de las ponderaciones a realizar en la fase de reconstrucción que seguirá al momento de la emergencia.
En el caso de la primera y tercera demarcación que contiene localidades con densidades de población y construcción de menor en relación con la zona conurbada, son regiones con características migratorias específicas, expulsoras de población. En la primera de estas demarcaciones el sismo afectó esencialmente a las que se sitúan en la ladera sur y sur-poniente del volcán, es decir a las que corresponden al estado de Morelos y las que en el caso de Puebla se localizan dentro de un triángulo imaginario cuyos vértices son el cráter del coloso y las ciudades de Izúcar de Matamoros y Atlixco.
Buena parte de las localidades situadas en esta demarcación tienen daños más severos que en otros espacios; por ejemplo, la zona conurbada de la ciudad de Puebla. En el triángulo de referencia, además del daño producido a los templos y conventos, se produjo una afectación significativa a las viviendas de esas localidades.
Se ha atribuido, erróneamente creo yo, este daño a la arquitectura en tierra (adobe) que está presente en buena parte de las construcciones de estos entornos rurales y los daños observados en estos asentamientos. Si revisamos con atención las características constructivas de los inmuebles nos percataremos que las mezcla de materiales, adobe-cemento-varilla-tabique-block, obtenidos por los habitantes de muy diversa manera (programas de apoyo tipo piso firme o envíos de remesas de los migrantes que permiten adquirir estos materiales) e introducido en los procesos de mejora de las viviendas sin asesoría técnica, agravaron los efectos del sismo sobre estas construcciones.
Pero si bien parte de la explicación del daño encontrado en las viviendas de los hogares pobres puede ser analizada de esta manera, con el paso de los días han comenzado a documentarse daños producidos en inmuebles de más reciente fabricación, en las que de origen el diseño de los mismos introdujo el cemento, la varilla, el tabique, la piedra, entre otros materiales, y que además no forman parte de estos asentamientos pobres, tal es el caso de inmuebles pertenecientes a la ciudad de Atlixco y a los fraccionamientos de clase media alta que se han construido en ese municipio. ¿Qué ocurrió entonces? Mi hipótesis, que además se puede hacer extensiva a la zona conurbada de la ciudad de Puebla en su cuadrante sur-poniente, es que la expansión inmobiliaria de ambas localidades ha hecho a un lado las características y aptitud de los suelos donde se han desarrollado buena parte de los proyectos en los últimos lustros.
La estrategia seguida por los gobiernos municipales y estatales para favorecer la inversión de complejos residenciales que justifiquen la inversión en infraestructura (puentes, bulevares, carreteras, ciclovías), adecuando para ello las normas de planeación a la lógica de ganancia de los modelos de negocio impulsado por el sector inmobiliario ha ignorado las variables demográficas y territoriales que recomiendan modificar estas formas de ocupación del suelo.
A reserva de profundizar y documentar con mucho mayor precisión estas observaciones, creo yo, que es necesario derivar una serie de lecciones que orienten el proceso de reconstrucción de una manera más adecuada buscando promover diversos aspectos que son clave, a saber:
1.- En el caso de Puebla, en las zonas rurales empobrecidas el sismo profundizará las condiciones de desigualdad social y económica prevaleciente, agravada hoy por la pérdida de miles de viviendas y cuya recuperación debe servir para inyectar recursos y trabajo en estas comunidades como parte de una estrategia de contención del agravamiento de las condiciones de vida a la que están sujetos los habitantes de las faldas del volcán y de la mixteca poblana.
2.- En una estrategia de esta naturaleza parece imprescindible la formulación de programas de autoconstrucción acompañados con asesoría técnica y con bancos de materiales adecuados al propósito de favorecer el uso de técnicas y procesos constructivos sustentables y adecuados a las condiciones ambientales de los diversos entornos en los que residen las poblaciones.
3.- Parece imprescindible un amplio ejercicio de planeación participativa que vuelva a colocar los intereses de las comunidades en el centro de las preocupaciones relacionadas con los aprovechamientos territoriales y su gestión.
4.- Es esencial que en la fase de reconstrucción a la que nos enfrentaremos, en el corto plazo se ponga en marcha un amplio programa de supervisión social del proceso técnico, financiero y territorial que guíe el proceso.
5.- Mención aparte merece el importante patrimonio cultural que ha sido afectado con el sismo, no solo en el ámbito de la ciudad de Puebla, sino en el conjunto de localidades que tienen reportes de daños severos es importante señalar que su recuperación se enfrenta a un doble desafío, el primero el que conduce a poner en el mismo plano de interés los conjuntos monumentales reconocidos internacionalmente (vgr. los conventos inscritos en la lista del patrimonio de la UNESCO) así como los modestos templos de las localidades que también fueron dañados; en segundo lugar, asumir que la recuperación de este patrimonio no tiene como propósito la reconstrucción de escenografías turísticas sino elementos de identidad social, económica, cultural y espiritual de los habitantes de las localidades.