En la presidencia de Donald Trump se ha acuñado el término “verdades alternativas”. La asesora de la presidencia lo empleó para justificar la poca consistencia y francamente errores en las afirmaciones del presidente.
Al cumplir un año en la administración, se puede afirmar que Trump actúa abiertamente en contra de los recursos naturales y humanos, rechazando las evidencias que muestran que ese accionar a la larga disminuirá las posibilidades de bienestar humano, y de conservación y restauración de los ecosistemas.
Como ejemplos: en el día 28 en la presidencia, Trump revoca la norma ambiental que protege a las vías fluviales de los desechos de la minería del carbón; en el día 68 desecha el Plan de Energía Limpia, que limitaría las emisiones de las plantas de energía, y el día 133 anuncia que Estados Unidos se retira del acuerdo de París sobre Cambio Climático (La Jornada, 3/9/2017:29).
Aunado a lo anterior, y desde antes de asumir la presidencia, declaraba que la Agencia de Protección al Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés) debía desaparecer, lo que refrendó al nombrar a Scott Pruitt como el nuevo administrador de esa agencia, con grandes antecedentes de oponerse a ella. En la práctica lo está llevando a cabo reduciendo el número de científicos y el presupuesto de esa Agencia (3 mil 200 científicos despedidos, reducción de 30 por ciento de su presupuesto; http://edition.cnn.com/2017/04/29/politics/trump-epa-cuts-infighting-climate-change/index.html).
Trump apuesta a producción de energía más contaminante, emisora de gases de efecto invernadero (carbón, por ejemplo). Para ello puede pasar por encima de los derechos de los pueblos originarios, como es el caso del pueblo sioux, por cuyas tierras sagradas y por el río Missouri pasarán oleoductos en donde se espera utilizar la técnica de fractura hidráulica —miles de litros conteniendo diversos químicos contaminantes que permitan, por presión, extraer combustibles. (La Jornada, 25/3/17: 25).
Lo anterior no es un asunto menor en el combate al cambio climático. Resulta que Estados Unidos es el segundo emisor neto de gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento global del planeta. El primero es China, que emite 25.4 por ciento del exceso de esos gases, mientras que Estados Unidos emite 14.4 por ciento. Sin embargo, si se consideran las toneladas por persona, resulta que a cada ciudadano estadounidense le corresponden 19.9, mientras que cada chino 8.1. Así, más de dos chinos producirían las toneladas que emite un estadounidense.
El cambio climático asociado a ese calentamiento global no es un proceso que ocurrirá a finales de este siglo, sino que se ha venido manifestando ya y cada vez con mayor fuerza.
Las evidencias científicas apuntan que el planeta ya ha experimentado cambios inequívocos (con más de 90 por ciento de confianza). En los últimos 100 años, el planeta se ha calentado en alrededor de 0.85 grados centígrados; ha aumentado el nivel del mar en 19 centímetros, y se han perdido capas de hielo y nieve en el Ártico entre 3.5 a 4.1 por ciento por década, desde 1970. Los números pueden parecer pequeños, pero no lo son, ya que desde la década de 1950 muchos de eso cambios observados no han tenido precedentes en los últimos decenios a milenios.
Asociado a lo anterior, se han observado cambios en muchos fenómenos meteorológicos y climáticos extremos, como el aumento de las temperaturas cálidas extremas, el mayor número de precipitaciones intensas en diversas regiones, y el aumento de los ciclones tropicales, particularmente en el océano Atlántico Norte, desde 1970.
Esas evidencias son el producto de recopilación de cientos de científicos de todos los países que participan en el llamado Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés; http://www.ipcc.ch). Ellos trabajan durante cuatro años, para obtener los reportes que fundamentan los datos descritos hasta aquí. Ningún dato entra a esos reportes que no haya sido publicado y arbitrado por expertos.
Las evidencias del Panel también apuntan a que en diversas regiones se está perdiendo disponibilidad de agua por reducción de los caudales de los ríos; que está siendo afectada la biodiversidad, pues muchas especies terrestres y marinas han modificado su distribución geográfica, patrones de migración, composición poblacional e interacción con otras especies, y que existen impactos negativos, observados entre 1960 y 2013, en los rendimientos de los cultivos de trigo, soya, arroz y maíz, tanto en regiones templadas como tropicales.
Así pues, ante las “verdades alternativas”, tenemos que apegarnos a las verdades de las ciencias como una alternativa a los impactos negativos que ya estamos observando, y que, de continuar el proceso de cambio climático, seguramente se agudizarán. Para el caso de Latinoamérica y Norteamérica, regiones para las cuales el IPCC dedicó sendos capítulos, los impactos negativos en los rendimientos se acrecentarán, disminuirá la cantidad y calidad del agua, aumentarán las inundaciones y deslaves, y aumentarán las enfermedades transmitidas por vectores (como los mosquitos, que pueden transmitir dengue, chikungunya y zika).
Ante ese posible futuro, las sociedades deben reducir la vulnerabilidad actual, aumentando sus capacidades para enfrentarse a él. Esa vulnerabilidad no sólo depende de los procesos de cambio en el clima, sino también, y fuertemente, de las condiciones sociales y económicas prevalecientes.
Según la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés), la adaptación al cambio climático se refiere a los ajustes en los sistemas ecológicos, sociales, económicos en respuesta a estímulos climáticos reales o esperados y sus efectos o impactos (http://unfccc.int/adaptation/items/7006.php). Para ello se requieren los cambios en los procesos, prácticas y estructuras actuales para moderar los posibles daños o aun beneficiarse de posibles oportunidades asociadas al cambio climático.
Si sumamos todas las contribuciones determinadas por cada país (llamadas “contribuciones nacionalmente determinadas” o NDC, por sus siglas en inglés), resulta que la temperatura planetaria aumentaría en más de tres grados centígrados (recuérdese que estamos ya en 0.85 por encima de lo normal). Es por ello que algunos países —entre ellos México— formaron la coalición de “alta ambición”, para encontrar las vías que permitan aumentar las acciones que reduzcan sus emisiones de gases de efecto invernadero. A la par de esa reducción —que se llama mitigación de gases de efecto invernadero—, la adaptación al cambio climático es requerida, independientemente de los niveles de mitigación alcanzados. El mayor nivel de mitigación puede permitir la reducción de las necesidades de adaptación. Así, la adaptación dejó de ser una “visión” global para convertirse en una “meta” global, que permitirá reducir la vulnerabilidad ante el cambio climático.
El acuerdo también establece que la adaptación debe incluir perspectiva de género, y debe considerar a los grupos más vulnerables, a las comunidades y a la preservación de los ecosistemas. También debe ser guiada por la mejor ciencia posible y considerar, en lo posible, el conocimiento de los pueblos indígenas y comunidades locales, integrándola a las políticas y las acciones socioeconómicas y ambientales.
Para lograr lo anterior, el Acuerdo afirma que la toma de decisiones debe fortalecer y basarse en el conocimiento científico del clima, proporcionando servicios climáticos, como los sistemas de alerta temprana a las poblaciones.
Así pues, ante el deterioro de las condiciones económicas, y la falta de organización social y de prevención, es muy probable que los efectos del cambio climático cada vez sean más negativos.
Diversas organizaciones científicas y organizaciones de la sociedad civil están impulsando el concepto de Justicia Climática. Básicamente, se trata de reconocer que el problema del cambio climático que estamos viviendo no es únicamente un problema físico o ambiental, es un problema ético y político, por lo que las comunidades, los pueblos originarios, las mujeres, y muy particularmente los científicos, debemos hacer causa común y apostar por un futuro en donde las desigualdades económicas y sociales disminuyan, y en donde la protección al ambiente y a los derechos humanos sea el eje del bienestar de las personas.