El cielo en la selva amazónica

En la mitología de los pueblos siona y secoya del occidente amazónico, el cosmos es un espacio habitado por astros no carentes de voluntad y por una interesante diversidad de espíritus.

Según el relato que Fernando Payaguaje, el último chamán secoya del Ecuador, hizo a la antropóloga Susana Cipolletti, en el universo anterior al actual no existían los astros y en consecuencia faltaba la sucesión del día y la noche. No existían los seres humanos que hoy conocemos y la fauna y la flora eran distintas de las que hoy vemos.  En ese mundo existía un río, dos muchachos se acercaron a él y recogieron una piedra-huevo que llevaron a su casa y la cuidaron hasta que al reventar surgió de su interior un niño.  El niño se llamaba Ñañe (Luna) y al crecer comenzó a realizar su tarea de creador, convirtiendo a seres informes que vagaban por el cosmos en animales.

El animal más sobresaliente de todos fue Weke (Tapir) quien tuvo dos hijas: Rapáo y Rutayó, que serían las esposas de Ñañe. El contrincante más peligroso de Ñañe durante su vida terrestre fue Mujue, el Rayo-Trueno. El matrimonio de Ñañe con las dos hermanas provocó una rivalidad con el Tapir y el deseo de éste de eliminar a su yerno.

En otro episodio mítico Mujue se roba a las esposas de Ñañe, quien convertido en un anciano cubierto de llagas se presenta en la casa de su adversario, decidido a recobrar a sus esposas. Con la fuerza de su pensamiento logra que Mujue la envíe a cazar acompañado de ellas. En la selva cuelga sus llagas de un árbol y se muestra con el resplandor lunar que lo caracteriza, pero sólo Rapáo quiere volver con él. Todos los seres existentes presencian la lucha entre Ñañe y Mujue. Ñañe vence cortando el cuerpo de su contrincante por la mitad, que asciende al cielo convertido en Rayo y Trueno, siendo desde entonces el responsable de las tormentas.

Más tarde, de la rodilla de Ñañe nace un niño que se esconde en una olla. Cuando la olla se destapa el niño llora pidiendo que lo quemen. Ñañe enciende una fogata y el niño se eleva en llamas al cielo, convertido en Sol. Pero se halla muy cerca de la tierra y los ríos se secan. Entonces el Armadillo, en cuyo caparazón se transportó el lodo de las profundidades para crear la tierra, lo empujó con un palo para colocarlo en su órbita actual, elevando al mismo tiempo la bóveda celeste. Los chamanes que consumen ritualmente yajé o ayahuasca pueden ver a estos y otros seres celestiales durante su éxtasis visionario.

Con la llegada de jesuitas y frailes capuchinos a la selva el cielo se comenzó a poblar de ángeles, vírgenes, santos y un dios supremo. Más tarde, con los misioneros protestantes que sobrevolaban el territorio en avionetas, los indios pensaban que se trataba de crucifijos voladores tripulados por sacerdotes. Para someterlos a eso que llamamos progreso se les esclavizó en la explotación del caucho y más tarde se les utilizó para abrir camino a las compañías: Shell, Texaco, Standard Oil, cuyos empleados lanzaron durante décadas desde el aire toda clase de instrumentos de trabajo, ovejas, biblias y comida enlatada. Los antiguos seres míticos asociados con los astros se han ido desvaneciendo en la memoria de los indios secoyas, en su lugar aparecieron otros seres míticos asociados con el alfabeto, el Antiguo y Nuevo Testamento y las compañías petroleras.