El día que Tonantzintla cerró el Universo: el inicio

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Foto: Archivo INAOE

Los llegué a conocer brevemente

Tuve la fortuna de conocer al doctor Guillermo Haro (1913-1988). En 1988, a unos meses de su muerte, el doctor Haro caminaba de manera pesada y un poco torpe hacia el estacionamiento del Instituto de Astronomía de la UNAM. Fue pura coincidencia que en ese momento yo regresara de comer. Dudé por un momento, decían que era difícil acercarse al doctor Haro, pero terminé abordándolo abruptamente; creo que para entonces los años ya lo habían suavizado un poco. Sus años como el más comprometido arquitecto de la astronomía mexicana habían pasado. Hacía cuatro años que había dejado la dirección del INAOE, que él mismo había fundado en 1971.

—¿Es usted el doctor Haro? —le dije.

—Sí, ¿y usted quién es?

Me presenté. El doctor Haro me sonrió como agradeciendo tener una razón para detenerse por un momento.

—¿Oiga, que usted descubrió los objetos Herbig-Haro? —le pregunto, pero me reprimo un poco, tratando no sonar insolente.

—Haro-Herbig —me responde, y vuelve a sonreír.

—Así le dicen mis amigos los rusos.

Haro tose un poco, su voz arrastra la misma gravedad y reverberación de la voz de los fumadores.

—Mire usted, cuando descubrí esos objetos, le mandé una copia a Rudolph Minkowski en Pasadena, cuando George Herbig salió con el descubrimiento, Minkowski le enseñó que ya un mexicano los había encontrado. Eso se lo debo a Minkowski.

Admirado ante tal revelación, no tengo más que preguntar. Haro y Herbig se han hecho nombres universales, pues descubrieron una de las etapas iniciales de la formación de las estrellas. Sonriente el Dr. Haro, se alejó.

Es 1988, pero la fama y espíritu de Haro aún llenan los edificios y conversaciones en Tonantzintla; todos lo recuerdan con respeto. Elena Poniatowska, su segunda esposa, lo describió mejor en un artículo que tituló Once Nubes Galácticas, publicado en El Semanario Cultural de Novedades ese mismo año.

Haro compartió el sueño cargado de patriotismo que profesaba Luis Enrique Erro. A mediados del siglo pasado, en México había un delirio colectivo fincado en la fe de construir un mejor país, en desenterrar la grandeza del pueblo mexicano, en arrancar la venda del fanatismo de los ojos del pueblo. Confiados en que los naturales de México podían hacer ciencia de primer nivel. Erro y Haro lograron con gran esfuerzo levantar la planta de investigadores del Observatorio Astrofísico Nacional de Tonantzintla, que fuese inaugurado en 1942. Haro sucedió en la dirección del nuevo observatorio a Erro. Después fundó y editó el Boletín de los Observatorios de Tonantzintla y Tacubaya, una de las primeras publicaciones científicas en Latinoamérica. El boletín comenzó con casi todo en contra. Haro se lanzó sin acatar las corrientes de publicación de la época. Para los años 50 los observatorios astronómicos ya no publicaban boletines, ahora reportaban en revistas especializadas con revisión por pares y en idioma inglés. Según cuentan, a Haro le gustaba decir “Lo que sea, que suene”.

Nebulosas Planetarias

El boletín se comenzó publicando en español; el primer número, publicado en 1952 contenía un sólo artículo. Allí Haro reportó el descubrimiento de 67 nebulosas planetarias hacia el centro de nuestra galaxia. Con ello dio un golpe como los que recomienda Sun Tzu en El Arte de la Guerra: sorpresivo, rápido y con el menor número de pérdidas. De un solo golpe, aumentó en más de 50% en número de nebulosas planetarias conocidas hasta entonces. Haro precisó con su resultado que el censo de las nebulosas planetarias, que se creía completo, distaba por mucho de serlo. Tenía razón; se calcula que debe haber en nuestra galaxia unas 10 mil nebulosas planetarias, pero debido a las condiciones de obscurecimiento por la misma galaxia sólo hemos detectado unas mil 500.

Las nebulosas planetarias fueron descubiertas por Charles Messier en 1764; pero Sir William Herschel  las nombró “planetarias” por el color verdoso parecido al del planeta Urano en 1785. En realidad no tienen que ver nada con los planetas; se llegó a la conclusión de que las nebulosas planetarias son cadáveres estelares. Las estrellas como el Sol terminan como nebulosas planetarias, expulsando sus capas exteriores al agotar las reacciones nucleares en sus centros. En unos 5 mil millones de años, cuando el Sol llegue a su etapa de nebulosa planetaria, llenará con expulsiones de gas y polvo tenue, a una temperatura de más de 10 mil grados centígrados, todo el sistema solar y más allá. Será un espectáculo multicolor, como nos resulta la imagen de la famosa nebulosa del anillo. Antes de 1952 no se conocían más de 150 nebulosas planetarias; con su contribución Haro entró como en las celebraciones de Tonantzintla, con doblar de campanas y tronidos de cohetes, a la astronomía moderna.

Pero aún tenía más descubrimientos por hacer. La sagacidad de Haro lo llevaría a desarrollar una técnica novedosa para el descubriendo de objetos azules, la cual es conocida como la técnica de las tres imágenes. Con dicha técnica Haro convirtió a la cámara Schmidt de Tonantzintla en la máquina de descubrimiento de objetos azules más eficaz de su época. Nada escapaba al ojo calibrado de Haro.

Allan Rex Sandage (1923-2010) fue uno de los cosmólogos más importantes del s. XX. Ungido como el sucesor de Edwin P. Hubble, Sandage no sólo contribuiría al desarrollo de la cosmología, sino que construiría el lenguaje de la cosmología observacional. En 2002, en los pasillos de los Observatorios Carnegie, en Pasadena, California, el lugar donde ha trabajado por más de 50 años, le pesa como una maldición. Sandage se desliza evitando a todos, sube al primer piso y se encierra en su oficina. De allí siguen saliendo más de cinco artículos en formato de manuscrito a doble espacio, escritos, al parecer, a máquina, es decir sin usar un procesador de palabras. Alto y delgado, un poco encorvado, con la cabeza coronada por cabellos plateados y delgados, frente amplia, y su sorprendente mirada turquesa. Llego a su oficina, le toco y le digo que quiero hablar con él acerca de la hermenéutica. He estado siguiendo uno de sus escritos sobre clasificación de galaxias en uno de los atlas de galaxias más fino que se haya producido: The Carnegie Atlas, en donde señalaba que el proceso de clasificación transciende la interpretación de quién la hace; este es el significado hermenéutico, pero dicho término se usa más en filosofía que en las ciencias naturales.

—¿Quieres hablar de hermenéutica? —Entra… pasa, siéntate allí; me toma del antebrazo y me pide que cierre la puerta.

—Nadie en este lugar sabe de hermenéutica.

Se sienta en una silla de madera y comenzamos a hablar de la clasificación de las galaxias y del por qué había recurrido a la hermenéutica. A momentos su voz se pierde como si le faltara el aire.

Vine a trabajar a los Observatorios Carnegie, pero mi intención era conocer a Sandage. Desde que comencé a trabajar en mi tesis doctoral en 1992, no he dejado de encontrar trabajos de Sandage que tengan relevancia con mi trabajo sobre cúmulos de galaxias.

Ahora me sorprende la fragilidad de Sandage, sus manos están cubiertas de un tejido suave que parece que solamente lo sostiene la piel, que termina en dedos albos y encorvados. Evita hablarme de frente para no delatar su fuerte aliento alcohólico. Estos son los últimos años de uno de los más constantes campeones de la cosmología moderna, un creador, un perfeccionista, un científico exigente y obsesionado por lograr el reconocimiento de sus colegas.

En 1965 los caminos de Haro y Sandage se cruzaron. Esta historia del encuentro científico de estos dos revolucionarios, que le dio renombre a los programas observacionales dirigidos por Haro desde Tonantzintla, pero que a su vez, significó, probablemente, el primer golpe en la larga caída de Sandage, la contaré en otro momento.

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