Migración y enfermedad

Foto: Marco Polo Guzmán Hernández, tomada de
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Mi experiencia conviviendo con miembros de comunidades rurales a mediados de los años ochenta y el contacto actual con esas mismas personas me permite establecer juicios objetivos sin que necesariamente tenga conocimientos antropológicos y sociales que van más allá de lo que aprendí en la escuela de medicina y haciendo la especialidad de epidemiología. Esta ignorancia podría limitar las ideas que trato de plasmar, pues efectivamente la sociología y antropología no solamente son extensas, sino infinitamente complejas, de modo que cualquier juicio médico que yo establezca, llega a ser definitivamente insuficiente y concluyentemente deficiente.

El primer factor de riesgo, desde mi particular punto de vista, que marca los aterradores índices de migración y todos los problemas paralelos, giran en torno a la desinformación que parte de programas televisivos y películas que reiteradamente muestran una clase media que vive el american way of life, que se puede traducir como el estilo de vida de Estados Unidos y que solamente ejemplifica a una clase media con altos estándares de bienestar, mientras oculta una serie de condiciones que no podemos imaginar. La sociedad de ese país vive con altos índices de consumo de sustancias tóxicas como alcohol, tabaco y drogas. Un bajo índice de actividad física; poco sueño; exceso en la utilización de vehículos con caminatas casi nulas; tensión emocional; alimentación pobre en frutas, verduras, con alto contenido en hidratos de carbono y grasas de origen animal; generación de basura y gasto de energéticos demenciales; comportamiento sexual extremadamente licencioso con promiscuidad socialmente aceptable y comunitariamente alentada.

Muestra de todo esto son las migraciones estacionales de muchachos que terminaron estudios básicos y que llegan a México como spring breakers (vacacionistas de primavera) que nos revelan con toda su crudeza el verdadero american way of life, que es un conjunto de fenómenos que se centran en una democracia simulada, una sociedad altamente consumista dominada por la economía del mercado y que ha buscado universalizarse a través de la globalización y el neoliberalismo para poder subsistir en las mismas condiciones, basando su estabilidad en una miopía que busca solamente el beneficio personal y no el colectivo, por parte de los políticos principalmente mexicanos.

Los Estados Unidos nos han dañado con la introducción de conceptos como el de comida rápida, representadas esencialmente por el consumo de hamburguesas, hot dogs, nuggets, pollos empanizados con grasa que literalmente escurre y un número sin límite de comida no sana que solamente promueve la obesidad y enfermedades de índole diversa que incluyen afectaciones metabólicas, cardiovasculares y cerebro vasculares.

En pocas palabras, hemos importando conductas que nos han convertido en una sociedad con enfermedades de los países ricos, pero en condiciones epidemiológicas que nos mantienen inmersos en un medio con enfermedades medievales como tuberculosis (que también afectan a ciertos grupos de individuos en Estados Unidos) o incluso lepra, que increíblemente se mantiene en México como un problema de salud que difícilmente podremos erradicar pues es indicador de pobreza y marginación a todas luces injusto y sobre todo irracional.

Pero estas informaciones que son verdaderos provocadores de migración, incitan principalmente a los jóvenes en una travesía a los Estados Unidos bajo condiciones de peligro con una alta probabilidad de morir; y en ese tránsito, no es raro que puedan adquirirse diversas enfermedades que van, desde las frecuentes transmitidas por sexo, hasta aquellas que se provocan por el paso de zonas con ecologías diversas y ante las cuales no estamos debidamente preparados desde un punto de vista inmunológico.

El problema es más grave de lo que podemos imaginar

La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) de 2012 indicó que en los últimos 20 años, se incrementó en un tercio, el número de adolescentes de 12 a 19 años que iniciaron su vida sexual con prácticamente una nula información. Obviamente las enfermedades vinculadas a este fenómeno se han también incrementado en una forma escalofriante, con alrededor de hasta 20 padecimientos distintos y de los cuales, los jóvenes no conocen ni siquiera lejanamente, la mitad. Sin buscar culpables, esta problemática se acentúa con el peregrinar de sudamericanos que al amontonarse con muchachos de diversas nacionalidades, generan un panorama epidemiológico, que difícilmente va a poderse estudiar.

Una lista de enfermedades potencialmente infecciosas que podrían afectar a los vecinos del norte podrían ser entamebiasis, ascariasis, filariasis, estrongiloidosis, paludismo, lepra, oncocercosis, tricuriasis, enterobiasis, leishmaniasis, hidatidosis, teniasis y su paralelismo con cisticercosis, SIDA, hepatitis, para culminar con la temible tripanosomiasis y todas aquellas provocadas por artrópodos, es decir; chinches, piojos, cucarachas, moscos y demás alimañas que viajan acompañando a los migrantes.

Esta lista fue enumerada a propósito con fines de sorprender a quien la lea, mostrando nuestra ignorancia. Los médicos mexicanos y estadounidenses estamos en un plano deficiente para poder enfrentar las enfermedades de migrantes en una forma realmente acertada.

Pero hay algo peor. Siempre me ha incomodado que aquellos individuos que por necesidad crucen la frontera sean denominados despectivamente como “ilegales”, siendo simplemente indocumentados (aunque este denominativo también llega a ser despectivo). Yo los llamaría viajeros por necesidad, pues sus países, hablando de casi toda Sudamérica, no les brindan oportunidades independientemente de las riquezas que posean para poder subsistir simplemente con dignidad.

Lo cierto es que las enfermedades provocadas por migraciones como las actuales, provocan fenómenos muy complicados en los que se adquieren, se transportan, se reubican y alteran un panorama que rompen con lo acostumbrado y que a los médicos nos adentran en un escenario clínico oscuro y descaradamente ocultado por políticos responsables de las adecuadas medidas para poder enfrentar estos problemas.

La única respuesta a todas las preguntas que giren en la búsqueda para resolver este fenómeno se centran en la prevención. Pero esto implica romper con la indiferencia social y manifestarse en todas las formas posibles de modo que se entienda que estas migraciones desproporcionadas y desorganizadas nos afectan a todos. En este sentido, el apoyo a aquel individuo que viaja, debe ser incondicional considerándolo precisamente así: como un viajero por necesidad.

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