El culto a la muerte

Existen varias posibilidades de afrontar el hecho de que toda vida, y por tanto también la de las personas que nos son queridas y la propia vida, tiene un fin. Se puede mitologizar el final de la vida humana, al que llamamos muerte, mediante la idea de una posterior vida en común de los muertos en el Hades, en Valhalla, en el Infierno o en el Paraíso. Es la forma más antigua y frecuente del intento humano de entendérselas con la finitud de la vida.

Podemos intentar evitar el pensamiento de la muerte alejando de nosotros cuanto sea posible su indeseable presencia: ocultarlo, reprimirlo. O quizá también mediante la firme creencia en la inmortalidad personal —“otros mueren, pero no yo”—, hacia lo que hay una fuerte tendencia en las sociedades desarrolladas de nuestros días. Y también podemos, por último, mirar de frente a la muerte como a un dato de la propia existencia; acomodar nuestra vida, sobre todo nuestro comportamiento para con otras personas, al limitado espacio de tiempo de que disponemos. Podemos considerar una tarea hacer que la despedida de los hombres, el final, cuando llegue, tanto el de los demás como el propio, sea lo más liviano y agradable posible, y suscitar la pregunta de cómo se cumple tal tarea. Actualmente es esta una pregunta que tan sólo unos cuantos médicos se plantean de una manera clara y sin tapujos. En la sociedad en general, la cuestión apenas se plantea.

La soledad de los moribundos.