Los demonios de Sagan

16_n22Carl Sagan fue profesor de Ciencias Espaciales y director del Laboratorio de Estudios Planetarios. Recibió una gran cantidad de premios y reconocimientos (Premio Pulitzer, medallas de la NASA, el premio Apollo, el premio Mazursky y la medalla Bienestar Público (de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU) y un asteroide, el 2709, lleva su nombre.

Prefacio. Mis profesores. Los padres de Sagan no sabían casi nada de ciencia. Pero, al introducirlo en el escepticismo y lo asombroso le enseñaron la base del método científico. Su situación económica no superaba en mucho el nivel de pobreza. Pero cuando les dijo que quería ser astrónomo recibió un apoyo incondicional, a pesar que tenían sólo una idea rudimentaria de lo que hace una astrónomo. Nunca le sugirieron que sería mejor ser abogado o médico.

La Universidad fue la realización de sus sueños: encontró profesores que entendían la ciencia y eran capaces de explicarla. Estudió física con Enrico Fernmi (premio Nobel); matemáticas con Subrahmanyan Chandrasekhar, y química con Harolld Urey. Dice Sagan que el profesor G. P. Kuiper, de astronomía planetaria, le enseñó por primera vez el llamado cálculo sobre una servilleta de papel: se te ocurre una posible solución a un problema, coges una servilleta de papel, apelas a tu conocimiento de física fundamental, garabateas unas cuantas ecuaciones aproximadas, les sustituyes valores numéricos probables y compruebas si la respuesta puede resolver de algún modo tu problema. Si no es así, debes buscar una solución diferente. Es una manera de ir eliminando disparates como si fueran capas de una cebolla. A pesar de sus profesores universitarios Sagan dice que lo más esencial no lo aprendió de sus profesores de la universidad, sino de sus padres, que no sabían en absoluto de ciencia.

Capítulo 1. Lo más preciado. Los organizadores de una conferencia enviaron a recogerme al aeropuerto a un chofer que deseaba discutir conmigo sobre ciencia. Él era experto en extraterrestres y astrología. Todo lo presentaba con entusiasmo y optimismo. Sin embargo yo me vi obligado a decepcionarlo una y otra vez porque para todo yo tenía una explicación (científica) mucho más sencilla. El chofer quería saber de ciencia pero nunca le habían enseñado a distinguir entre la ciencia real y sus imitaciones. Él se limitaba a aceptar lo que las fuentes de información a su alcance le daban. “Por su ingenuidad se veía confundido y embaucado sistemáticamente”.

En la época de la esclavitud en EEUU era castigado el que enseñaba a leer a un afroamericano. 95% de ellos era analfabeta pero hoy 95% de los norteamericanos son “analfabetas científicos”. Las consecuencias del analfabetismo científico son mucho más peligrosas de lo que parece. Es peligroso y temerario que el ciudadano medio mantenga su ignorancia sobre el calentamiento global, la reducción del ozono, la contaminación del aire, los residuos tóxicos y radiactivos, la lluvia ácida, la erosión del suelo, la deforestación tropical, el crecimiento exponencial de la población. Considérese los efectos sociales de la energía generada por fisión y fusión nucleares, las supercomputadoras, las “autopistas” de datos, el aborto, el radón, las reducciones masivas de armas estratégicas, la adicción, la intromisión del gobierno en la vida de sus ciudadanos, la seguridad en líneas aéreas y aeropuertos, los trasplantes de tejido fetal, los fármacos para tratar psicomanías, depresiones o esquizofrenia, los derechos de los animales, las píldoras del día siguiente, las estaciones espaciales, el viaje a Marte, el hallazgo de remedios para el sida y el cáncer…

¿Cómo podemos incidir en la política nacional —o incluso tomar decisiones inteligentes en nuestras propias vidas— si no podemos captar los temas subyacentes? ¿Cómo deciden esos asuntos los americanos? ¿Cómo instruyen a sus representantes? ¿Quién toma en realidad estas decisiones, y sobre qué base? Pero ¿nos interesa la verdad? ¿tiene alguna importancia, por ejemplo es descorazonador descubrir la corrupción y la incompetencia del gobierno, pero ¿es mejor no saber de ello? ¿a qué intereses sirve la ignorancia?

Descubrir que el universo tiene de ocho a 15 mil millones de años y no de mil a 12 mil (como muchas concepciones religiosas afirman) mejora nuestra apreciación de su alcance y grandeza; mantener la idea de que somos una disposición particularmente compleja de átomos y no una especie de hálito de divinidad, aumenta cuando menos nuestro respeto por los átomos; descubrir, como ahora parece posible, que nuestro planeta es uno de los miles de millones de otros mundos en la galaxia de la Vía Láctea y que nuestra galaxia es una entre miles de millones más, agranda majestuosamente el campo de lo posible; encontrar que nuestros antepasados también eran los ancestros de los monos nos vincula al resto de seres vivos y da pie a importantes reflexiones —aunque a veces lamentables— sobre la naturaleza humana.

Capítulo 2. Ciencia y esperanza. Carl Sagan quiso ser científico desde sus primeros días de escuela. El momento en que cristalizó su deseo llegó cuando captó por primera vez que las estrellas eran soles poderosos, cuando constató lo increíblemente lejos que debían estar para aparecer como simples puntos de luz en el cielo. Para Sagan, el romanticismo de la ciencia sigue siendo tan atractivo y nuevo como lo fuera aquel día en que le enseñaron las maravillas de la ciencia en la Feria Mundial de 1939. No explicar la ciencia le parece perverso a Sagan. Su libro es una declaración personal que refleja su relación de amor de toda la vida con la ciencia.

Si continúa el analfabetismo científico la gente perderá la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar con conocimientos a los que ejercen la autoridad; mientras que nosotros estaremos aferrados a nuestros cristales y consultando nerviosos nuestros horóscopos, con nuestras facultades críticas en declive, incapaces de discernir entre lo que nos hace sentir bien y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad.

En la ciencia siempre estaremos sujetos al error; lo máximo que puede esperar cada generación es reducir un poco el margen de error. El físico tiene una idea y cuanto más piensa en ella, más sentido le parece que tiene; consulta la literatura científica y cuánto más lee, más prometedora le parece la idea. Con esta preparación va al laboratorio y concibe un experimento para comprobarlo. El experimento es trabajoso: se comprueban muchas posibilidades, se afina la precisión de la medición y se reducen los márgenes de error. Al final de todo su trabajo, después de una minuciosa experimentación, ese encuentra con que la idea no tiene valor. Así el físico la descarta, libera su mente de la confusión del error y pasa a otra cosa.

Si un ser extraterrestre, recién llegado a la Tierra, hiciera un examen de lo que presentamos principalmente a nuestros hijos (en televisión, radio, cine, periódicos, revistas, cómics y muchos libros) podría llegar fácilmente a la conclusión de que queremos enseñarles asesinatos, violaciones, crueldad, superstición, credulidad y consumismo. Insistimos en ello y, a fuerza de repetición, por fin muchos de ellos quizá aprendan.

Y faltan otros 23 capítulos: Extraterrestres, Alucinaciones, El mundo poseído por demonios, Anticiencia, Cuando los científicos conocen el pecado, Ciencia y brujería… “Nadie ha conseguido nunca transmitir la maravillas ni el carácter estimulante y jubiloso de la ciencia con tanta amplitud como lo ha hecho Carl Sagan… su habilidad para cautivar la imaginación de millones de personas y para explicar conceptos complejos en términos comprensibles constituye una magnífico logro”.

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