Seguridad, soberanía alimentaria y agroecología

La aplicación de políticas erróneas de fomento agrícola, el aumento de los precios de los granos básicos y de sus costos de producción, su empleo para la producción de biocombustible y engorda de ganado, así como el impacto pernicioso del cambio climático en el campo, son las raíces que han nutrido la crisis alimentaria que vive el país, cancelando la posibilidad de alcanzar la seguridad alimentaria familiar, lo que exige la producción y consumo diversificado, suficiente y sostenible de alimentos de alta calidad nutritiva.

Viva la Milpa!, por Kelly, imagen tomada de http://enlivenedlearning. com/2012/12/28/without-maize-there-is-no-country-part-1-emotional- and-sensory-encounters-with-maize-and-milpa/

Viva la Milpa!, por Kelly, imagen tomada de http://enlivenedlearning.
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and-sensory-encounters-with-maize-and-milpa/

A contracorriente de los objetivos de la ley de planeación para la soberanía y seguridad agroalimentaria y nutricional aprobada en marzo de 2006 por la Cámara de Diputados y que plantea alcanzar la soberanía y seguridad agroalimentaria del país, en el Programa sectorial de desarrollo agropecuario, pesquero y alimentario 2013-2018, la soberanía alimentaria es un concepto omitido por el actual régimen político.

También a contracorriente de los objetivos esbozados en los planes de desarrollo nacional, estatal y sectorial desde hace 30 años, las unidades familiares han tratado de alcanzar la soberanía alimentaria, concebida por Vía Campesina como el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente apropiados producidos a través de métodos sostenibles y saludables.

Veamos cómo en Puebla los campesinos han luchado por conseguir la seguridad y soberanía alimentaria, considerando la producción de maíz de temporal, porque es la base de su dieta alimenticia. Puebla se caracteriza porque, excepto Querétaro, presentó el mayor crecimiento en vocación productiva de maíz de temporal en los últimos 30 años, pasando de  mil 460 en 1980 a mil 696 en 2010. La vocación productiva mide la importancia relativa que tiene la siembra de maíz en la entidad, respecto a la nacional. Aun así, la entidad está lejos de alcanzar la seguridad alimentaria. Datos expuestos en el “Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional en México 2012” (Sagarpa, Sedesol, Secretaría de Salud y FAO, 2013), indican que del total de la población del estado (5 millones 779 mil 829 habitantes) sólo 46.2 por ciento posee seguridad alimentaria, porcentaje que supera a la de los de Chiapas (45.2) y Guerrero (30.5).

Esta alta inseguridad alimentaria en que se encuentra Puebla se explica, en parte, por la reducción de los rendimientos del maíz. Datos del SIAP (1980-2010) indican que el rendimiento por hectárea de maíz pasó de mil 680 kilogramos por hectárea en 1980 a  mil 610 en 2010.

Esta baja productividad es resultado de las condiciones generales y concretas que influyen en el manejo del maíz, destacando los programas públicos de fomento agrícola que ha favorecido a los productores que están articulados al mercado mundial. También estos productores cultivan, en promedio, 1.9 hectáreas mientras que el promedio nacional es de 3.1. Además, del total de unidades de producción (359 mil 563) que reporta el Censo Agropecuario y Forestal 2007 en el estado, 16 por ciento utiliza maquinaria agrícola, 28 por ciento yunta, 27 por ciento maquinaria y yunta y 24 por ciento usa herramientas manuales para efectuar las distintas tareas requeridas en la preparación del suelo y las labores de cultivo. Asimismo, del total de hectáreas cultivadas  en el estado, reportadas por el mismo Censo (1 millón 11 mil 643), 47 por ciento aplican fertilizante, 8 por ciento usan semillas mejoradas y 21 y 10 por ciento aplican herbicidas e insecticidas, respectivamente.

Del mismo modo, casi toda la investigación agrícola hecha en México ha generado tecnología adecuada para la agricultura empresarial. Por tanto, no es fortuito que el maíz de riego haya triplicado sus rendimientos en los últimos 30 años, ya que pasó de 2 mil 730 kilogramos por hectárea en 1980 a 7 mil 590 en 2010.

Como se sabe, el principal factor de la producción que eleva la productividad es la tecnología. Pero, si se quiere aumentar los rendimientos, hay que considerar la heterogeneidad de productores referida en el artículo 9º de la Ley de Desarrollo Rural Sustentable, diseñando e implementando modelos de intervención tecnológica acordes a las condiciones en que los productores manejan el maíz y las circunstancias en que viven.

Evidencias empíricas indican que en Puebla, el maíz de temporal se siembra asociado con frijol, calabaza, chile y múltiples arvenses, sistema agrícola conocido como milpa, y que estos productores aplican un bajo porcentaje de las tecnologías radicales generadas por el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, debido a que no se adecuan a las condiciones en las que producen y viven los maiceros. También hemos encontrado que el manejo del maíz se basa en una mejora gradual de su base tecnológica, donde predominan el uso de semilla criolla y estiércol, así como la asociación y rotación de cultivos y la aplicación de técnicas de conservación de suelos.

Este manejo está más cercano al paradigma agroecológico que al productivista. El primero se funda en la agroecología que tiene como unidad básica de estudio e investigación el manejo de agroecosistemas. La agroecología proporciona los principios ecológicos básicos para mejorar el manejo de la milpa, imitando los procesos naturales que acaecen en los ecosistemas.

En la milpa, estos principios ecológicos son garantizados por la interacción de los elementos heterogéneos que lo constituyen, capaces de recrear nuevas estructuras y funciones en los agroecosistemas, que aisladamente ningún elemento originaría. Esta heterogeneidad está representada por la biodiversidad de flora y fauna que hay arriba-abajo del suelo y adentro-alrededor del agroecosistema, la cual cumple ciertas funciones que se reflejaran en mayor rendimiento, eficiencia energética, resiliencia y en la perdurabilidad de los agroecosistemas a través del tiempo.

Esta biodiversidad comprende plantas que requieren mayor (maíz) y menor (frijol, calabaza y arvenses) intensidad de luz para transformar compuestos inorgánicos en orgánicos. Además, las plantas asociadas tienen sistemas radiculares de diverso tamaño y la presencia de plantas leguminosas en la asociación retiene nitrógeno, uno de los macronutrientes que es esencial para el crecimiento de las plantas.

También, una mayor biodiversidad de flora y fauna arriba-alrededor del suelo favorece la creación de redes tróficas que inhiben el daño que pueden ocasionar ciertos patógenos a las plantas cultivadas. Exterminar a lo que el paradigma productivista ha denominado plaga, sea por la aplicación de insumos orgánicos o sintéticos, es soslayar un aspecto crucial del manejo agroecológico: el lado benéfico que tiene esta ‘plaga’ cuando se estudia inserta en su red trófica, que es como se presenta funcionalmente en los ecosistemas. También, una mayor biodiversidad genera más biomasa abajo del suelo, traduciéndose en una mayor abundancia y riqueza de microorganismos, que se encargan de descomponer la materia orgánica y de reciclar los nutrientes y energía.

Por estas razones, los policultivos como la milpa, son capaces de alcanzar mayores rendimientos por hectárea.

Si en esta biodiversidad, además, hay redundancia de especies, se explica porque los policultivos son más estables, resilientes y sostenibles. De ocurrir un cambio ambiental extremo, las especies redundantes tienen mayor capacidad para absorber estas perturbaciones (estabilidad) y de recuperar pronto la funcionalidad del agroecosistema (resiliencia); un sistema resiliente es más perdurable en el tiempo; es decir, es sostenible.

Revertir la crisis alimentaria y alcanzar la seguridad y soberanía alimentaria, exige que el gobierno federal apoye la consecución de los objetivos de los productores para producir y consumir alimentos nutritivos y culturalmente apropiados producidos a través de métodos sostenibles. Para conseguir este objetivo, es necesario revalorar y mejorar aquellas tecnologías, insumos y prácticas agrícolas, que han sido capaces de recrear la estructura y funcionalidad de los ecosistemas naturales.

 

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