Agroecología, diálogo de saberes y autosuficiencia alimentaria

La crisis rural actual que vive México no tiene parangón en la época moderna, donde convergen varias crisis que tiene su ángulo más alarmante en la insuficiencia alimentaria, que afecta, sobre todo, a la población rural y que se expresa en fuertes carencias en la ingesta de alimentos básicos y aguda desnutrición.

La aplicación de programas de modernización del campo mexicano (1989-1994 hasta 2013-2018), vinculados a la revolución verde y transgénica, eludieron mejorar la productividad de los maiceros de temporal, porque la producción de granos básicos, opuesto a la importancia económica que tuvo en el modelo sustitutivo de importaciones, dejó de formar parte de la reproducción del capital global. La exclusión de maiceros de temporal devino en bajos rendimientos por hectárea. Datos del SIAP (https://bit.ly/2sV27bJ), muestran que durante 38 años (1980-2017) el rendimiento nacional promedio de maíz aumentó 860 kg, al pasar de 1650 kg en 1980 a 2510 kg en 2017. Este insignificante crecimiento del rendimiento de maíz causó mayor importación de maíz amarillo de los Estados Unidos de Norteamérica que, potenciado por la firma del tratado de libre comercial, pasó de 121 mil toneladas entre 1992-1993 hasta alcanzar la cifra actual de cerca de 12 millones de toneladas (CEDRSSA, https://bit.ly/2JLaUZH). Se trata de un maíz de baja calidad nutricional, que ha causado en México cambios significativos en la pauta de consumo de alimentos y que han originado mayor obesidad, desnutrición, males cardiacos, diabetes, etcétera. Además, en el manejo de este maíz se aplican abusivamente agroquímicos que han trastocado el metabolismo sociedad-naturaleza, ha envenenado al humano y a otros seres vivos, a los mantos freáticos y ha ocasionado disturbios climáticos que ponen en riesgo la sobrevivencia humana.

La crisis rural es también una oportunidad y reto para escudriñar otros paradigmas agrícolas que sean idóneos para conseguir la autosuficiencia alimentaria a nivel local. En este contexto, se han edificado y potenciando pequeñas experiencias de manejo de cultivos alternativos a la revolución verde, para producir suficientes granos básicos de forma sostenible, inocuos y de alta calidad nutritiva.

La agroecología es una opción a la crisis alimentaria y es contrahegemónica a la revolución verde y transgénica, porque su nacimiento estuvo —y está— marcado por una confrontación política para modificar la correlación de fuerzas favorable al capital y su estado neoliberal. Le apuesta a sustituir el manejo de monocultivos por policultivos, sobre todo en la agricultura de temporal, donde predominan campesinos que son minifundistas extremos, pobres alimentarios, pluriactivos y con acceso muy restringido a medios de producción.

El manejo de monocultivos es hijo legítimo de la revolución verde, transgénica y/o de la agricultura orgánica, alentada por las empresas trasnacionales; en cambio, el manejo de policultivos o de agroecosistemas, es típico de la agroecología, que abreva del diálogo de saberes donde se complementan y funden tecnologías campesinas y modernas. La superación dialéctica de ambas se sintetiza en un nuevo patrón tecnológico con cualidades tecnológicas superiores que a las que les dieron origen. Dentro de los agroecosistemas destaca la milpa donde el maíz se maneja asociado, al menos, con frijol y calabaza y que ha sido esencial para conseguir la autosuficiencia alimentaria a nivel local, que se alcanza cuando se satisfacen las necesidades alimenticias mediante la producción local.

Los atributos de la eficiencia productiva, la estabilidad, la resiliencia y la sostenibilidad de la milpa, deriva del diálogo de saberes, sobre todo porque se trata de un sistema agrícola diversificado donde el trabajo útil campesino recrea una mixtura de flora y fauna arriba y abajo del suelo, así como adentro y afuera del agroecosistema.

O sea, la milpa es capaz, mediado por el trabajo útil y creativo del campesino, de reproducir un círculo virtuoso que tiene su matriz en el diálogo de saberes, al inducir complementariedades, colaboraciones, interacciones y sinergias entre los elementos bióticos y abióticos presentes en este agroecosistema y que potenciarán los atributos ya señalados. Se trata de un proceso autopoiético recreado por una red de reciprocidades, donde cada elemento de la comunidad biótica y abiótica es, a la vez, causa y efecto, productor y producente de las conexiones para que la milpa se reproduzca por sí misma a través del tiempo. En la milpa, el poder de cada ser vivo que alberga la biodiversidad, se transforma en algo superior, en una fuerza colectiva autónoma, que aparece ante nuestros ojos como una fuerza natural, fortuita, pero que tiene su matriz en esas fuerzas particulares que actúan colectivamente en la biodiversidad.

Este desbordamiento de las capacidades individuales de la flora y fauna, catalizada por la praxis humana, crean un agronicho idóneo al desarrollo de los seres vivos, que se ajustará con el contexto edafo-climático de la región donde se sitúa el agroecosistema. Es mediante esta adecuación, que las plantas cultivadas y las no cultivadas (arvenses), aprovechan eficientemente los factores climáticos (energía solar, agua, aire, temperatura, sombra, etcétera) y los atributos edáficos (físicos, químicos y microbiológicos). Este agronicho posee un microclima distinto a su entorno geográfico, que le permite regular las altas o bajas temperaturas y la falta o abundancia de humedad en la milpa; por ello, la milpa es resiliente y sostenible.

La diversidad de granos obtenidos de la milpa, le ha permitido a la familia campesina garantizar, durante milenios, la satisfacción de la necesidad humana más básica, como es la alimentación, a través de un consumo frugal de bienes alimenticios inocuos y nutritivos. Este consumo sobrio les ha permitido a los campesinos mantener una relación armónica entre sociedad-naturaleza, ya que el ritmo de la producción de alimentos coincide con el ritmo de reproducción de la naturaleza, sin violar sus términos de sostenibilidad a través del tiempo.

En contraste, los monocultivos son incapaces de autorregularse, de autorreproducirse, de perdurar en el tiempo, porque la biodiversidad ha sido considerada como un estorbo para su manejo. La capacidad productiva del unicultivo se ciñe a las capacidades fisiológicas de plantas individuales, que están juntas en la parcela, pero que funcionan aisladamente y, por ello, están imposibilitadas estructural y funcionalmente para actuar como una colectividad de plantas. Para la revolución verde y transgénica la “eficiencia productiva” se basa exclusivamente en el uso de insumos agrícolas, que se caracterizan por acelerar la ruptura metabólica entre la sociedad-naturaleza, pero que se ha convertido en un venero inagotable de ganancias expeditas para las empresas transnacionales que son las que producen y venden estos insumos.

En resumen, si se pretende conseguir la autosuficiencia alimentaria a nivel local, hay que revalorar a la milpa y el diálogo de saberes que subyace en su manejo. De este modo, la milpa se transformaría en una alternativa histórica para: a) satisfacer el derecho constitucional a la alimentación: b) mejorar la nutrición y la salud; c) reducir la emisión de gases efecto invernadero y mitigar el disturbio climático; d) crear empleos dignos; e) reducir la violencia en el campo y, en promover una relación armónica entre sociedad-naturaleza, campo-ciudad y modernidad-cultura campesina. Aparte, si la basura orgánica creada en las ciudades se trasmuta en composta y caldos minerales para incorporarlos como abonos al campo, que es donde se originaron, se potenciaría aun más la productividad de la milpa y la autosuficiencia alimentaria.

 

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