El virus ideológico

Entre los millones de agentes biológicos patógenos existentes, uno de ellos resultó mortal para la humanidad: el coronavirus SARS-CoV2 (coronavirus en lo sucesivo), muy cercano al SARS-CoV (Síndrome respiratorio agudo severo) y al MERS-CoV (Síndrome respiratorio de Oriente medio), aparecidos en 2002, 2012 y 2019, respectivamente. Por lo pronto, la mitad de la población mundial está recluía en sus hogares, ya sea por convicción ante recomendaciones de emergencias sanitarias o por suspensión de las garantías individuales. La Covid-19 (la Real Academia de la Lengua define que el género de la enfermedad es femenino) se ha trasmitido a 184 países, su tasa de letalidad (defunciones por coronavirus con relación al total de contagios confirmados) es de 5.74 por ciento hasta el 8 de abril de 2020; la tasa de mortalidad (decesos por coronavirus con relación a toda la población) es de 0.001 por ciento y la tasa de contagios (contagios confirmados con relación a la población) es de .019 por ciento. El coronavirus se trasmite con mucha rapidez y no hay cura para ello hasta el momento; de los 39 coronavirus documentados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el SARS-CoV2 es muy inestable, cambia más rápido que otro tipo de virus y hasta el momento se desconoce el lugar de procedencia, no así el espacio donde se localizó el primer caso.

Hay virus más agresivos que el coronavirus, el MERS-CoV registró tasas de letalidad superior al 20 por ciento y el ébola se ubica en 50 por ciento, sin embargo, los casos de contagios son menores y ya hay cura para esos virus. Hay parásitos que producen millones de contagios y cientos de miles de muertos, son enfermedades del trópico que no atraen reflectores ni concitan estrategias de saneamiento: hace dos años tuvieron paludismo 228 millones de personas y murieron por esa causa 405 mil (OMS). Qué tiene de particular el coronavirus que secuestró nuestra libertad, paralizó la producción y nos ha infundido miedo. Quizá lo más grave del coronavirus no sea el virus en sí, sino las múltiples patologías previas del contagiado, la inaccesibilidad a una dieta inocua, y el deterioro de un sistema de salud, mercantilizado e insuficiente para afrontar contingencias sanitarias.

Durante los cuatro decenios de vigencia del neoliberalismo, la tasa de prevalencia de la diabetes (diabéticos con relación a la población) a nivel mundial se duplicó, en estos momentos hay 460 millones de diabéticos. La presencia de esa patología aumenta la letalidad del coronavirus, agravada más si el contagiado tiene 60 o más años y/o presenta otras patologías. Unos de los resultados de la transición demográfica fue la menor tasa de natalidad y una mayor esperanza de vida; hoy las sociedades más industrializadas tienen poblaciones envejecidas que registran un cuadro amplio de patologías (hipertensión, triglicéridos y colesterol altos, diabetes, enfisema pulmonar, alcoholismo y exceso de peso corporal) que aumentan las probabilidades de no sobrevivir al contagio, mayor aun cuando hay altos niveles de polución del aire, como sucede en muchas capitales de los países que registran un producto por persona elevado.

Con base en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición elaborado por el Inegi (2018), de la población mexicana de 20 años o más, hay 8.7 millones de diabéticos (10.4 por ciento); 15.2 millones de hipertensos (18.4 por ciento); 15.8 millones con colesterol o triglicéridos altos (19.5 por ciento); 14.8 millones de fumadores (17.9 por ciento) y más de 50 millones de personas han ingerido alcohol alguna vez en su vida; además siete de cada 10 adultos tienen exceso de peso corporal. No acostumbramos ejercitar nuestros cuerpos, solamente 6 por ciento de la población de 15 a 65 hace ejercicio una hora diariamente, y de los países de América Latina, somos el primero en consumir productos altamente procesados, con excesos de grasa y azúcar que deterioran nuestra salud (La Jornada, 30/03/20).

Nuestra sociedad tiene una distribución acentuadamente regresiva del ingreso: unos pocos concentran tanto ingreso como el de muchos. En la Encuesta de Ingreso y Gasto de los Hogares de 2018, el 10 por ciento más rico de la población tenía un ingreso equivalente al del 66 por ciento de la población más pobre del país. El Consejo Nacional de Evaluación de las Políticas de Desarrollo Social estima que 42 por ciento de la población vive en situación de pobreza (moderada o extrema) y 36 por ciento es vulnerable por carencias sociales o por ingreso; sólo 22 por ciento de la población en México no es pobre ni es vulnerable por carencias sociales o ingreso. Ante la situación famélica de 25 millones de familias en México, la mitad de las cuales carece del abasto diario de agua potable, el coronavirus hace estragos: no es el SARS-CoV2 el que nos aniquila, es el capitalismo que degrada la calidad humana y la naturaleza, precariza el trabajo, mercantiliza los recursos naturales y los servicios de salud. Para fortuna de muchos mexicanos, se creó un sistema nacional de salud (Insabi): se ha mejorado la infraestructura médica, se ha equipado los hospitales y clínicas, se ha ampliado el personal médico y aumentado el presupuesto; se ha alargado el impacto de la epidemia: pocos casos en muchos meses, y los pobres son sujetos prioridad de políticas públicas. Con la renovación del sistema de salud y la ejecución de un programa de emergencia sanitaria los efectos pueden ser menos catastróficos, pero nosotros ya nos seremos los mismos y la “normalidad” será la anormalidad, la crisis permanente, la larga transición hacia otras formas de ser y de estar, de convivir, de socializar, de comunicarnos, de relacionarnos con la naturaleza. Slavoj Zizek vislumbra una sociedad alternativa sustentada en la solidaridad y la cooperación, una sociedad ilusionada y comprometida con el cambio; Enrique Dusel avizora el fin de la modernidad y del antropeceno y la posibilidad de la supremacía de la vida sobre el capital; los ecosocialistas hablan del fin del capitaloceno y la posibilidad de construir una sociedad biocéntrica donde la conservación y reproducción de las diferentes formas de vida sea el valor supremo. El siglo XXI despuntó como una crisis de civilización y las pandemias (2002, 2012 y 2019) han desnudado la insustentabilidad del capitalismo, ocupado en la reproducción de valores y no en la preservación de la vida humana.

En este número de Saberes y Ciencias invitamos a profesionistas de distintas disciplinas a compartir sus puntos de vista sobre la epidemia conocida como Covid-19, expresamos nuestra gratitud a Arturo Huerta González, Samuel Ortiz Velásquez y Jackelin Gordillo Olguín de la Facultad de Economía de la UNAM; a Raúl Mújica del INAOE; a Miguel Ángel Méndez-Rojas y Jessica A. Flood Garibay de la UDLAP; a Giuseppe Lo Brutto del ICSyH y a Liliana Estrada Quiroz de la Facultad de Economía de la BUAP.

 

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