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China, el nuevo líder geoeconómico: ¿algo nuevo en el horizonte en el siglo XXI?

Este artículo tiene como objetivo sumarse a la discusión sobre la disputa por el liderazgo geoeconómico y geopolítico entre la República Popular China (China en adelante) y los Estados Unidos en el siglo XXI. Desde una perspectiva cuantitativa, muchos consideran indudablemente a China como el actual líder económico dada la presencia y  el posicionamiento en prácticamente todo el mundo a través de la inversión y  financiamiento de múltiples proyectos de todo tipo en las áreas de infraestructura eléctrica, agricultura, minería, transporte ferroviario, aéreo, portuario, etcétera; por la cobertura que hace en los mercados nacionales con bienes y servicios y particularmente, por el desarrollo en ciencia y tecnología en temas como la inteligencia artificial, la red de telecomunicaciones móviles inalámbricas, biotecnología, industria automotriz y aeroespacial, etcétera. Otro argumento que sostiene la idea del liderazgo es que presenta tendencias sostenidas en una serie de variables macroeconómicas que se toman como referencia normalmente en el ámbito internacional: PIB y PIB per cápita, reservas internacionales y la balanza comercial, recepción y emisión de inversión de capital directo, entre otros.

De lo anterior, partamos de adelantar la saga de momentos que se están presentando desde hace una década por la disputa de la supremacía: guerra comercial en la primera y segunda etapa con D. Trump, profundización de la estructura económica y financiera de los BRICS, el avance y consolidación del megaproyecto de la Franja y la Ruta (Nueva ruta de la seda), etcétera, y el momento final es que China asciende como nuevo país dominante. Sería conveniente poner sobre la mesa escenarios o cuestionamientos más profundos que un simple debate economicista, tales como ¿si China ocupa la supremacía económica mundial hará algo novedoso o diferente respecto de Estados Unidos en la relación con los países en vías de desarrollo? o ¿le beneficiará al planeta tener un nuevo hegemón en términos ambientales y sociales? Estas dos simples preguntas abren a su vez reflexiones heterodoxas muy profundas que tratará de exponerse de manera breve.

Primero, China, como país hegemónico, no está proponiendo cambiar el actual modo de producción económico en occidente. Aun cuando se habla del socialismo de mercado con características chinas y que se presuma en los discursos sobre la prosperidad compartida y el abatimiento de la pobreza extrema, existen retos estructurales que este país debe atender y demostrar que puede superar al capitalismo como lo es la concentración del ingreso, la disparidad entre el campo y la ciudad, el desempleo como resultado de la alta tecnificación del proceso productivo; China no plantea nada novedoso acerca de la explotación laboral. Incluso como país es acusado de violar seriamente derechos humanos de libertad de expresión y religiosa con minorías étnicas como los uigures, privacidad social (vigilancia y control con sistemas audiovisuales). Segundo, en materia ecológica, es un país altamente insostenible aun cuando se ostente como líder mundial en la generación de energía solar y eólica. Dentro y fuera de su propio territorio, China implementa un sistema productivo basado en la alta explotación de los ecosistemas (transformación territorial, extracción de recursos mineros, agropecuarios, energéticos, etcétera). Esta práctica es al mero estilo colonialista europeo y norteamericano en América Latina y África, por ejemplo. Por el lado del consumo, la población china está adquiriendo nuevos esquemas de consumo de bienes y servicios que se traducen en una creciente huella ecológica, hídrica y de carbono, más aún en el ámbito urbano en ciudades o zonas metropolitanas.

Tercero, lo que se está configurando es una nueva relación de subordinación, pasamos de una relación norte-sur a una relación sur-sur. Quizá la única diferencia que distingue a la relación de China con los países con los que se relaciona (socios) es que no se trata de una penetración violenta sino institucionalizada a través de acuerdos y convenios disfrazados de cooperación y colaboración. Cuarto, China está consolidando poco a poco un sistema bélico-militar que terminará de afianzar su poder a nivel mundial, al igual que lo hicieron en su momento Europa y el propio Estados Unidos. Esta es una condición sine qua non que distingue a toda aquella nación que aspire a controlar el destino del mundo.

China está tratando de posicionar su cultura entre la sociedad occidental a través de distintos mecanismos de difusión e intercambio educativo y cultural (soft power). Sin embargo, este es quizá el renglón más complejo en la discusión de la supremacía, es claro que se busca una mayor aceptación hacia lo chino, pero en este terreno es difícil afirmar que el mundo pueda pasar del American lifestyle a un Chinesse lifestyle. Menos aun cuando la propia sociedad china está volcándose hacia un estilo de consumo y de pensamiento occidental híbrido. Habrá bienes chinos de empresas prestigiadas en el área automotriz, dispositivos móviles, etcétera, pero al final del día se trata de un estilo de consumo altamente entrópico.

Como países en vías de desarrollo o periféricos estamos presenciando un nuevo momento histórico, la creación de una posible potencia hegemónica. El propio gobierno chino presume que cuando la república cumpla su primer centenario de existencia (2049) China estará logrando la visión del llamado Sueño Chino (ideal de un país próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado y armonioso) y junto con ello el liderazgo absoluto en el mundo. Independientemente de ello, la cuestión es qué estrategia desarrollará México frente a este cambio de timón. El nuevo gobierno mexicano debe prepararse para dejar de ser un simple espectador y posicionarse como un actor protagónico en la región latinoamericana frente a China y al propio Estados Unidos. Sin caer en simplismos, es importante repensar en una política económica que retome el desarrollo estructural de la economía en lo industrial y lo agrícola, queda evidenciado que los tratados comerciales son un arma de dos filos, lo mismo que permite crecer a nivel sectorial, lo mismo que vuelve vulnerable al mercado externo. La pérdida de la hegemonía la “venderán” sumamente cara los Estados Unidos es posible que se recrudezcan las acciones que está implementando D. Trump para tratar de detener lo inevitable amén de que no va a ser inmediato dicho desplazamiento. Tampoco está escrito que si Estados Unidos es desbancado de su lugar privilegiado, esto vaya a ser permanente. En suma, la hegemonía geopolítica y geoeconómica no se construye a partir de alcanzar superávits comerciales o colocar cuantiosos volúmenes de inversión de capital es el resultado de complejos procesos históricos, políticos, sociales y militares. Al final del día, hegemonía es sinónimo de subordinación, en este sentido estamos presenciando el ascenso de una nueva potencia que subordinará al mundo.

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