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Memoria del fuego (III). El siglo del viento

1900 San José de Gracia
El mundo continúa

Hubo quien gastó los ahorros de varias generaciones en una sola parranda corrida. Muchos insultaron a quien no podían y besaron a quien no debían, pero nadie quiso acabar sin confesión. El cura del pueblo dio preferencia a las embarazadas y a las recién paridas. El abnegado sacerdote pasó tres días y tres noches clavado en el confesionario, hasta que se desmayó por indigestión de pecados.

Cuando llegó la medianoche del último día del siglo, todos los habitantes del pueblo de San José de Gracia se prepararon para bien morir. Mucha ira había acumulado Dios desde la fundación del mundo. Sin respirar, ojos cerrados, dientes apretados, las gentes escucharon las doce campanadas de la iglesia, una tras otra, muy convencidas de que no habría después.

Pero hubo. Hace rato que el siglo veinte se ha echado a caminar y sigue como si nada. Los habitantes de San José de Gracia continúan en las mismas casas, viviendo o sobreviviendo entre las mismas montañas del centro de México, para desilusión de las beatas, que esperaban el Paraíso, y para alivio de los pecadores, que encuentran que ese pueblito no está tan mal, al fin y al cabo, si se compara.

1901 Nueva York
Esta es América, y al sur la nada

 Andrew Carnegie vende, en 250 millones de dólares, el monopolio del acero. La compra el banquero Pierpont Morgan, dueño de la General Electric, y así funda la United States Steel Corporation. Fiebre del consumo, vértigo del dinero cayendo en cascadas desde lo alto de los rascacielos: Los Estados Unidos pertenecen a los monopolios, y los monopolios a un puñado de hombres, pero multitudes de obreros acuden desde Europa, año tras año, llamados por las sirenas de las fábricas, y durmiendo en cubierta sueñan que se harán millonarios no bien salten sobre los muelles de Nueva York. En la edad industrial, El dorado está en los Estados Unidos; y los Estados Unidos son América.

Al sur, la otra América no atina ya ni a balbucear su propio nombre. Un informe recién publicado revela que todos los países de esta sub-América tienen tratados comerciales con los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania, pero ninguno los tiene con sus vecinos. América Latina es un archipiélago de patrias bobas, organizadas para el desvínculo y entrenadas para desarmarse.

1903 Ciudad de Panamá
El Canal de Panamá

El paso entre los mares había sido una obsesión de los conquistadores españoles. Con furor lo buscaron; y lo encontraron demasiado al sur, allá por la remota y helada Tierra del Fuego. Y cuando alguno tuvo la idea de abrir la cintura angosta de América Central, el rey Felipe II mandó a parar: prohibió la excavación del canal, bajo pena de muerte, porque el hombre no debe separar lo que Dios unió. Tres siglos después una empresa francesa, la Compañía Universal del Canal Interoceánico, empezó los trabajos en Panamá. La empresa avanzó treinta y tres kilómetros y cayó estrepitosamente en quiebra.

Desde entonces, los Estados Unidos han decidido concluir el canal y quedarse con él. Hay un inconveniente: Colombia no está de acuerdo y Panamá es una provincia de Colombia. En Washington el senador Hanna aconseja esperar, debido a la naturaleza de los animales con los que estamos tratando, pero el presidente Teddy Roosevelt no cree en la paciencia. Roosevelt envía unos cuantos marines y hace la independencia de Panamá. Y así se convierte en país aparte esta provincia, por obra y gracia de los Estados Unidos y sus buques de guerra.

1908 Mérida, Yucatán
Telón y después

Ya se aleja el tren, ya se marcha el presidente de México. Porfirio Díaz ha examinado las plantaciones de henequén en Yucatán y se está llevando la más grata impresión:

—Bello espectáculo —dijo, mientras cenaba con el obispo y con los dueños de millones de hectáreas y millares de indios que producen fibras baratas para la International Harvester Company. Aquí se respira una atmósfera de felicidad general.Ya se pierde en el aire la humareda de la locomotora. Y entonces caen, volteadas de un manotazo, las casas de cartón pintado, con sus ventanas galanas; guirnaldas y banderitas se hacen basura, basura barrida, basura quemada, y el viento arranca de un soplido los arcos de flores que cubrían los caminos. Concluida la fugaz visita, los mercaderes de Mérida recuperan las máquinas de coser, los muebles norteamericanos y olas ropas flameantes que los esclavos han lucido mientras duró la función.

Los esclavos son indios mayas, de aquellos que hasta hace poco vivían libres en el reino de la pequeña cruz que habló, y también indios yaquis de las llanuras del norte, comprados a cuatrocientos pesos por cabeza. Duermen amontonados en fortalezas de piedra y trabajan al ritmo del látigo mojado. Cuando alguno se pone arisco, lo sepultan hasta las orejas y le echan los caballos.

1908 Ciudad Juárez
Se busca

Hace un par de años, los rangers norteamericanos cruzaron la frontera de México, a pedido de Porfirio Díaz para aplastar la huelga de los mineros del cobre en Sonora. Con presos y fusilados acabó, después, la huelga en los talleres textiles de Veracruz. Este año han estallado huelgas en Coahuila, Chihuahua y Yucatán. La huelga, que perturba el orden, es un crimen. Quien la comete, comete crimen. Los hermanos Flores Magón, agitadores de la clase obrera, son los criminales de máxima peligrosidad. Sus rostros se exhiben en la pared de la estación de ferrocarril, en Ciudad Juárez y en todas las estaciones de ambos lados de la frontera. Por cada uno de lo hermanos, la agencia de detectives Furlong ofrece cuarenta mil dólares de recompensa.

Los Flores Magón llevan unos cuantos años burlándose del eterno Porfirio Díaz. Desde sus periódicos y panfletos han enseñado al pueblo a perderle el respeto. Después de perderle el respeto, el pueblo empieza a perder el miedo.

1910 Ciudad de México
El centenario y el amor

Por cumplirse cien años de la independencia de México, todos los burdeles de la capital lucen retrato del presidente Porfirio Díaz.

En la ciudad e México, dos de cada diez mujeres jóvenes ejercen la prostitución. Paz y Orden, Orden y progreso: la ley regula este oficio tan numeroso. La ley de burdeles, promulgada por don Porfirio, prohíbe practicar el comercio carnal sin el debido disimulo o en olas cercanías de escuelas e Iglesias. También prohíbe la mezcla de clases sociales —en los burdeles sólo habrá mujeres de la clase a la que pertenezcan los clientes–, a la par que impone controles sanitarios y gravámenes y obliga a las matronas a impedir que sus pupilas salgan a la calle reunidas en grupos que llamen la atención. No siendo en grupos, pueden salir: condenadas a malvivir entre la cama, el hospital y la cárcel, las putas tienen al menos el derecho a uno que otro paseíto por la ciudad. En este sentido, son más afortunadas que los indios. Por orden del presidente, indio mixteco casi puro, los indios no pueden caminar por las avenidas principales ni sentarse en las plazas públicas.

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** Eduardo Galeano. (2006). Memoria del fuego (III). El siglo del viento. México: Siglo veintiuno editores. Decimonovena edición.

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