“Mamá, papá: ya decidí qué voy a ser de grande. Nanotecnólogo”— dijo emocionado Emiliano, un joven de 17 años que acompañaba a sus padres durante un paseo familiar. “¿Nano-qué? ¿Qué es eso de nanocosas? ¡Te vas a morir de hambre y nadie te va a contratar! ¡Si eso ni existe en México!” fue la terrible respuesta del papá. “Escucha a tu padre” sentenció mamá, “ya ves que él aconsejó a tu primo Alfredo estudiar Leyes, y hoy es asistente del diputado Melitón, gana muy bien y tiene el futuro asegurado. Papá sabe lo que dice”.
Pero tal vez la joven mente de Emiliano esté enterada de algo que sus padres no. La nanociencia y la nanotecnología prometen impactar de manera profunda y relevante distintas áreas del conocimiento humano. Desde recubrimientos que permitirán mantener las paredes de los edificios históricos libres del polvo y el ataque de pintura de graffiteros, hasta nuevos medicamentos que permitan detectar e incluso curar el cáncer. Si la mente de los padres de Emiliano está en el dinero, pues vamos a seguir el sendero de la riqueza. Quizá así puedan aceptar el sueño de su hijo.
Durante la pasada década la inversión dedicada a investigación en nanotecnología ha crecido de manera sostenida, de manera que en 2008 alcanzó los 8 mil 400 millones de dólares de parte de los gobiernos de más de 60 países que han puesto en marcha estrategias nacionales en nanotecnología, a los que se sumaron más de 8 mil 600 millones de dólares provenientes de empresas privadas. Entre agosto de 2008 y julio de 2009 investigadores de 152 países publicaron más de 91 mil 500 artículos relacionados al área, concentrándose cerca del 90% de dichos trabajos en 15 países (Estados Unidos, 23%; China, 22%; Alemania, 8%; Japón, 8%). Además, el 23% de los trabajos publicados se hacen en colaboraciones entre investigadores de varios países. Si dividiéramos al mundo en nodos de acuerdo a las redes de colaboración en nanociencias y nanotecnología, podríamos apreciar con claridad la existencia de cinco clusters importantes alrededor de los cuales el resto de los países gravitan: China, Estados Unidos, Alemania, Unión Europea y Japón. En este mapa, la mayoría de los países en desarrollo no tienen una participación significativa (o ninguna del todo).
Con las tendencias mundiales que se han observado en la década pasada, es muy probable que no veamos un incremento significativo en los fondos destinados a investigación en nanociencias en los países con programas estratégicos consolidados, pero sí podríamos atestiguar un incremento en la participación por estos fondos de parte de otros países a través de apoyos específicos para movilidad internacional y proyectos de investigación conjuntos. Ante una creciente disminución en el número de jóvenes interesados en el estudio de las ciencias naturales y exactas en los países desarollados, es de su interés atraer mentes jóvenes y creativas para involucrarlas en proyectos científicos y tecnológicos que sin duda prometen impactar de manera favorable el desarrollo de propiedad intelectual y con ello, impulsar el crecimiento económico y social. Hay que recordar que, en el caso mexicano, uno de cada ocho compatriotas con preparación académica universitaria o con posgrado emigra al extranjero, en lo que constituye una casi imparable fuga de cerebros y talentos, que le cuesta año con año al país más de 20 mil millones de pesos.
Dinero llama a dinero, dice el dicho. Los ciclos periódicos de crisis económicas que nuestro país sufre cada sexenio, comprometen al subdesarrollo permanente a cualquier esfuerzo de proyecto nacional de ciencia y tecnología. Con un presupuesto exiguo de menos del 0.41% (el más reducido en toda la comunidad de países de la OCDE) y con políticas inapropiadas que castigan la investigación básica al grado de controlar con lupa el ejercicio del pequeño recurso que se asigna (con lentitud) al investigador, mientras que por otra parte reparten a manos llenas —y a fondo perdido— dinero para impulsar “investigación e innovación” en Pequeñas y Medianas Empresas (Pymes) y Mini-pymes (sin necesidad de justificar, sólo reportar en qué se aplicó), el futuro se ve más sombrío. Con entidades de investigación subvencionadas por el estadoque necesitan renovarse en su visión y en sus integrantes para ser más competitivas a nivel mundial, queda claro el papel clave que la iniciativa privada tendrá en el futuro de la nanotecnología. Pero para que eso ocurra, una revolución educativa deberá primero ocurrir y tanto la sociedad en general, como su clase política y empresarial deberán cambiar su manera tradicional de considerar a la ciencia como un “gasto inútil” (y casi decorativo) a una inversión de mediano a largo plazo que puede darles, eso sí, dividendos muy atractivos.
De esta manera, tal vez el futuro del joven Emiliano esté en manos de otros jóvenes empresarios e inversionistas que vean de manera distinta a la ciencia y la tecnología en la escala nanométrica. Quizá inicien patrocinándole a Emiliano una beca de estudios en alguna institución mexicana o extranjera donde se profesionalice en todas estas ideas de la nanotecnología (en México ya hay seis instituciones de educación superior ofreciendo una licenciatura en el área), para luego apoyarlo en su especialización en un posgrado en el extranjero, con la promesa de contratarlo a su regreso para iniciar un proyecto vinculado con su empresa, centrado en nuevas tecnologías, derivado de la investigación básica y aplicada.
Promete mucho, creo yo, aprender a pensar diferente. Nos promete un futuro distinto. Mejor.
*Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, profesor e investigador del Departamento de Ciencias Químico-Biológicas de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP) y coordinador del programa de Nanotecnología en la institución · [email protected]