El prohibicionismo en su esplendor

(Extractos de la Historia de las drogas de Antonio Escohotado)

El movimiento prohibicionista, dividido durante el siglo XIX en multitud de sectas no siempre coordinadas a la hora de la acción, entra en el siglo XX en plena autoconciencia. La meta es volver ilegal todo lo que se considere “apetito antinatural” y por ello se entiende la ebriedad en cualquiera de sus formas.

Los cambios legislativos que atienden a las demandas prohibicionistas ocurren a principios del siglo XX, cuando los lÍderes de médicos y boticarios establecen un pacto con los lÍderes prohibicionistas. Las condiciones del pacto fueron simples: los médicos podían seguir recetando bebidas alcohólicas como parte de sus tratamientos y obtendrían un sistema de rigurosa exclusiva para la cocaína, opiáceos y cualquier otra droga merecedora –a su juicio– de control.

A cambio, apoyarían los postulados básicos del prohibicionismo planteando el consumo de psicofármacos como una epidemia súbita y virulenta, extraña a la esencia americana y sanable rápidamente con la aplicación de adecuadas medidas de fuerza. El pleno de la corporación farmacéutica declara que “Las drogas pueden destruir el alma” (1903) y el pleno de la corporación médica alude al “Diabólico comercio de drogas” (1919). A su vez la conciencia prohibicionista acepta que “El poder de los fármacos resulta divino, cuando sin intromisiones, son dispensados por terapeutas responsables”.

El uso de ciertas sustancias permite incluir a ciertos grupos sociales en determinadas categorías, justificando rasgos de perversidad o inconveniencia. De este modo cada droga va siendo considerada como peligrosa:

tratándose de alcohol el razonamiento identifica inicialmente a los irlandeses y más tarde a los italianos: son despreciables porque beben vino o licor, pero beben vino o licor porque son despreciables.

Con el opio sucede lo mismo, aunque ahora se trate de los chinos (que para los sindicatos tienen el vicio adicional de que trabajan más con salarios más bajos).

En el caso de la cocaína son los negros, que pretenden la igualdad de derechos con los blancos.

Con la marihuana serán los mexicanos, que plantean problemas similares a los de los otros grupos.

Drogas realmente demoledoras, como los barbitúricos, que consumen millones de personas, permanecen más de medio siglo como simples medicamentos porque no llegan a simbolizar grupos específicos que deban ser estigmatizados.

El International Reform Bureau, dirigido por el reverendo  W. S. Crafts, publicó en 1900 un texto titulado: “Bebidas y drogas intoxicantes, en todos los lugares y tiempos. Estudio actualizado sobre la incontinencia en todas las tierras y tiempos, basado en una recopilación de testimonios provenientes de cien misioneros y exploradores”, donde declara lo siguiente:

“No se han hecho preparativos para una celebración cristiana de los XIX siglos transcurridos. Ningún acto podría ser más adecuado al momento que la adopción –mediante una acción conjunta de las grandes naciones– de la nueva política civilizadora donde es pionera Gran Bretaña, una política de prohibición para las razas aborígenes, en interés del comercio tanto como de la conciencia… Nuestro objetivo, concebido más profundamente, es crear un medio más favorable para las razas pueriles que las naciones civilizadas están tratando de civilizar y cristianizar”.

(Antonio Escohotado, Historia de las drogas, Espasa, pp. 606, 610)