“El cura Hidalgo y sus amigos”

Paco Ignacio Taibo II tuvo la idea de reconstruir nuestro santoral laico, recuperar abuelitos alucinados en guerra de hombres libres, humanizar personajes, difundir rumores, contar anécdotas. Acercar el pasado para poderlo tocar. Van algunos ejemplos:

Molière. En el año de 1792 Miguel Hidalgo fue exiliado a Colima. Por liberal y mujeriego, dirían las malas lenguas. De ahí el cura llegó a San Felipe en 1793, en un segundo exilio, donde  creó un grupo de teatro de aficionados. Tradujo una de las obras prohibidas de Molière e invitó a Josefa Quintana como primera actriz, a la que finalmente conquistó y con la que tuvo dos hijos.

El Padre de la Patria no creía en los Reyes Magos. Personaje sorprendente, Hidalgo había pasado veintisiete años de su vida en las universidades católicas, las únicas existentes en el mundo novohispano. De la Real y Pontifica Universidad de México, decía que en ella había “una cuadrilla de ignorantes”. Sin embargo de ella sacó la capacidad de leer y escribir en italiano, francés, español y latín, a los que su experiencia vital había añadido el hablar otomí, náhuatl y tarasco.

La conspiración imposible. Los conspiradores de la independencia eran un grupo de hombres y mujeres con pocas artes en el asunto de conspirar, un grupo de confabulados amateurs, provincianos, que suplían con el ardor de las palabras, la fortaleza del verbo en las tertulias chocolateras, sus habilidades para preparar una revolución. De ese grupo contrastaba el infatigable Ignacio Allende, un oficial viudo y buen jinete de cuarenta y un años que había conectado y armado una red de militares subalternos y paisanos a lo largo de todo el centro del país.

Virgen contra virgen. Según las crónicas, en el camino a Guanajuato, iba adelante el lienzo de la virgen de Guadalupe portada por un grupo de indios; luego a caballo el generalísimo Hidalgo, Allende y su estado mayor; tras ellos la banda de los dragones de San Miguel tocando marchas. Hay una anécdota curiosa. En el camino a Guanajuato, Allende trató de hacer una descubierta de caballería para prever malos encuentros, pero los indios que iban adelante con el estandarte guadalupano y su eterno tamborilero al lado, le dijeron que la bandera primero, luego los indios que la custodiaban, luego el cura y luego los caballos, que nada de andarse adelantando. Le dijeron que se fuera al carajo. Hidalgo le aconsejó no meterse en líos con el nuevo orden de cosas.

Buscándole el rabo al demonio. Después de la toma de Guanajuato andaban por las calles algunos indios bajándole los pantalones a los realistas muertos. El objetivo no era robar a los gachupines difuntos,  sino averiguar si era cierto lo que se decía, que los defensores de Guanajuato eran demonios, porque sólo los diablos podían querer defender tanto abuso e injusticia y maldad pura, y la cosa era comprobable porque deberían tener rabo. Todavía estamos los mexicanos en esta danza macabra, buscando el rabo a los demonios.

Nota: Le sugiero no empezar a leer el libro al inicio de la noche; corre el peligro de no parar y amanecer muy desvelado.

Paco Ignacio Taibo II, El cura Hidalgo y sus amigos, 55 viñetas de la guerra de Independencia, Editorial Planeta (2011)