Siendo la producción nacional de energía superior al consumo, desde hace siete años la tasa de crecimiento de la generación de energía en México es inferior a la del consumo: a partir del año 2005 es decreciente la producción de energía, debido principalmente al agotamiento de los yacimientos de hidrocarburos. 93 por ciento del total de energía generada proviene de recursos no renovables (65 por ciento del petróleo, 24 por ciento de gas natural, 2 por ciento de núcleo energía y condensados, y 2 por ciento del carbón), sólo 7 por ciento procede de re-cursos renovables (incluye 4 por ciento de biomasa). El consumo de energía procedente de carbón fosilado genera altas emisiones de dióxido de carbón y es una de las principales causales del cambio climatológico, expresado como un aumento promedio de la temperatura del planeta que habitamos.
Tener rectoría estatal sobre la principal fuente energética es imprescindible en una estrategia de desarrollo incluyente: la renta petrolera debería servir para capitalizar al sector energético, ser autosuficientes en energía; fomentar la industria nativa y fondear el gasto social, como lo hacen Venezuela, Brasil y Argentina. Es inexplicable que los gobiernos panistas hayan renunciado a la transformación industrial del petróleo y hayan privilegiado la importación de gas y gasolina. Los precios internacionales del hidrocarburo han estado al alza en los dos últimos sexenios, y el excedente del ingreso petrolero no fue empleado para incrementar la inversión pública, tampoco para darle el mantenimiento adecuado a las empresas estatales energéticas ni buscar una mayor competitividad de la misma. Los hidrocarburos son recursos no renovables y las existencias probadas del mismo son decrecientes, cada vez está más cercano el agotamiento de los pozos, por lo que es necesario moderar tanto el ritmo de su extracción como la tasa de consumo energético, que actualmente es de 2 por ciento per cápita.
De la producción de energía primaria de fuentes renovables la más importante es la leña, la cual genera el 2.8 por ciento del total de energía; la geoenergía y la hidroenergía producen 1.6 y 1.4 por ciento, respectivamente; la procedente del bagazo es 1 por ciento, y la generación de energía eólica y solar es insignificante. Impulsar la generación de tecnologías de bajo impacto ambiental, entre ellas, geoenergía, eólica, solar y biomasa es también parte de la agenda nacional; la pertinencia de su producción debe estar en función del costo social asociado a su generación: no debe degradar el ambiente, poner en peligro la biodiversidad de la especie; sustraer alimentos o fincar su rentabilidad en la transferencia de subsidios. El esfuerzo de diversificación de fuentes alternas de energía será estéril si no hay cambios en el consumo y una producción de bienes y servicios que se sustente en la armonía con la naturaleza y no en su destrucción.