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“El general orejón ese”

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El privilegio de este libro es que fue censurado por Ernesto Zedillo cuando fue secretario de Educación Pública.

Porfirio Díaz comisionó a Mariano Escobedo para comunicarle al presidente Juárez que sin apoyo no iba a resistir en Oaxaca. Escobedo debía encontrar a Juárez a como diera lugar, pero Juárez está desterrado, derrotado, perseguido y perdido en algún lugar del norte del país.

Escobedo salió de Oaxaca a Chiapas, Tabasco y llegó a Nueva York sin hablar una sola palabra de inglés. De ahí a Washington, donde el embajador Matías Romero le regaló unas botas, una buena comida y la noticia de que todo el país había caído en manos imperiales. Y, que si Juárez resistía, no parecía dar para mucho.

Y en lugar de rendirse ante la evidencia de lo imposible, al borde de la locura y sin dinero, resolvió viajar a una región (Nuevo León y Coahuila) que estaba en manos de los franceses para levantarla en armas.

Después de cuatro meses de viajar por Nueva Orleans, Brazos, Brownsville y Davis (Texas), el 13 de enero 1865 conoció al general Francisco Naranjo y al coronel Nicolás Gorostieta, quien prisionero en el sitio de Puebla (1863) había hecho un camino más largo, mendigando su pasaje de España a Estados Unidos. ¡Y había realizado esta hazaña convaleciente de sus heridas de combate! Gorostieta, aunque débil por las heridas recibidas en Puebla, y por el tremendo viaje, estaba listo para empezar de nuevo.

Estos liberales formaron un nuevo ejército de tres hombres con tres revólveres. Para el 26 de febrero eran 26 hombres y con ellos atacaron Laredo. El 7 de marzo eran 37, y para finales del mismo mes ya eran 400, con los cuales atacaron Piedras Negras. Pero después de ser tomada se les acabó el parque y debieron retirarse entre maldiciones.

A estas alturas ya había aprendido una nueva guerra. No la batalla del 5 de mayo, no la del sitio de Puebla, no la de los ejércitos regulares. Una guerra de partidas, de guerrilleros, de combates rápidos. Una guerra que se libró no sólo contra traidores y los franceses, sino también contra el tiempo.

Mariano se había caracterizado en sus primeros años por su carácter turbulento, sus actitudes de campesino rico, derrochador y pendenciero, pero más loco que abusivo; hombre que se echaba al caballo por horas con tal de ir a una fiesta, que volvía en tal estado que era el caballo y no el jinete el que guiaba.

El joven Escobedo fue uno y el militar otro. Reunió a la horda del ejército chinaco, guerrilleros de todas las derrotas, y los llevó a Querétaro. Ciudadanos a caballo que se hicieron generales en la guerrilla y un general orejón que alguna vez se degradó voluntariamente a capitán porque sólo tenía 21 hombres a su mando y para la toma de Querétaro ya eran 22 mil.

Pero no eran gran cosa, decía, no había ningún genio de la estrategia. Ni napoleones, ni aníbales, ni césares… En sus vidas militares los chinacos habían cosechado siempre más derrotas que triunfos. Generales apaleados centenares de veces, no tenían mayor virtud que la persistencia: contra los gringos en 1847, contra Santa Ana en 1855, contra los mochos en 1858, contra los invasores desde 1861, en Acultzingo dos veces, en Tehuacán y en Oaxaca, en Santa Gertrudis, y Matamoros y Santa Isabel y Zacatecas, pero éstos eran los tuyos, y la gente se quitó el sombrero, y les tiró flores y las soldaduras les besaron el capote y les cantaron el corrido del sombrero jarano, el corrido de los chinacos.

Además, la batalla de Querétaro hubiera estado incompleta sin ellos y sin ti, mocha, mutilada; todos querían llegar para ver la definitiva, la última de todas las batallas.

Y el primero de marzo le escribiste a Juárez:

“Hoy he pasado revista en gran parada a todo el ejército, al frente del campo enemigo, que creyendo que íbamos a atacarlo ha estado todo el tiempo en la mayor alarma, y moviéndose constantemente para prepararse a la resistencia.”…

Yo sí quiero a Mariano Escobedo; me resulta entrañable, su apariencia de héroe despistado, general desgarbado y triste, niño crecido; es un general que no lo parece. Este libro debe ser leído como una novela de ciencia ficción con todas las distancias y precauciones.

*[email protected]

Paco Ignacio Taibo II,  “El general orejón ese” Ed. Planeta  2012.

 

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