“El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros.
“Su madre tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas. Pero no había advertido ningún augurio aciago en los sueños de su hijo que le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte, porque todos los sueños con pájaros son de buena salud.
“Desde que salió de su casa a las 6:05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después había estado de buen humor y le parecía que ese era un día hermoso. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo un denso olor a aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño.
“Había cumplido 21 años la última semana de enero, y era esbelto y pálido, y tenía los párpados árabes y los cabellos rizados de su padre.
“El día en que lo iban a matar, su madre creyó que él se había equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco. Nadie podía entender tantas coincidencias funestas. Como que Nasar salió de su casa por la puerta del frente que siempre permanecía cerrada y con tranca. Sin embargo, fue por ahí por donde esperaban a Santiago Nasar los hombres que lo iban a matar, y fue por allí por donde él salió a recibir al obispo, a pesar de que debía darle una vuelta completa a la casa para llegar al puerto.
“Alguien que nunca fue identificado había metido por debajo de la puerta un papel dentro de un sobre, en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y le revelaban además el lugar, y los motivos. El mensaje estaba en el suelo, pero él no o vio.
“Clotilde Armenta, la dueña de la tienda de leche vió a Santiago Nasar en el resplandor del alba, y tuvo la impresión de que estaba vestido de aluminio <<ya que parecía un fantasma>>
“Los gemelos que lo iban a matar lo habían esperado casi tres horas en al tienda de Clotilde Armenta. Ambos agarraron entonces el rollo de periódicos en que habían envuelto sus cuchillos.
—Por el amor de Dios —Murmuró Clotilde Armenta—. Déjenlo para después, aunque sea por respeto al señor obispo.
“Muchos de los que estaban en el puerto sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar. Ni don Lázaro Aponte ni el padre Carmen Amador se preocuparon. Pensaron <<que todo había sido un infundio.>> A todos les pareció imposible que no estuviera prevenido. La gente estaba demasiado excitada con la visita del obispo. Habían puesto a los enfermos acostados en los portales para que recibieran la medicina de Dios. Pero después de que el obispo pasó sin dejar su huella en la tierra se conoció la noticia completa y de un modo brutal: Ángela Vicario, la hermosa muchacha que se había casado el día anterior había sido devuelta a la casa de sus padres, porque el esposo encontró que no era virgen. Pero <<nadie podía explicarse cómo fue que el pobre Santiago Nasar terminó comprometido en semejante enredo.>> Lo único que se sabía con seguridad era Ángela Vicario se los había confesado a sus hermanos y que estos lo estaban esperando para matarlo.”
Gabriel García Márquez, 1981. Crónica de una Muerte Anunciada. México, Diana, 1981