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Jerarquizar la política social

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El pasado mes de julio se difundieron los resultados definitivos de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares 2014 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía y, el Informe de las Políticas de Desarrollo Social 2014 del Consejo Nacional de Evaluación de Políticas de Desarrollo Social. Ambas publicaciones confirman los magros resultados de la política económica neoliberal así como el incremento de la pobreza y la disminución del ingreso real durante la gestión de Enrique Peña Nieto.

La población en condiciones de pobreza en 2014 fue casi dos millones más que la registrada dos años antes y el ingreso promedio de los hogares disminuyó 3.5 por ciento entre ambos años. La distribución del ingreso fue regresiva: los que más ganan aumentaron su participación en respecto a los que menos tienen, a tal grado que el ingreso del 10 por ciento de los hogares más rico equivale al del 68 por ciento de los hogares más pobres. Tan magros resultados están vinculados a las políticas públicas: un crecimiento del producto económico apenas igual al de la población; un lento crecimiento del empleo, precarización salarial, abandono del estado de bienestar, una disminuida inversión pública y una deuda pública que ha crecido 15 puntos del Producto Interno Bruto (PIB) entre 2005 y 2015, dos terceras partes del incremento de la deuda (9 puntos del PIB) corresponde a la gestión de Enrique Peña Nieto.

Las políticas de desarrollo social no son prioridad de los gobiernos neoliberales, quienes han dejado a las fuerzas del mercado atender el estado de bienestar social y, en el mejor de los casos, la han reducido a programas asistenciales —discretos y temporales— de grupos vulnerables. Mejorar la calidad de vida de la población no es prioritario; a lo sumo, contener el crecimiento de la población en condiciones de pobreza extrema; las cruzadas contra el hambre son estrategias para eludir el pago de impuesto, ampliar el consumo interno de producto no nutritivos y manipular electores. Mermados los ingresos petroleros e incrementado el pago de los servicios de la deuda pública interna y externa, las partidas presupuestales destinadas a gasto social han disminuido y cada vez, una parte menor del mismo es percibida por la población objetivo; la administración de programas sociales y los moches y corruptelas se quedan con la mayor parte del exiguo gasto social.

La economía mundial crece a tasas menores a las del fin del milenio y el precio de las materias primas y energéticos se ha contraído; el financiamiento internacional además de usura exige abatir costos salariales y rematar el patrimonio nacional, lo que ha generado deterioros masivos e intensos de la calidad de vida, deudas públicas impagables (175 por ciento del PIB en Grecia), pérdida de legitimidad institucional, crisis de gobernabilidad y masivas protestas sociales. No son tiempos de altas y prolongadas tasas de crecimiento económico, mucho menos, si se privilegian políticas contracciones a través de la disminución del gasto público y pérdida de masa salarial y poder adquisitivo. Más importante que crecer es la redefinición del objetivo, del propósito de la acción y en ello la pobreza y la desigualdad social son prioritarias, como también lo es el papel del banco central como promotor y garante del crecimiento.

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