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Nuestras primeras selvas tropicales datan de hace 73 millones de años

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Desde el inicio de la civilización los fósiles siempre han atraído la atención por sus propiedades naturales, formas, tamaños, belleza, etcétera. En algunas civilizaciones formaron parte de sus bienes culturales para el comercio o intercambio de diferentes recursos. Además de estos usos, los fósiles nos proporcionan otro tipo de información directa de nuestro pasado geológico; con ellos hemos podido entender los cambios que han sufrido las masas continentales desde hace millones de años, así como los cambios climáticos, además de conocer el origen de los bosques, selvas y desiertos.

Selvas tropicales del Cretácico. Imagen tomada de http://www.livescience.com/38596- mesozoic-era.html
Selvas tropicales del Cretácico. Imagen tomada de http://www.livescience.com/38596- mesozoic-era.html

México no está exento de la presencia de restos fósiles, sino todo lo contrario: se pueden encontrar en varias zonas de nuestro país. Podemos citar algunas famosas localidades en donde se han encontrado una diversidad de peces fósiles como en la cantera de Tlayúa, en Tepexi de Rodríguez, Puebla, o de dinosaurios encontrados en varias localidades de Sonora, Chihuahua y Coahuila. Los más comunes son los fósiles marinos como conchas de bivalvos, ostiones, galletas de mar, etcétera; menos comunes pero no dejan de ser importantes, las plantas fósiles. Gracias a los fósiles, hemos podido comprender mejor el pasado y evolución de la flora y fauna de nuestro país. Como es bien sabido, México es uno de los países con mayor diversidad biológica en el mundo, en particular las plantas con flor o angiospermas, hasta el momento se han descrito más de 23 mil especies [1] y cada día esta cifra va en aumento, concentrándose la mayor distribución de especies en las selvas tropicales como los Tuxtlas, Veracruz o la Selva Lacandona en Chiapas.

Con respecto a las selvas tropicales, las cuales contienen una diversidad de formas de vida única que no se encuentran en otro tipo de ambientes, podemos preguntarnos ¿Desde cuándo han existido las selvas tropicales en nuestro país? ¿Tienen un origen reciente o de hace millones de años?. Para darnos una respuesta a estas preguntas, la ciencia conocida como paleontología y en particular la paleobotánica, encargada de estudiar las plantas fósiles, nos abre una ventana hacia el pasado para entender lo que ha sucedido con estas selvas desde hace mucho tiempo, y es a través del registro fósil que nos provee de varias pistas, así como las adaptaciones estructurales, morfológicas y/o anatómicas que han sufrido los organismos a través de su vida evolutiva. Por lo que, la presencia y estudio de las plantas fósiles es vital para entender la vida del pasado de un sitio o región.

Una de las regiones más prominentes con plantas fósiles es el norte de México, en ella se localizan varias localidades con organismos de hace millones de años, en particular del periodo y época del Cretácico Superior (aproximadamente 96 a 65.5 millones de años). Esta región del país se caracterizó por ocupar paleolatitudes más altas desde 30° a 85°N, además de la presencia de un mar, conocido como Mar Epicontinental que cubría gran parte del noreste de México, extendiéndose a lo largo de la costa que dividía toda la frontera de Coahuila, Tamaulipas y Nuevo México con Texas-Luisiana y hasta el Océano Ártico. Los estados de Chihuahua y Coahuila presentaban diferentes hábitats: sistemas fluviales y deltaicos como planicies de inundación, lagunas, pantanos, etcétera [2]. En los últimos 30 años se ha generado gran información del registro fósil de plantas de esta parte de México, que ha permitido proponer nuevas hipótesis sobre la vegetación y el paleoclima dominante durante el Cretácico Superior. Se han hecho una serie de estudios que apoyan la existencia de un clima de tipo tropical, con presencia de selvas tropicales y paratropicales parecidas a las actuales [2,3].

En Chihuahua, cerca del municipio de Juan Aldama, se encuentran los sedimentos de la Formación San Carlos (75 millones de años), en ella se han recolectado varios tipos de maderas permineralizadas principalmente de gimnospermas y en menor proporción de angiospermas. Entre ellas se ha logrado identificar plantas relacionadas con Arecaceae (familia de las palmas), Lauraceae (familia del aguacate) y Malvaceae (familia del algodón). La ausencia de anillos de crecimiento en las maderas de dicotiledóneas y pocas especies de coníferas, así como la presencia de palmeras, sugiere que la flora de esta formación creció bajo un clima tropical [2].

Por otra parte, en el área de la Región Carbonífera (Sabinas-Múzquiz), Coahuila, en los sedimentos de la Formación Olmos, hace 73 millones de años se desarrolló un sistema deltaico/fluvial, representado por una diversidad de formas de vida similar a las que se encuentran en las actuales selvas tropicales. Además, hubo una variedad de sub-ambientes como zonas pantanosas, ambientes de planicies de inundación y/o lagunares. La zona fluvial fue representada por ríos trenzados, y sub-ambientes con ríos meándricos, en los que se ha recolectado una diversidad de maderas fósiles. Las hojas que se han recolectado en las planicies de inundación, representan una variedad impresionante de formas y tamaños, hasta el momento excede los 80 morfotipos, principalmente de angiospermas y en menor medida por gimnospermas. Entre éstas, se encuentran hojas relacionadas con Arecaceae (familia de las palmas), Araceae (familia del alcatraz), Euphorbiaceae (familia de la noche buena), Nelumbonacae (familia del loto), Menispermaceae, Magno-liaceae (familia de las magnolias), Fagaceae (familia del encino), Rhamna-ceae, Lauraceae (familia del aguacate), y otras formas que hasta el momento no se han descrito o se encuentran bajo estudio.

Más de 70 por ciento de las hojas presentan margen entero, 30 por ciento son de clase mesófila (más de 5 cm de largo), y al menos 50 por ciento presentan punta de goteo (largos ápices), todas estas características son comunes en selvas tropicales. Con base en maderas de angiospermas, se ha descrito miembros de Arecaceae (familia de las palmas), Fagaceae (familia del encino), Cornaceae (familia del cornejo), Malvaceae (familia del algodón), Lauraceae (familia del aguacate), Anacardiaceae/Burseraceae (familia del mango y palo mulato), Ericales y Metcalfeoxylon, en particular, esta última madera, representa un género extinto; que se ha recolectado en otras localidades del centro-sur de Estados Unidos. Además, se han descrito helechos acuáticos y diversas coníferas. Muchos de los miembros existentes de estas familias actualmente crecen en zonas tropicales. La selva tropical que se desarrolló en Coahuila presentó partes en donde la entrada de luz fue constante como lo sugiere la presencia de Nelumbonaceae (familia del loto) y Salvinaceae (helecho acuático). Los árboles más largos (hasta 50 m) estuvieron representados por coníferas, características que actualmente no se presenta en las selvas tropicales actuales pero que fue común en bosques del Cretácico Superior.

En el estado de Chihuahua y  Coahuila hace 73 millones de años como lo atestiguan los restos de plantas fósiles crecieron selvas tropicales, en particular la de Coahuila, los datos sugieren que fue la más húmeda y diversa comparada con las demás floras del Western Interior del centro-sur de EUA. Los resultados que se han obtenido en estas dos áreas son de suma importancia ya que los estudios previos sugerían que las selvas tropicales dominadas por angiospermas tuvieron un origen y una distribución amplia durante el Cenozoico (45 millones de años).

 

 

Literatura citada

 

[1] Villaseñor, J.L. y Ortiz, E. 2014. Biodiversidad de las plantas con flores (División Magnoliophyta) en México. Revista Mexicana de Biodiversidad 85: S134-S142.

 

[2] Estrada-Ruiz, E., Martínez-Cabrera, H.I., Callejas-Moreno, J. y Upchurch, G.R. 2013. Floras cretácicas del norte de México y su relación con floras del Western Interior de América del Norte. Polibotánica 36: 41-61.

 

[3] Weber, R. 1972. La vegetación maestrichtiana de la Formación Olmos de Coahuila, México. Boletín de la Sociedad Geológica Mexicana 33: 5-19.

 

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