Nuestro primer refugio está construido en buena parte con el lenguaje que heredamos.
Jesús Ballaz y Francisco Rincón
Daniel Defoe, el autor de la clásica novela Robinson Crusoe, fue periodista, empresario fracasado de negocios insólitos, recaudador de impuestos, agente de inteligencia, escritor de libros de autoayuda, dos veces declarado en banca rota, cinco veces preso… a los 58 años decidió escribir una novela y se convirtió, para muchos, en el padre de los novelistas ingleses. Defoe es un ejemplo de que una persona puede reinventar su vida con muy poco. Los miembros del CPL no somos empresarios, ni agentes de inteligencia, pero sí buscadores de historias, cazadores de lectores y escapistas de crisis financieras.
Como Defoe, la biblioteca del Consejo Puebla de Lectura se reinventa, con pocos recursos, con una realidad del país absolutamente desfavorable —no solo en materia cultural, sino también por las condiciones sociales—, la biblioteca vuelve a abrir sus puertas después de dos años de haber interrumpido la labor de formación de lectores que, durante una década, llevó a cabo en el barrio más antiguo de Puebla: El Alto.
Obvio es que una biblioteca, de esas de libros de papel, una biblioteca de barrio, requería un espacio, los libros necesitan un espacio físico para ocupar, un lugar que los albergue y los refugie de la lluvia y el polvo; pero también un lugar para que puedan encontrar a los lectores que harán, con sus palabras, el detonador de experiencias de lectura. Sin un espacio no hay biblioteca, puede haber actividades sueltas, trabajos virtuales, pero una biblioteca con un trabajo constante y regular —indispensable para pensar procesos de lectura—, que concentre a los lectores, que ofrezca relaciones de mediación, sin el espacio físico para el acervo es impensable. Llegamos a tener 18 mil libros y más de mil usuarios credencializados. A pesar de esas cifras alentadoras nos quedamos sin espacio, porque las tendencias en el estado y en el país llevan a cerrar bibliotecas y a abrir más oficinas de gobierno.
Por esta carencia, el Consejo Puebla de Lectura tuvo que pasar por dos años sin un lugar para sus libros. Algunos quedaron guardados en cajas, distribuidos en casas de los miembros de la asociación, familiares y amigos; otros fueron donados a bibliotecas y salas de lectura; otros, los menos, siguieron moviéndose en talleres, festivales y ferias.
Hoy, a comienzos de 2017, podemos imaginar, por fin, cómo será el lugar que albergue nuestra nueva biblioteca, ya hay un domicilio, un espacio físico que poco a poco va cambiando de forma, va dejando de ser paulatinamente una vieja casa en ruinas para ser una biblioteca pública; dejó el azul celeste desteñido, pasó al gris de la obra negra hasta llenarse de colores y de texturas; se descubrió la piedra que por años estuvo cubierta por cemento; la casa comenzó a tener vida de nuevo, a mostrarnos su interior y a esperar una nueva etapa, una nueva historia.
Aunque sólo hay una cuadra de distancia entre la biblioteca anterior y la nueva, la realidad es muy distinta, como si habláramos de dos ciudades diferentes o dos barrios geográficamente alejados, pero es simplemente una manzana de distancia, en el mismo barrio, y las necesidades y las condiciones son otras —ya son dos tinacos y muchas herramientas que perdimos en los seis robos nocturnos que ha sufrido la nueva casa.
La biblioteca anterior estaba ubicada en una calle de hospitales, casas habitación y una iglesia. Ésta, la que pronto abriremos, está ubicada entre vecindades. La anterior contaba con muchos usuarios de las escuelas aledañas, pero también con muchos que venían desde otras zonas de la ciudad. Aquí el reto será crear realmente una biblioteca del barrio, donde los vecinos se apropien de ella, como parte de su entorno. Y para que esto ocurra seremos constantes e incluyentes. Saldremos al barrio para contar y mostrar qué pueden encontrar en la biblioteca. Construiremos un camino de libros que los lleve a ella, como hizo Hansel con las piedras para volver a casa.
En un tiempo donde se cierran bibliotecas públicas (Puebla es un ejemplo tangible de ello), donde se habla de la muerte del libro en papel; donde se dice que los niños y los jóvenes, esos nativos de la tecnología, ya no se interesan por las historias; donde las visiones más pragmáticas de ver la vida —en muchos casos, las más poderosas—, creen que la ficción es pérdida de tiempo; la biblioteca del Consejo Puebla de Lectura insiste, se reinventa, quizá como los salmones que vuelven al origen, como plantea Eduardo Galeano (20041), “guiados por alguna brújula secreta, nadan a contracorriente, sin detenerse nunca” (p.82).
Reabriremos en marzo de este año un espacio para el barrio de El Alto, pero también para otros barrios; para los bebés y su inauguración en el mundo de la palabra escrita; para generar encuentros gratos entre niños, jóvenes y la lectura; para que los adultos encuentren historias donde puedan reflejarse o donde puedan conocer otras realidades posibles. Un espacio de encuentro con otros. La francesa Lydie Salvayre (20072) menciona: “Lo que más me conmueve de los jóvenes es que no tienen palabras, es terrible; no saben poner palabras a su desamparo”. Y pensamos no solo en los jóvenes, sino en todos, en cualquiera, no es fácil poner nombre a eso que nos pasa, a eso que sentimos, no es fácil nombrar un mundo simbólico que tenemos dentro, y los libros, sin duda, nos dan herramientas para nombrarlo y para enfrentar un mundo de palabras. Por ello la importancia de las bibliotecas, no son sólo lugares que resguardan libros, son espacios donde se genera la palabra, el habla, la convivencia, y eso tendría que ser una prioridad. Pensamos la lectura y los libros como un intermediario para conseguir, provocar, posibilitar otras realidades, otras alternativas a las que se tiene hoy en día.
La biblioteca del Consejo Puebla de Lectura ofrecerá nuevamente préstamo a domicilio, sesiones de bebeteca, talleres de promoción de lectura y divulgación científica para niños; círculos de lectura, cursos y talleres para padres, docentes, mediadores, bibliotecarios y público general interesado en la palabra escrita y su relación con las personas. Creemos que la lectura es un derecho, y todos tienen derecho a ese refugio de palabras, que nos nombra, nos cobija, donde podemos imaginar, soñar, pensar, reflexionar. Y para poder ejercer ese derecho se requiere de las herramientas para acceder a ella; se necesita entornos adecuados y materiales diversos; asimismo, se precisa de los mediadores, esos puentes sólidos, para llegar a los libros. Todo ello, acompañado de actividades lúdicas, asesorías y un trabajo constante, que ofreceremos nuevamente en El Alto.
En la 14 norte 1802, en la esquina que hoy ya cuenta con un mural de huehues y diablitos, ahí estaremos, ocuparemos las banquetas, entraremos a las vecindades, volveremos a hacer ruido en las escuelas, para que todo el barrio sepa que la biblioteca ha vuelto y que espera a los viejos y asiduos lectores, pero también a quienes nunca han pisado una biblioteca; a quienes conocen autores y a quienes no sabrían qué buscar en ella; a familias, a individuos solitarios, a grupos escolares, a estudiantes, a desempleados, a amas de casa, todas y todos podrán encontrar un libro, una historia que les diga, en secreto, que la lectura no es para unos cuantos.
El tiempo ha transcurrido, y los salmones ya no son los que eran. (…) Los salmones han cambiado y su lugar también ha cambiado. Pero ellos llevan millones de años creyendo que el regreso existe, y que no mienten los pasajes de ida y vuelta (Galeano, op. cit.).
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Referencias
1 Galeano, E. (2004). Las bocas del tiempo. Buenos Aires: Siglo XXI.
2 Salvayre, L. (29 de diciembre de 2007). Entrevista: Almuerzo con… Lydie Salvayre. El país. Recuperado de: http://elpais.com/diario/2007/12/29/ultima/1198882802_850215.html