No es posible saber realmente si fue en el Renacimiento cuando se produjo un cambio determinante hacia la concepción de la medicina como ciencia, o si solamente fue un periodo en el que la revolución y renovación de las ideas tradicionales, fue derivando al concepto científico que se prolongaría hasta estas fechas. De lo que sí podemos estar seguros es del hecho de que las transformaciones que se dieron en el ámbito social, económico y político provocaron una evolución en la que los individuos estuvieron conscientes de que vivían una nueva época.
Se volvieron a retomar los clásicos griegos y latinos, lo que dio lugar al nombre del Renacimiento. El invento de la imprenta condicionó una impresionante difusión de la información, lo que aunado al impulso del comercio e intercambio de productos entre Oriente y Occidente, permitió el auge de ciudades, sobre todo en el norte de Italia, con una expansión de la economía artesanal y mercantil. Florecieron universidades y se le dio prioridad al conocimiento, sobre todo al recibir una gran cantidad de griegos que abandonaron Constantinopla, tras su caída en poder de los turcos, en 1453.
Se desarrollaron la Astronomía, la Química, las Matemáticas, la Ingeniería, la Arquitectura, todas las artes y por supuesto, la Medicina. Se dio un impulso sin precedentes a la Anatomía, constituyendo un verdadero motor de la medicina en general y de la cirugía, en particular. Resalta Leonardo da Vinci (1452–1519) como un emblema en el conocimiento del cuerpo humano. En una obra verdaderamente majestuosa llamada Manuscrito Anatómico A (1510–1511), con impresionantes grabados orientados principalmente al estudio de huesos y músculos, pudo plantearse un intento por comprender el funcionamiento del ser humano. En 1513 llevó a cabo investigaciones anatómicas en el Hospital del Espíritu Santo de Roma, pero tuvo que renunciar pues dos años después, fue acusado de llevar a cabo prácticas impías y sacrílegas, por el pontífice León X, quien le prohibió la entrada al hospital. Para ese entonces, ya tenía proyectado un tratado de Anatomía (Il libro dell ́Anatomia), pero la mayor parte de ese hermoso trabajo, por las razones antes expuestas, desgraciadamente se perdió. Esto condicionó que muy pocos conocieran esta extraordinaria faceta de investigador dentro del área médica.
Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, mejor conocido como Paracelso (1493–1541), fue un médico, alquimista y astrólogo suizo. Escribió, dentro de varias obras, un tratado llamado Opera Omnia Médico-Chemico-Chiriugica y uno de cirugía titulado Magna Chirurgia. Planteó la mínima intervención en la solución de heridas, luxaciones y fracturas, privilegiando la acción de lo natural.
Pero el mejor anatomista de todos los tiempos indudablemente fue Andries van Wesel. Mejor conocido como Andreas Vesalius o Andrés Vesalio (1514–1564) quien elaboró una de las más grandes obras maestras de la cultura occidental con su De humani corporis fabrica, que son una serie extraordinaria de láminas con representaciones anatómicas que no solamente se ajustan a la realidad, sino que representan en una forma plenamente artística, las características del cuerpo humano.
Otros autores sobresalientes en la evolución del conocimiento médico anatómico fueron Carolus Stephanus o Charles Estienne (1504–1564); Bartolomeo Eustachio o Eustachi, mejor conocido como Eustaquio (1510–1574) y Jean Fernel (1497–1558).
Pero fue Ambrosio Paré (1510–1590) la figura protagonista de la medicina quirúrgica del siglo XVI. Publicó una colosal obra de cirugía: Dix Livres de la Chirurgie que estaba constituida en su primera parte por descripciones de anatomía con fisiología y la segunda, de cirugía. Describió técnicas, como el uso de torniquetes y ligaduras de grandes vasos en las amputaciones y puntualizó los objetivos de los procedimientos quirúrgicos expresando que “la cirugía tiene cinco funciones: eliminar lo superfluo, restaurar lo que se ha dislocado, separar lo que se ha unido, reunir lo que se ha dividido y reparar los defectos de la naturaleza”. Expresó que el lavado era fundamental en el tratamiento de las heridas por arma de fuego explicando: “no puedo decir por qué razón, pero creo que uno de los principales medios para curar las heridas es conservarlas bien limpias”.
Así, la cirugía evolucionó en una forma sin precedentes. Estando en manos de los barberos en plena Edad Media, gradualmente prosperó en el conocimiento teórico práctico, dando lugar a los cirujanos (con conocimientos basados en la instrucción y el conocimiento basado en el estudio), mientras que los barberos no eran otra cosa más que curanderos ambulantes.
Las observaciones, las prácticas y las investigaciones le imprimieron a la medicina occidental una vitalidad que ya no se detendría y aunque en algunos aspectos permaneció una especie de fidelidad a tradiciones antiguas, en efecto se creó un sistema médico lo suficientemente flexible como para aceptar nuevas teorías, enriqueciendo postulados generados en el pasado que si bien en muchos de los casos tenían errores, indudablemente contribuyeron a que se pudiese aspirar a mejorar la calidad y la expectativa de vida.
Actualmente es indudable que la medicina científica marca lineamientos que se han reflejado en el control de muchas enfermedades. No se puede afirmar que es ideal, pues evidentemente adolece de errores y no es perfecta; sin embargo, bien aplicada, nos brinda un buen margen de confianza de que funciona aceptablemente bien.
Pero por esta mínima frontera de error, proliferan charlatanes que ofrecen curaciones rápidas, milagrosas, planteando soluciones a enfermedades en las que ya se han desahuciado a pacientes, con promesas de elaboraciones 100 por ciento naturales, promoviendo testimonios falsos, recurriendo a creencias religiosas, mezclando fantasías con conocimientos científicos y aprovechando la desesperación de la gente que padece de alguna enfermedad y en quienes la decepción, surge la postura de que nada se pierde con probar.
Necesitamos establecer una lucha en contra del empirismo y la charlatanería; sin embargo, en México se recortan los recursos orientados a impulsar la ciencia. Esto representa una verdadera catástrofe, pero más trágico es que la desastrosa clase política, lejos de disminuir su gasto, no solamente lo incrementa sino que en actos de corrupción increíbles por su irracionalidad, ya han terminado por agotar al país en todos los sentidos.
Ante esto no hay nada más que proponer un cambio radical orientado a construir un país con políticos sensibles, educados, conscientes e incorruptibles. De otra manera, estaremos retrocediendo más allá del Renacimiento, viviendo una edad media con un feudalismo sutil y disfrazado, pero tendiente al esclavismo laboral.