Después de la pandemia: ¿prosperidad sin crecimiento?

Mucho se ha reflexionado sobre lo que vendrá después de la pandemia por Covid-19. Muchas de las voces y opiniones apuntan a que el escenario será apocalíptico, amenazador para la clase trabajadora, especialmente si este tipo de situaciones se vuelve a repetir en un futuro cercano por fenómenos similares, y con ello se colme la tolerancia de los empresarios y de los gobiernos capitalistas que han aceptado de mala gana dejar de obtener grandes dividendos a los que están acostumbrados por detener la producción, disminuir el consumo y ¡horror!, enviar a sus trabajadores a sus casas obligatoriamente con sueldos. Estas perspectivas señalan implícitamente que la crisis traería como consecuencia un mayor apego al mundo capitalista, el ultra consumismo y el impulso a agotar nuestros recursos antes de que otros se los acaben o saqueen.

Algunas voces difieren, y aunque parecen más una plegaria colectiva que viene principalmente desde la izquierda de todas las naciones, consideran que tenemos un atisbo esperanzador de mejora civilizatoria, una vez que hayamos superado la crisis sanitaria y hayamos puesto todas nuestras ideas y nuestras experiencias en orden. El que suscribe forma parte de este grupo.

Y es que a pesar de la terrible caída de las economías de las naciones, emblemáticamente representado por la caída los precios del petróleo, que el 19 de abril tuvo su jornada más dramática y nunca antes vista al haber caído el barril de referencia en EU (el West Texas Intermediate) a -37.63 dólares por la obvia baja en la demanda internacional, situación previamente anunciada el 9 de abril cuando hubo el altercado de OPEP y no-OPEP (donde nuestro país fue tema central de esa discusión por las negociaciones para bajar la producción como medida para aminorar la inminente caída de los precios), y de que en nuestro país existe una terrible situación de muchas personas que trabajan de manera informal o sin seguridad social (México tiene 57.7 millones de personas de 15 años y más de la Población Económicamente Activa reportados oficialmente este año), la marcha de la sociedad con una baja considerable en el  consumo energético basado en combustibles fósiles, nos puede indicar que lo que durante décadas negaban los negacionistas (valga la redundancia) de que nuestra civilización desde este siglo XXI puede marchar en sus economías y en un estilo de vida digno y confortable sin alto consumo carbónico. Y esto es una gran enseñanza desde este modesto punto de vista.

¿De qué estamos hablando? Quizás algunos estén pensando que lo que observamos en realidad es una mayor pobreza, desempleo y catástrofes sociales y económicas de todo tipo. La intolerancia, la mezquindad y la discriminación se ha exacerbado en estos tiempos de pandemia, y lo único que podría salvarnos y regresarnos a la “normalidad” es volver a activar la gran producción, generar millones de empleos, trabajar más y así incrementar el gran consumo. Que “esta es la gran oportunidad de hacer negocios adaptándose a las nuevas situaciones” —vociferan sin descanso en los medios de comunicación—, y con esta fórmula no volver a temer los sinsabores del desempleo, de la quiebra de negocios y la carencia de artículos de primera necesidad.

Pero no, no es eso de lo que estamos hablando, porque sigue siendo la misma gran falacia, la misma mentira del capitalismo, que en buena medida nos ha llevado a crisis como la que estamos viviendo. Sí, si hablamos de la desaparición de los estereotipos de estilo de vida que ha impuesto el capitalismo. Y sí, hablamos en particular de la necesaria disminución del estilo de vida de los más ricos y poderosos de cada país. Ha llegado la honesta y legítima oportunidad de decir basta a ese estilo de vida derrochador y hasta voraz, y reordenar todas las economías para que se destinen más recursos a las tecnologías y sistemas de bajo consumo de carbono, incluida la agricultura, la cual ahora le debe quedar más claro a todos que debe transitar hacia la Agroecología, y traspasar los conceptos de Agricultura verde y Agricultura Orgánica, que no eran más que otra forma de hacer grandes negocios, pero continuando consumiendo grandes cantidades de energía fósil.

Implica también considerar en serio el avanzar hacia la reducción de las jornadas laborales formales en días y en horas de trabajo, para que a la par que detenemos la gran producción, garanticemos que todos los seres humanos tengan un trabajo que les permita un mínimo de vida digno, y puedan dedicarse a actividades de bajo consumo de carbono, como lo hemos observado en estos días de contingencia y encierro, donde muchos están haciendo cosas interesantes para enfrentar el estrés del confinamiento, y que no solo son benéficas para la salud mental y física, como la horticultura, la jardinería y la producción de alimentos sanos, sino que nos permiten visualizar el sueño acariciado durante décadas de ser soberanos en alimentos, que como hemos visto es lo más básico para enfrentar todo tipo de crisis.

Si lográramos esto después de aquilatar las experiencias por la crisis del Covid-19, avanzaríamos hacia una sociedad más segura, ciertamente, porque no tendríamos el riesgo de hambrunas y sus secuelas de violencia y delincuencia, pero también hacia una sociedad más justa y más estable ante la inminente e inevitable aparición de nuevas amenazas sanitarias, y otras que sin duda serán derivadas de la voraz sociedad capitalista que hemos construido y del impacto que ésta ha tenido en el medio ambiente.

Recapitulando, hay que insistir en que esta crisis nos ha dado la pauta para observar objetiva y empíricamente algo que de ninguna otra manera se podría haber hecho, y es que podemos como sociedad global bajar las emisiones de gases de efecto invernadero que ha puesto en jaque la humanidad y a la biodiversidad y agrobiodiversidad por el calentamiento global. Después de décadas de intentar que los gobiernos de países como China, EU y otras grandes economías, aceptaran reducir sus emisiones a como fue acordado en el Protocolo de Kyoto en 1997 de al menos un 5 por ciento de las emisiones de estos gases entre 2008 y 2012 en comparación con las emisiones de 1990, y que no fue posible por oposición de los negacionistas y de todos los intereses del capitalismo. Sabemos que es una baja temporal, como han señalado diversos organismos internacionales como la Organización Meteorológica Mundial (OMM) que ya ha hecho algunas estimaciones en las grandes ciudades donde se está presentando con mayor fuerza la pandemia, e incluso, una vez superada la crisis, sean mucho mayores las emisiones (todos querremos salir con prisa por nuestra tajada de energía que no pudimos consumir, viajando, comiendo, comprando).

A pesar de lo anterior, ahora queda más claro que no solo es posible, sino en las condiciones actuales es moralmente y políticamente exigible. México que por el momento está luchando por recuperar sus recursos energéticos que fueron saqueados por la corrupción y el despilfarro de los gobiernos neoliberales anteriores, debería ya poner en serio en su agenda política el transitar hacia esta nueva y posible realidad que se nos presenta, una nueva prosperidad que no implique crecimiento económico desmedido y voraz, dando los pasos necesarios para desligarnos de las fuentes de energía fósil, y de paso desvincularnos de las grandes naciones capitalistas, como Estados Unidos, donde se ve más lejana esta posibilidad, por el momento.

 

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