Las niñas y los niños pequeños necesitan historias, necesitan cerca adultos que les cuenten historias, y los adultos necesitan libros para contarlas. En este periodo de encierro he podido constatar que los libros se convierten para los niños en objetos que están ahí para recordarles que los adultos pasan momentos con ellos y que lo que cuentan esos libros les ofrecen caminos y recursos para lidiar con los temores de la incertidumbre y de los cambios que ha acarreado este aislamiento. Voy a contarles aquí de dos niños lectores que han intensificado esta actividad en el encierro.
La lectura en la infancia es, a diferencia de la lectura adulta, acompañada. Los encuentros que las familias y los adultos que apoyan tareas de crianza tienen con los niños a través de las historias en los libros son bien distintos de los que tienen sin esas historias cuya escritura nos permite contarlas siempre igual. Los buenos libros nos ofrecen historias muy bien contadas y estos discursos, a diferencia de las conversaciones interrumpidas y las enunciaciones frecuentemente deshilvanadas de la vida cotidiana, son discursos estructurados que les ofrecen a los lectores variadas historias con las exigencias literarias de inicio-desarrollo-nudo y desenlace feliz.
Estoy en contacto virtual regular con una niña de seis años que es una gran lectora autónoma y que se alfabetizó leyendo regularmente desde que era bebé, y con un niño pequeño de un año y tres meses que es también un gran lector. Para ambos el tiempo que los adultos les dedican a leer cada día es “natural”. Ambos cuentan con una colección nutrida de libros y ambos disfrutan la relectura de algunos de esos libros; sus preferidos van cambiando de semana en semana y sus reencuentros con los que quedaron al fondo del canasto son gozosos.
En los meses previos a la cuarentena, ella leía en voz alta muy lentamente y su dedicación intensiva a la lectura en este periodo le ha hecho mejorar mucho su dicción. Frecuentemente me llama por teléfono para leerme algo en voz alta, me devuelve el tiempo de lectura que yo tuve antes para ella y me sabe cómplice de esta adicción. La reina de corazones o el cantar de los calzones (**) fue su último regalo, con una carcajada al leerme la nota que le envían los hombretones a la reina: Majestad, complicación: No encontramos sus calzones.
En nuestros encuentros lectores a través de la pantalla él me muestra los libros que va sacando del canasto y cómo los lleva a su madre para que se los lea. Hemos hecho experimentos de lectura, como ser yo quien del otro lado de la pantalla le lee en voz alta el mismo libro que la madre tiene en sus manos mientras va pasando las páginas siguiendo mi voz, y a él le parece perfectamente aceptable esta nueva composición de lectura: yo, ellos dos y el libro.
Disfrutando a esos dos lectores me preguntaba si sería posible generar esta disposición lectora en línea, y me he contestado que resultaría difícil, tendría que probarlo para saber cómo funciona. Al pensar en hacer este experimento me he puesto a enumerar las actividades y decisiones que estuvieron antes y que hicieron que niña y niño tuvieran, desde que aprendieron a desplazarse con autonomía, un gran control sobre su entorno lector, sobre el comportamiento de sus lectores y sobre sus elecciones.
Sobre el entorno. No puede haber lectura si no hay libros, las colecciones de libros de estos lectores están disponibles en contenedores de fácil acceso. En canastos o cajas hay una variedad de libros y entre todos ellos saben exactamente qué elegir cada noche o cada vez que quieren que alguien lea en voz alta para ellos.
Sobre su comportamiento. Saben desde muy pequeños que el libro se manipula de cierta manera, que las palabras salen de ahí y ambos se han recontado sus libros, aun sin saber hablar, repitiendo la entonación que le han escuchado hacer al adulto que se los lee. Ponen en las manos del adulto un libro y están dispuestos a suspender otras actividades para escuchar, toda su atención se concentra en ese momento y pueden seguir la lectura en voz alta de más de un libro. Mientras más pequeños son más solicitan la relectura del mismo libro, ¡hasta 10 veces!, dice la mamá, pero a medida que van creciendo se moderan, si algo les encantó te piden una segunda lectura y están dispuestos a pasar a otro libro.
Un rasgo muy particular del comportamiento de los más pequeños lectores es que encuentran en cada adulto un lector potencial y conmueve ver la respuesta de esos adultos, que no se veían en ese rol, asumiéndolo. A medida que crecen, los pequeños saben que no todos los adultos son lectores, pero creo que les gustaría que lo fueran.
Observar sus elecciones nos permite diferenciarlas de las nuestras y descubrir que se encantan por ciertos libros que no son nuestros preferidos. Sus elecciones ni corresponden a la edad marcada en la propuesta editorial ni a la que el adulto elegiría. La historia a mi juicio mal contada, literariamente deficiente, de unos libritos que acompañaban un juego resultó, por un tiempo, el libro favorito para leer en voz alta de la niña mayor, y un libro marcado para cuatro años por la editorial resultó por un tiempo el libro favorito del niño pequeño.
A la niña mayor los libros le ofrecen las historias que ahora ella misma no puede construir con sus amigos porque no les puede ver. Se convierten así en esos amigos disponibles y confiables que le comunican lo mismo siempre igual y a los que ella regresa para reconocer en esa permanencia una forma de lidiar con los muchos cambios de la vida fuera de los libros. No va a la escuela y no ve a su maestra ni a sus compañeros. Ella se mudó de casa para estar en un lugar menos expuesto, ahora vive cerca de sus abuelos y sigue sin entender por qué no puede verlos si cuando viajaba a verlos podía pasar todo el día con ellos e incluso vivir varios días en esa casa a la que ahora no puede entrar. Sus padres pasan muchas más horas que nunca frente a la computadora y trabajando en largas reuniones que la excluyen. Vuelve entonces a sus libros y a sus historias que la hacen tan singular porque le hablan a ella.
El niño pequeño tiene más tiempo a sus papás para él porque ambos también hacen trabajo en casa y, a diferencia de la niña mayor, es un bebé que no logra aún separar de su vida esa vida de adultos que trabajan y se alejan de él para ello. Su padre debe salir por la tarde a otro sitio para poder avanzar en su trabajo y él hace de Los grandes pasos de papá (***) su libro preferido, porque la historia hace de ese papá uno que siempre, siempre dispondrá de sus grandes pasos para volver hasta donde él está. Y sin palabras, porque aún no habla, se allega de historias para explicarse esta difícil realidad de que la temporal invisibilidad de su padre no significa que nunca vaya a regresar: al final del día, como al final de su libro, el papá siempre regresa.
Si tienen libros cerca, sugiero leerles a los niños pequeños; si no los tienen, sugiero conseguirlos. Podemos empezar a mostrarles nuestra disposición a leerles libros digitales porque sospecho que lo importante es todo este tiempo que podemos ofrecerles para multiplicar los intercambios y la posibilidad de mirar juntos el mismo libro. Las oportunidades que podemos ofrecerles para encontrarse con historias que les cuenten de otra manera otras realidades, y que les permitan volver a ellas si les gustan.
El asunto es empezar, porque una vez que empezamos con estas lecturas regulares son estos niños pequeños quienes nos convocarán a su repetición, y ello permitirá que salgamos de este periodo de aislamiento con nuevos recursos de encuentros, conversaciones y posibilidades de imaginar mundos distintos. Podemos aprovechar este tiempo de encierro para redescubrirle y redescubrirnos mientras les leemos.
(**) Libro de Alfonso Núñez, ilustrado por Ivar Da Coll y publicado en México por la Editorial CIDCLI.
(***) Libro de Nadine Brun-Cosme, ilustrado por Aurélie Guillerey y publicado en México por Ediciones Castillo.